Jorge Enrique Robledo Castillo
Contra la Corriente
Manizales, 30 de marzo del 2000.
Como cualquier cosa por mala que sea es susceptible de empeorarse incluso hasta el absurdo, el presidente de la república ya anunció importaciones de café. Y no de unos pocos miles de sacos y por una sola vez; se habla de que serán entre uno y dos millones, es decir, entre el 10 y el 20 por ciento de la producción nacional, y que las compras en el exterior serán permanentes. ¿Qué pasó? ¿Cómo se llegó a una situación que sin duda pone a Colombia en un ridículo universal y estigmatizará para siempre a sus responsables?
Si hay un desastre que desnuda hasta el fondo el fracaso que para el país ha significado el neoliberalismo, ese es el de los cafeteros, quienes, por ser exportadores, serían supuestamente beneficiados por la apertura. Su viacrucis empezó con la decisión de la Casa Blanca de romper los acuerdos de cuotas de la Organización Internacional del Café y la consecuente libertad que se le otorgó a las transnacionales para manipular a la baja los precios del grano en el mercado mundial. También los golpeó la revaluación del peso con respecto al dólar que produjo la política cambiaria que se decidió en Colombia para atraer capitales financieros foráneos, así como las escandalosas tasas de interés con que se buscó que los especuladores siguieran trayendo sus dólares una vez la economía nacional se desfondó en 1998 y 1999. Además, al tiempo que los precios internos de compra del grano llegaron a estar entre los más bajos del siglo XX, los insumos agrícolas pasaron a ser de los más caros del mundo. Y mediante un impuesto regresivo que solo pagan los caficultores, en la última década les arrebataron cerca de un billón de pesos que se usaron para reemplazar evidentes responsabilidades oficiales en obras públicas.
Para completar su desgracia y la de la nación, también perdieron casi todo lo que habían acumulado en cincuenta años de transferencias a las instituciones cafeteras. La Flota Mercante Grancolombiana, que fuera una de las más importantes empresas del país, quedó condenada a muerte una vez las políticas aperturistas le eliminaron la llamada “reserva de carga”, a pesar de que esa “reserva” sí se le mantuvo a los barcos de bandera norteamericana que transportan el carbón del Cerrejón. Con la quiebra del Bancafé –provocada por la ruina del conjunto de la economía, mas no particularmente por la cartera cafetera que solo representaba el cuatro por ciento de los pasivos de ese banco- los caficultores vieron desaparecer todo lo que por décadas habían invertido allí, más 300 mil millones de pesos del Fondo Nacional del Café que el gobierno nacional les impuso colocar entre 1998 y 1999 en esa institución, aun cuando ya era evidente que esa plata también se perdería. E igualmente desaparecieron unas inversiones multimillonarias que nunca debieron hacerse con la plata de los productores del grano: Concasa y la Corporación Financiera de Occidente.
El desastre acabó por configurarse porque al envilecimiento del precio interno del café lo acompañó la consabida fórmula neoliberal de que se salve el que pueda, aunque el solo rompimiento de los acuerdos de cuotas que regían el comercio mundial cafetero ya anunciaba una crisis estructural de los productores colombianos, pues se trataba de un sector conformado, en su casi totalidad, por pobres y paupérrimos: el 95 por ciento de los cafetales tiene menos de 5 hectáreas, el 88 por ciento menos de tres y el 60 por ciento menos de una.
Que la cosecha nacional cafetera cayera a casi la mitad entre 1992 y 1999 y que en los últimos años se hayan gastado los cerca de siete millones de sacos de café que el país tenía en bodegas al iniciarse la apertura, prueba que casi todas las 560 mil familias de caficultores no pudieron soportar las políticas neoliberales internas y externas que les impusieron. Y la decisión oficial de “solucionar” la crisis cafetera importando, tampoco debe sorprender. Así, sustituyendo el trabajo nacional por el extranjero, se “solucionaron” los problemas del algodón y del maíz, entre otros cultivos, hasta llegar a siete millones de toneladas de importaciones de productos del agro, y se le quiere dar “solución” a los líos de la panela y el arroz.
De ahí que tampoco sea sorprendente que el acuerdo signado entre el Fondo Monetario Internacional y la administración Pastrana señale que la apertura y el neoliberalismo deberán profundizarse. Entre tanto, cada día el gobierno lanza cortinas de humo para ocultar la extrema gravedad de lo que le ocurre a la economía nacional, continuando con la misma táctica de hace una década: a falta de pan, bueno es el circo.
Coletilla: Y así sea obvio que no es igual vivir del café que de los cafeteros, ¿hasta cuando va a seguir la cúpula de la Federación de Cafeteros dándole su bendición a las políticas neoliberales?