Jorge Enrique Robledo Castillo.
Contra la Corriente
Manizales, febrero 20 de 1997.
Es cierto que después de mucha brega se logró condonar las deudas de ochenta mil pequeños caficultores. Y afortunadamente ello ocurrió, porque ni pensar en cuál sería su suerte sin esa medida. Pero también es cierto que varios millares de minifundistas no fueron condonados por la Ley 223 de 1995, y que lo conseguido en ella para éstos y para los campesinos medios y los empresarios fue completamente insuficiente, según está demostrado hasta la saciedad. De ahí que el problema de los procesos judiciales, los embargos y el cierre de los préstamos nuevos esté otra vez al orden del día y que el tema deba debatirse con seriedad, tanto en su aspecto económico como social.
Hay quienes sostienen que no debe haber más medidas de alivio de las deudas porque ellas les servirían a los productores “ricos”, como en tono de reproche llaman a quienes en la casi totalidad de los casos apenas si tienen una finca pequeña o mediana, casa propia, un carro corriente, los hijos en colegios privados y poco más. En la mezquindad de su lógica terminan sosteniendo que aunque esos “ricos” estén arruinados o en trance de estarlo, deben pagar por sus crímenes, es decir, por no ser pobres de solemnidad, por haber tenido un cierto éxito en la economía capitalista en que les tocó vivir y por haber contribuido, generando riqueza y empleo, con el progreso del país. Pero ese populismo arrevesado, que posa de amigo de los pobres porque es insensible frente a la quiebra de los “ricos”, no logra ocultar que tampoco le importa la suerte de los que supuestamente lo desvelan, como puede demostrarse.
Esos “ricos” son los que le dan empleo a los más pobres de los habitantes rurales: los jornaleros y los campesinos minifundistas que deben trabajar como obreros agrícolas para no perder sus parcelas. Las cifras indican que en la cosecha cafetera de 1996, comparada con la de 1991, se perdieron más de 61 millones de jornales. Que los habitantes rurales por debajo de la línea de pobreza ya pasen del 72 por ciento del total también se explica por la crisis de los “ricos” del café. Y ningún discurso demagógico podrá presentar como un triunfo del “gobierno de la gente” cambiar empleo, salarios y dignidad por los minúsculos aportes de los aparatos clientelistas de “solidaridad”.
Además, el problema de la deuda también tiene que ver, y de qué manera, con la economía del país, la base de todo progreso. Como Colombia no está produciendo todo lo que puede vender, el año pasado tuvo que exportar un millón de sacos de las existencias del Fondo Nacional del Café. Y en los próximos años deberá ocurrir otro tanto, por efecto de la situación de unos cafetales que agonizan. A este paso, el país podría terminar perdiendo participación en el mercado mundial y sin que le quede el consuelo de unas cotizaciones externas muy altas, porque, como se sabe, éstas pueden deprimir el consumo y estimular la sustitución del grano nacional por otros más baratos, en el supuesto de que el precio en el mercado mundial no termine bajando por la presión de los especuladores bursátiles.
Indiscutiblemente, la recuperación de la caficultura colombiana exigirá grandes esfuerzos y no podrá hacerse sin resolver el problema de las deudas y de los nuevos créditos que requieren los “ricos” del café, además de precios remunerativos y estables. Sólo la necedad neoliberal se atreve a platear que la modernización del país puede producirse en medio de la ruina de los campesinos medios y los empresarios de todos los tamaños, y que el desempleo y el hambre pueden sustentar el desarrollo de la industria y el agro. Boberías aparte, es imposible desligar lo social de lo económico y separar la suerte de la nación y de sus pobres de la suerte de los capitalistas nacionales. Entonces, si algo no debe avergonzar a los auténticos demócratas es la defensa de aquellos compatriotas que los neoliberales sindican de ser “ricos”, al tiempo que defienden o justifican los garrotazos de los monopolistas de todas las condiciones y latitudes.
Coletilla: pensando en algunas afirmaciones sectarias y exageradas, ¿qué tiene de malo para los bancos que les resuelvan el problema de unas deudas impagables? Demagogias aparte y como se sabe hasta el escándalo, ¿no es mejor negocio mantenerse como banquero que convertirse en propietario de millares de fincas y parcelas? ¿O el pleito se limitará al origen de la propuesta?