Contra la Corriente
Jorge Enrique Robledo Castillo
Manizales, 19 de enero de 1997.
Crece el impacto del intenso verano que se padece. Suman centenares las poblaciones que sufren por falta de agua en sus acueductos; son notorios los efectos desastrosos de la sequía en el agro; y lo único que le falta al gobierno de Samper para volverse casi una copia del de Gaviria es un apagón. Lo que se ve menos son todas las causas de lo que ocurre porque los comentarios suelen quedarse en la evidente: el fenómeno de El Niño. Pero hay otras razones que no tienen nada que ver con el clima, en un país como Colombia que es, después de Rusia, Canadá y Brasil, la cuarta potencia hídrica de la tierra.
Muchas poblaciones carecen de acueductos con instalaciones adecuadas o no los surten de los afluentes que debieran, porque a los dirigentes del país poco les preocupa su suerte. La deforestación de las cuencas hidrográficas obedece al afán de lucro de unos pocos y a la pobreza o miseria de los demás propietarios rurales, que los impulsa a emplear para la producción hasta el último rincón de sus propiedades. Unos no quieren y otros no pueden preservar las aguas.
Entre 1992 y 1998 no se definió ninguna política seria que apuntara a impedir que el apagón se repitiera. A los neoliberales les pareció mucha gracia emplear esa crisis para justificar la privatización del sector eléctrico, y los inversionistas interesados en el negocio, como era natural, centraron su acción en comprar los kilovatios instalados que les vendieron a la mitad del precio que le costó a la Nación producirlos, de forma tal que nadie asumió en serio la tarea de construir las nuevas hidroeléctricas y termoeléctricas necesarias.
El problema de la producción agropecuaria tiene explicaciones más complejas, pero su comprensión parte de que el agua no falta de manera absoluta, como lo muestra que por muchos ríos corran volúmenes notables. El lío consiste en que el recurso no está en donde debería estar, es decir, en las tierras agrícolas y de pastoreo. Y no se halla donde hace falta por dos razones principales: la primera, porque en Colombia, a diferencia de otros países, el Estado nunca asumió de verdad la tarea de construir represas y redes de acequias que aseguraran agua para el agro con cierta independencia de la que cayera del cielo. Aquí, como en el medioevo, todavía se trabaja “en compañía con San Pedro”. Y este hecho se agrava porque una porción considerable de la producción agropecuaria nacional no está en los valles de los grandes ríos sino en las laderas andinas, lo cual complica, aunque no hace imposibles, los distritos de riego.
En estos momentos de dificultades hay que recordar que, además, al país lo armaron al revés, como dijera algún personaje colombiano, pues dejaron las tierras planas para las vacas, en tanto subieron a la gente a sembrar con escopeta en las laderas. Una de las diferencias más visibles entre los países desarrollados y los que no lo son, es que en las montañas de ellos, aunque de menor altura, solo hay mariposas, pajaritos, uno que otro ermitaño y los bosques que acumulan y dosifican el agua.
Con cada día que pasa, van quedando más claras las muchas consecuencias funestas que sufren las naciones que toleran dirigentes que les imponen desarrollos de tercera.