Jorge Enrique Robledo
Bogotá, 22 de agosto de 2007.
Un serio golpe acaba de sufrir la economía nacional. El 16 de agosto pasado, las acciones registradas en la Bolsa de Valores de Colombia padecieron la mayor pérdida entre las bolsas de América Latina, con una reducción de su valor de nueve billones de pesos. El peso fue la moneda que más se devaluó frente al dólar en el mundo, devaluación que es la segunda mayor en la historia del país, tendieron al alza las tasas de interés y perdieron grandes sumas los tenedores de TES, entre ellos los fondos de pensiones y cesantías, es decir, los colombianos rasos, porque los propietarios de dichos fondos no ganan por tener éxito en su administración, sino por el simple hecho de administrarlos.
Hasta los analistas del establecimiento, como Rudolf Hommes, coinciden en alertar sobre el futuro de la economía nacional, al decir que “lo más probable” es que los capitales golondrina que venían a Colombia regresen al extranjero (y ya lo están haciendo) o dejen de venir, y que ello hará más difícil y costoso el endeudamiento externo. El índice Embi, que mide la diferencia entre el costo de la deuda de los países y la tasa de los Bonos del Tesoro de Estados Unidos, pasó de 95 a 201 puntos desde junio. Carlos Caballero Argáez explicó que el país de América Latina que más depende del crédito y la inversión extranjera para pagar sus importaciones y su deuda externa es Colombia, con un déficit de la cuenta corriente de la balanza de pagos que equivale al 3,2 por ciento del PIB, lo que agrava las consecuencias de los mayores costos del endeudamiento y de la corrida de los inversionistas. Para completar, por cada peso que sube el dólar la deuda externa del gobierno crece 28 mil millones de pesos, y este ha subido 200 pesos en el último mes. La burbuja especulativa seguramente llegará a su fin.
Ante semejante situación, quienes le creen a Álvaro Uribe todos sus cuentos se estarán preguntando: “¿será que el Presidente decidió desmontar la ‘seguridad democrática’? ¿Por qué lo haría si a ella se debía el buen desempeño económico?”. Ironías aparte, la cara positiva de lo que ocurre es que los hechos, otra vez los hechos, confirmaron que así como los actuales problemas del país vienen del exterior, la causa principal del crecimiento durante este gobierno no obedeció a la “seguridad democrática”, sino a los efectos del auge de la economía mundial, y no solo por los mayores precios del café y de las otras materias primas que exporta Colombia. El propio Oscar Iván Zuluaga puede dar fe de las constancias que se le dejaron al respecto, las cuales incluyeron la crítica a la negligencia del gobierno frente al probable tsunami económico que se estaba gestando por fuera de las fronteras nacionales desde hacía rato.
En junio de 2006, por otra caída de las bolsas, en esta columna se alertó sobre el reflejo en el país de los problemas que ya vivía la economía mundial. Además, la actual crisis empezó con la del mercado de la vivienda en Estados Unidos el año anterior, e incluso se enquistó desde antes, cuando la Reserva Federal norteamericana redujo, en los inicios del siglo XXI, la tasa de interés a casi nada, para superar la crisis de la burbuja especulativa del Internet. Y aunque nadie tiene la certeza de lo que pasará, sí hay consenso en que, por lo menos, se reducirá el crecimiento de la economía mundial, al tiempo en que aumentan los que pronostican una recesión en Estados Unidos y en el mundo. Si así fuere, lo que se discutirá en Colombia no será el tercer período de Uribe, sino si terminará el segundo.
La crisis hipotecaria de Estados Unidos contagió al resto del sector financiero de ese país y al de Europa y Japón, pues estos también especularon con las llamadas hipotecas subprimes, las cuales no fueron catalogadas como estafas a largo plazo porque contaron con la bien paga alcahuetería de las supuestamente pulquérrimas firmas calificadoras de riesgo. Afirmó un especulador: “los préstamos de alto riesgo (subprimes) eran lo que llamamos préstamos de neutrones: matan la gente y dejan intactas las casas”. Pero el problema es más profundo, en razón de que nace de la esencia misma del “libre comercio”, que convirtió toda la economía mundial en el paraíso de los especuladores de todos los tipos, y porque el Imperio norteamericano padece por dos cifras que están en la base de los problemas globales: importa más que lo que exporta por 818 mil millones de dólares al año y sus gastos estatales superan los ingresos corrientes en 430 mil millones de dólares anuales.