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“Fajardo tiene que responder todos los requerimientos por Hidroituango”: Jorge Robledo

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Tomado de El Espectador, 16/02/21
Por Javier González / @Currinche

Después de partir cobijas con el partido por el que militó durante casi 15 años, hoy el senador Jorge Robledo está metido de lleno con su movimiento propio, al que llamó Dignidad. Se trata de otra plataforma de oposición con la que espera consolidar su aspiración presidencial y afianzar su propia bancada en el Congreso.

En esta entrega de “Disidentes Políticos”, el congresista habla de sus inicios en el Movimiento Obrero Independiente y Revolucionario (MOIR), de su negativa a la lucha armada, sus cruzadas a favor del agro y el café, así como su vinculación con el Polo y la relación con personajes como Gustavo Petro (a quien tacha de santista), Samuel Moreno y Sergio Fajardo, con quien gesta una coalición en coordinación con otros actores.

Desde la universidad se vinculó al MOIR. ¿Cómo surgió ese activismo político?

Llegué a la Universidad de los Andes en 1968 sin ninguna inquietud política. Pero era un momento de unas conmociones globales políticas de proporciones inmensas. Hay hechos como las jornadas de mayo en Francia, la lucha de los estudiantes norteamericanos contra la invasión de Estados Unidos a Vietnam, lo ocurrido en Cuba o todo el proceso de descolonización de África. Es que después de la Segunda Guerra Mundial pasó de todo. Colombia es parte de eso global y lo que produjo fue un inmenso movimiento estudiantil, particularmente en el 71. Soy producto de eso.

En los Andes el movimiento de oposición al régimen fue inmenso. Expulsaron a cerca de 80 estudiantes. Así de grande fue la lucha, pues hasta ese momento era lo más grande que se había hecho. Ahí fuimos muchos los que nos politizamos, de todas las carreras.

¿Ese activismo afloró en la universidad o venía desde el colegio?

En el colegio cero. Me crié en Ibagué en un ambiente de una familia de origen liberal, pero a la que la política no solo no la atraía, sino que molestaba. Mi mamá siempre decía: “La gente decente no se mete en política”.

¿Cómo, en esa diversidad de corrientes, terminó en el MOIR?

Había 20 o 30 grupos distintos y el debate político era muy fuerte y apasionado. No era raro escuchar discursos de dos horas. Tenía 20 años, pero esto me empieza a tocar desde los 18. Había varios temas que eran cruciales y había intereses más precisos, no solo la defensa de la educación pública. La primera decisión que se debía tomar era lucha armada en Colombia: sí o no. En ese entonces hubo muchas revoluciones con las armas en las manos y ya había varias guerrillas en Colombia, como las Farc, el Eln o el M-19. La otra pregunta era si se estaba o no con la Unión Soviética, que era el gran poder. También se debía responder si lo que tenía que hacer Colombia era estatizar su economía, y la última pregunta –todo al fervor del debate–, era si el empresariado cabía en la transformación.

A mí me convencieron los de la Jupa (Juventud Patriótica), que era la organización juvenil del MOIR. Las posiciones eran: no estatizar la economía, sino una lucha de soberanía e independencia nacional. No a la lucha armada. No someterse a la Unión Soviética y decir que sí cabía el empresariado. Eso me convenció.

En esos años, con esa tendencia a la lucha armada, ¿cómo hizo para decir no y defender sus consignas?

Fue dificilísimo, pero una de las cosas que más me gustó es que era contracorriente. Era una posición impopular. Hoy estar en contra de la lucha armada en Colombia es más o menos fácil, pero en esos días era dificilísimo. A usted lo maltrataban, insultaban y agredían. Le decían regalado y vendido. Es más, hubo gente que fue hasta asesinada por los grupos alzados en armas y por el simple hecho de no estar de acuerdo.

¿Hubo organizaciones que le propusieron empuñar un arma?

Sí, había coqueteos fuertes. Era una decisión de vida que uno tenía que tomar. Eran tiempos de la leyenda del Che Guevara y el guerrillero heroico. Hay datos que son escalofriantes: no era raro que en una universidad se hiciera una rifa entre los muchachos para comprarle el fúsil a alguno de sus compañeros que iba para el monte. Mire a Camilo Torres, un líder súper atractivo, pero que comete el error de irse a la guerrilla. Pero eso no se veía así, sino como el mártir que le dedicaba todo esto. Defender estas posiciones era dificilísimo.

