Jorge Enrique Robledo Castillo
Contra la Corriente
Manizales, 5 de junio de 1999.
A pesar de que a Colombia puede importarse de casi todo y en cualquier cantidad, las importaciones de arroz están sometidas a cuotas. Esto explica por qué la importación que se aprobó del Ecuador para 1999 no es ilimitada sino de 150 mil toneladas y por qué, legalmente, no se puede traer arroz de Estados Unidos y Tailandia. Pero esta relativa protección no puede entenderse como que esa sea la política neoliberal, sino como un efecto de la resistencia de los arroceros. Lo que debe discutirse, entonces, es si en los próximos años el gobierno permitirá mayores compras de arroz en el exterior y si los productores colombianos pueden sobrevivir a la competencia que les quieren imponer y, peor aún, a su incremento.
No hay ni la menor probabilidad de que los arroceros colombianos puedan competir en precios con las importaciones si hay apertura total, porque las diferencias entre los precios internos y los externos son del 60 por ciento. Países como Estados Unidos los barren a punta de subsidios -que son del orden del 80 por ciento- y de los mayores rendimientos de sus trabajadores, pues por cada diez horas de trabajo por hectárea cosechan 3.526 kilos, en tanto aquí se producen 757 kilos. Y países como Tailandia, que apenas produce 36 kilos por cada diez horas de trabajo por hectárea, los golpean con la miseria y el hambre de sus campesinos y jornaleros.
También se sabe que la política de Estados Unidos es aumentar sus exportaciones de arroz a Colombia. En el XXIII Congreso de Induarroz de octubre pasado, Linda Kotschwar, representante del Departamento de Agricultura de ese país, dijo que “en 1997/1998, América Latina se ha convertido en un mercado muy importante, específicamente Ecuador y Colombia” y agregó: “también es factible que Colombia se convierta en un mercado regular para el arroz norteamericano”. Y esta amenaza se agrava si se conoce su base material. Mientras en el trigo y en los demás cereales el cultivo se concentra bastante en unos cuantos países y las transnacionales tienen el gran negocio de comercializar ese grano por el mundo, en el arroz casi todos los países consumidores son autosuficientes y apenas se comercian a escala universal excedentes temporales que equivalen al seis por ciento del total de la producción. Y no hay que ser muy suspicaz para pensar que en la llamada “globalización” haya países y monopolios comerciales que estén tras el fabuloso negocio de aumentar la concentración de las siembras y el comercio mundial del arroz.
Por su parte, el pensamiento neoliberal sobre el tema, que es el del actual gobierno, lo expresó con cierta franqueza el funcionario del Banco de la República, Carlos Felipe Jaramillo, en el mismo congreso de Induarroz. Allí dijo: “En las negociaciones internacionales el tema del arroz y del azúcar siempre genera discordia y rechazo entre nuestros socios. Se suele preguntar: ¿Por qué Colombia protege a estos dos cultivos? ¿Qué tienen de especial esos cultivos? ¿Qué es lo que están escondiendo? Si las protecciones fueran relativamente bajas, de niveles de 10%, 15% 0 20%, se podría argumentar que esos niveles son normales y se generarían menos presiones. El problema es que el arroz y el azúcar son los únicos cultivos con niveles de protección del 60% y 70%”, concluyó ocultando que el subsidio de que habla no lo reciben los arroceros colombianos sino a los extranjeros. Y agregó: “participé en las negociaciones del GATT y en la formación de la OMC. Conozco la naturaleza de estas discusiones y debo advertirles que el arroz en estos momentos se encuentra en una situación vulnerable. Durante la nueva ronda de negociaciones del GATT que se inicia en 1999, a Colombia le van a reclamar por la protección elevada del arroz. Esto también ocurrirá en las negociaciones de una zona de libre comercio de las américas”.
Y como ya se dijo en esta columna, la ministra de agricultura de Samper comentó el aumento de las importaciones de maíz, de 17 mil a 1.7 millones de toneladas, con esta perla: “Colombia tiene que entender que no puede ser un país competitivo en producción de cereales” (El Tiempo, 1º de noviembre de 1997).
Para completar el cuadro de las asechanzas, está claro que las importaciones actuales, así estén limitadas en su volumen, cumplen de manera eficaz con su papel de bajar las rentabilidades de los cultivadores y, en esa medida, sacar del negocio inicialmente a los más débiles. Si esto se logra, y llega el momento en que el gobierno pueda justificar el aumento de las compras en el exterior porque se pierda el autoabastecimiento nacional, la avalancha de arroz importado podría tornarse incontenible, arrastrando a la ruina a todos los arroceros, incluidos los más fuertes.
Así las cosas, la suerte de la producción arrocera nacional dependerá de que sus productores, con el respaldo nacional, sean capaces de derrotar las políticas neoliberales de destrucción del agro del país.