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¿VICTORIA PÍRRICA?

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Jorge Enrique Robledo Castillo

Bogotá, 23 de abril de 2003.

El concepto de victoria pírrica tiene origen en la historia del rey Pirro, quien luego de ganar una batalla en la que su ejército sufrió grandes bajas, exclamó: “otro triunfo como este y estamos perdidos”. Este hecho se relaciona con la derrota que los norteamericanos, y sus palafreneros ingleses, le propinaron al ejército iraquí. Pero no tiene que ver, por supuesto, con que las bajas estadounidenses hayan sido altas, porque se comprobaron las grandes ventajas de las que disfrutó, a la hora de la matanza, una potencia que cada año invierte en armas, incluidas las de destrucción masiva que tanto les persigue a otros, alrededor de la mitad de lo que gastan en ese mismo fin los demás países del mundo.

 

La duda que se expresa sobre el carácter de esa victoria tiene que ver con unos hechos de cuya evolución dependerá que se convierta en una de características pírricas, como podría ser el impacto que los inmensos gastos militares de Estados Unidos puedan tener sobre su economía, la cual padece por tantos y tan profundos quebrantos que ponen a pensar en la crisis que se iniciara en 1929. También se refiere a las convulsiones políticas que podrían desencadenarse en el Oriente Medio, con lo que los monopolios estadounidenses podrían terminar por perder el flujo de petróleo que requiere el descomunal consumo de su sociedad, a pesar de que esa fue la razón por la que Bush y su camarilla masacraron al pueblo iraquí. Y se vincula con otra realidad que ya debe tener preocupado a más de un analista en Washington: que en la Unión Europea crece el entendimiento acerca de que la agresión contra Irak también apunta, y como un aspecto clave, contra la yugular del petróleo que abastece a Europa, hasta el punto de que, en la reciente reunión de Atenas de los socios europeos, el propio primer ministro italiano, Silvio Berlusconi —quien fue de los pocos jefes de Estado que respaldó el reciente acto de piratería del mayor imperio de la historia—, clamó porque Europa desarrolle una “gran capacidad militar”, como uno de los requisitos para poder “tratar de igual a igual a la única superpotencia” (El Tiempo, 17 de abril de 2003, p. 1-3)

 

Pero con todo y lo preocupantes que son estos hechos para la jefatura estadounidense, es por el revés político que le significó, uno de los mayores que se recuerde por las acciones de imperio alguno, que podría volverse pírrica su victoria sobre el país paupérrimo en el que ella misma había convertido a Irak, luego de que lo azuzaran a una costosa guerra contra Irán y lo sometieran a un sitio de una década que imitó a la brutalidad medieval. Para la historia quedaron –y están por verse sus consecuencias– las multitudinarias movilizaciones de protesta contra la agresión en todos los continentes y, más significativo aún, los arrumes de comentarios de analistas de las más diversas concepciones políticas sindicando de potencia imperialista a los Estados Unidos, cargo que este ha hecho todo lo posible por quitarse de encima y silenciar desde la agonía del siglo XIX, cuando inició su pugna por el control del globo, y en el inicio de esas andanzas, hace cien años, desmembró a Colombia para tomarse a Panamá.

 

El paso de la abierta dominación del colonialismo a la velada del neocolonialismo por parte de los imperios no ocurrió por su cambio de naturaleza, sino porque desde hace décadas y cada vez más los países débiles toleran menos las ocupaciones militares, lo que les impuso a las potencias hacer esfuerzos por reemplazar, sin que signifique renunciar a ellas, las intervenciones armadas por las telarañas que teje el capital financiero mediante inversiones, créditos y pactos comerciales y diplomáticos leoninos y condicionados, los cuales, por las mismas razones, prefieren imponer mediante las supuestamente neutrales instituciones “de la comunidad internacional”. Es por ello que un acto colonialista tan burdo como el perpetrado contra Irak podría volverse en contra de Estados Unidos, al dejarlo expósito y elevarse la capacidad de resistencia de los pueblos, estimulados por la globalización neoliberal que está poniendo contra la pared incluso a países y sectores sociales que hasta hace unos lustros en algo progresaron bajo la tutela imperial.

 

Coletilla: ¿Cuánto tiempo duraría riéndose de su ocurrencia el funcionario del Departamento de Estado norteamericano que decidió premiarle a Uribe Vélez su respaldo a la invasión a Irak con la desproporción de motejarlo “el Tony Blair latinoamericano”?