Concluyó su pregrado en Bogotá, pero terminó en Manizales. ¿Cómo llegó allá?

Me fui a Manizales a hacer política. En 1971 tomé una decisión formal y mirándome al espejo dije: no le voy a dedicar mi vida a conseguir plata, que se supone que es lo que uno debería hacer estudiando en los Andes, sino a transformar Colombia. Fue una decisión consciente mía y llegué a Manizales con esa idea. Me vinculé como profesor universitario: una manera honrada y decente de ganarme la vida, y hacía política en mis tiempos libres, dejando la constancia de que fui un profesor muy cumplidor.

En Manizales se destacó por ese trabajo político alrededor del agro…

En 1989 llegó la roya a Colombia. Hacía trabajo campesino en todos los municipios de Caldas y empezó una crisis grande de la economía cafetera, primero por la llegada de la roya, y después por el rompimiento del Pacto Internacional del Café, que fue uno de los primero efectos negativos de la globalización. Ante ello, promovimos la organización de los cafeteros: Unidad Cafetera Nacional, de la que fui coordinador nacional. Fue de un éxito inmenso y enormes fueron las luchas que hicimos. A partir de la Unidad Cafetera creamos otra organización más grande y no solo cafetera: la Asociación Nacional por la Salvación Agropecuaria, que estaba conformada también por arroceros y otros sectores. Esas organizaciones cafeteras y agropecuarias se hicieron con campesinos, indígenas y empresarios.

El presidente de Unidad Cafetera era Fabio Trujillo Agudelo, un empresario cafetero muy importante de Caldas, que también fue gobernador y alcalde. Un jefe liberal muy importante. Por otro lado, en Salvación Agropecuaria el presidente era Ángel María Caballero, un empresario arrocero importante. Los empresarios siempre han cabido en nuestro proyecto, no es un juego electoral. También en esos procesos jugó un papel definitivo monseñor José Luis Serna, el obispo de la Diócesis de Líbano-Honda. Esos grandes triunfos cafeteros, sin la presencia de ellos, no se hubieran podido hacer.

¿Cómo fue involucrar a campesinos y empresarios?

Desde los 70 lo teníamos claro. No se puede construir un país si no desarrolla su economía y para ello se requiere un desarrollo empresarial. Toda riqueza tiene origen en el trabajo, incluido el de las empresas. Yo puedo tener una controversia con un empresario si maltrata a su trabajador o cae en un acto de corrupción, pero por el simple hecho de promover la creación de una empresa, generar riqueza y empleo, ¿dónde está el crimen? Y más en un país profundamente atrasado.

La base de los problemas nacionales y de la inmensa desigualdad social en Colombia está en el atraso productivo. La única posibilidad de sacar a Colombia adelante es uniendo a los trabajadores, empresarios y clases medias en pos de políticas del desarrollo nacional. Mi pelea contra el libre comercio, de 30 años, es porque es una política diseñada para destruir el aparato productivo colombiano e impedir que la gente pueda emplearse productivamente. Hoy en Colombia hay 12 millones de trabajadores que no pueden emplearse, queriendo hacerlo. ¿Puede imaginarse más crimen contra el desarrollo de un país que impedirle a la gente trabajar?

Después de todos esos años, solo hasta el 97, decidió lanzarse a la Gobernación de Caldas, ya no en Soacha, sino jugando casi de local…

No soy un tipo ambicioso por la plata ni esas cosas, pero si se imagina el tamaño de este movimiento, pues naturalmente apareció una corriente en Caldas diciendo: “Oiga, Robledo, láncese a la Gobernación”. Y me lancé, quedando con la segunda votación.

¿A qué atribuye que en 2002 sí le cuajó llegar al Senado?

Acumulando fuerzas. Les digo a los jóvenes que, en general en la vida, pero en política, el que se desespera pierde. Esto es con paciencia y con convicción. En 2002 los votos alcanzaron justicos, tampoco fue que sobraban muchos.

