Sobre los 10 años del TLC con Estados Unidos, Jorge Humberto Botero, el ministro que lo negoció, dijo: “En realidad, si se excluyen las exportaciones de minerales e hidrocarburos, cuyos flujos no están regulados por el tratado (lo que significa que no lo requieren para exportarse con éxito, explico) nos ha ido regular”. Bastante mal, realmente. Agregó que “en nuestro comercio con el mundo tenemos un déficit comercial enorme”, también por otros acuerdos de libre comercio. “No somos, con pocas excepciones, exportadores eficientes”, afirmó, y explicó que por la baja productividad del trabajo “tampoco somos competitivos” frente a las importaciones, verdades que en su momento advertimos para que no embarcaran a Colombia en esas aventuras irresponsables, que ningún gobierno se ha propuesto corregir.
Pero lo más grave es que el exministro insiste en que hay que mantener esas políticas porque, sostiene, tienen origen en la doctrina de las ventajas comparativas del inglés David Ricardo y son respaldadas por el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional (FMI) y la Organización Mundial del Comercio (OMC), organizaciones que, según él, se crearon para traerles el progreso a Colombia y al resto del mundo (https://bit.ly/3OTc9U8 ).
Sobre la OMC –que impuso el libre comercio global–, Botero fue capaz de afirmar que su objetivo es “evitar que el pez grande se coma al chico”, aunque “a veces no se logra”, pudoroso y minúsculo velo que no cubre que las cosas en realidad son al revés, dado que la globalización neoliberal se diseñó para que los peces mayores –los oligopolios de las trasnacionales– se queden con todo, protegidos por los gobiernos de los países sede de sus casas matrices y por las organizaciones económicas internacionales.
La frase de hace 200 años de David Ricardo, que sintetiza su teoría de las ventajas comparativas, concluye: “Es este el principio que determina que el vino será producido en Francia y Portugal, el maíz en Estados Unidos y Polonia y la ferretería y otros artículos fabricados en Inglaterra”, división internacional de la producción que le entregaba al imperio inglés, para el cual él teorizaba, el monopolio de los inmensos avances de la revolución industrial y el capitalismo. Pero los dirigentes de Estados Unidos y de otros países no cayeron en la emboscada de Ricardo, actuaron en contrario y se dedicaron a industrializarse, incluidos sus agros, sabedores de que las ventajas que brinda la naturaleza pueden modificarse, y sustituirse, y crear otras nuevas, siempre que así se desee y se aumente la productividad del trabajo, la insustituible base de todo el progreso de la humanidad.
Según Friedrich List, uno de los padres teóricos de la industrialización y el desarrollo científico-técnico del capitalismo norteamericano –con sus 65.000 dólares de producto por habitante, 1.000 por ciento superior al de Colombia–, la astucia de Ricardo era notoria: “Es un procedimiento inteligente, pero muy común, que cuando alguien ha alcanzado la cumbre de la grandeza, le dé un puntapié a la escalera por la cual subió, para impedir que otros suban también” (https://wp.me/p99Bcq-3NB ).
Carece de toda credibilidad el cuento de que hay que dejarnos orientar por los organismos internacionales controlados por Estados Unidos y las demás potencias porque ellos desean el auténtico desarrollo de Colombia y del resto del mundo, según lo demuestran 70 años de hacer lo que dicen y sentir lo mal que vamos. Que empresarios y asalariados no olviden que el capitalismo es un sistema de competencia implacable, en el que es válido arruinar a los competidores, incluidas viudas y huérfanos, durísima verdad que también caracteriza las relaciones entre los países capitalistas. Pregunto, entonces: ¿qué empresario colombiano aceptaría que el propietario de la empresa con la que compite le determine a la suya el gerente, la junta directiva y las principales determinaciones? ¿No es absurdo hacerles caso en detalle a los organismos en los que mandan los países competidores?
Colombia debe relacionarse con todos los países. Eso es obvio. Pero para el beneficio recíproco, nos urge salir de la falacia de las ventajas comparativas, viveza que consiste en especializarnos en exportaciones mineras y agrarias con escaso valor agregado, en tanto importamos los bienes procesados, valorizados por el trabajo más productivo, y nos tragamos la mentira de que así superaremos el subdesarrollo que nos atormenta.
Bogotá, 2 de julio de 2022.