Ahí fue cuando comenzó a alinearse con otros jugadores de izquierda y los movimientos se agruparon alrededor de esa sombrilla que fue Alternativa Democrática…

Llegamos como unos 25 senadores de oposición o de izquierda con vertientes distintas. En esos días había muchos avales, entonces era como una operación avispa. Llegamos con orígenes distintos. Carlos Gaviria llegó por un lado, Antonio Navarro por otro, Gustavo Petro por otro. En ese proceso se configuraron dos polos: el Polo Democrático Independiente (PDI) y Alternativa Democrática, en cabeza de Carlos Gaviria. Dentro del Congreso coincidíamos en muchas cosas.

Estrictamente hablando cada uno era uno y llegaba por su cuenta y riesgo. Nos agrupamos en esos dos grupos, y al final los fusionamos con programas y estatutos distintos. Es decir, el Polo no es la adhesión de Alternativa Democrática a PDI, sino que el Polo Democrático Alternativo es otro partido distinto. La historia es que nos sentamos y duramos un año definiendo un programa y si era un proyecto socialista (algunos dijimos no puede ser). Esa expresión, socialismo, no existe en ningún documento oficial del Polo. Tiene además un punto preciso de oposición a la lucha armada. Proceso de paz sí, pero rechazo a la lucha armada y al terrorismo. No hubiera entrado al Polo si no hubiera sido así.

Hasta ese momento, la más grande derrota política de las Farc, que contribuye con el proceso de paz, fue la creación del Polo. Es en buena medida la casi totalidad de la izquierda diciéndoles a las Farc “no estamos de acuerdo con su lucha armada”.

¿Cómo enfrentó el golpe que, políticamente, significó apoyar a Samuel Moreno?

Fue muy frustrante e indignante. Sobre eso hay que decir varias verdades. Esa violación de la ley y esos errores garrafales de esa administración no fueron decisiones del Polo, y menos mías. En la administración de Samuel Moreno no había una sola persona nombrada por mí o por nosotros. Nunca me fue consultada ninguna política que desarrolló esa alcaldía.

Ayudamos a elegir a Samuel Moreno, pero eso fue todo. O sea que cualquier cosa mala que haya sucedido no es responsabilidad nuestra. Ahora, una vez estalló el escándalo el Polo hizo lo único que podía hacer: le abrimos una investigación y lo sancionamos cuando tuvimos las pruebas suficientes.

¿Tenía alguna otra referencia de él?

Nunca fui amigo de él. Moreno llegó al Polo incluso por otra vertiente. Él llegó al Polo con Gustavo Petro, si se trata de hacer relaciones y no las hago para maltratar a nadie, pero él llegó al Polo por una vertiente distinta a la que yo llegué. Era un senador del Polo. No solo lo respaldamos nosotros. Sacó una votación inmensa con el apoyo del Partido Liberal y Conservador. Fue una de las votaciones más grandes que haya tenido candidato alguno, porque no había nada que decir contra él.

Nos equivocamos y le hizo un daño inmenso al Polo, entre otras, porque Petro rompió con el Polo porque decidió irse con Santos, pero la teoría que echó es que se fue porque el Polo no sancionó a los Moreno, cosa que es falsa.

¿Por qué partieron cobijas con Petro?

Es bien sencillo. Carlos Gaviria venía de sacar la más alta votación de la izquierda en las elecciones de 2006 y para las siguientes Petro, en lugar de respaldarlo, promovió una división dentro y nos fuimos a una consulta. Gaviria ha podido ganar las elecciones de 2010, tenía con qué ganarle a Santos, pero Petro se empecinó en que él tenía que ser el candidato, y eso generó división. Aprobamos una consulta, Petro ganó y los gaviristas le hicimos la campaña. Le di tres vueltas a Colombia respaldando a Petro, a pesar de que tenía grandes diferencias con él.

Luego ganó Santos un domingo y el lunes el comité ejecutivo nacional del Polo se reunió y le declaró la oposición. Al otro día Petro salió y le propuso una alianza. Se fue y se sacó foto con Santos. Petro rompió al Polo y, además, nos pidió que lo eligiéramos presidente para aplicar el acuerdo que había hecho con Santos sin preguntarnos a nosotros. Santos era el hombre elegido por Uribe, entonces votamos no y dejamos a Clara López de presidenta, y él se retiró del partido. Se dedicó a hacerle daño al Polo. Esa es la triste historia. Petro rompió el Polo por santista y lo fue ocho años. Para las elecciones de 2014 el Polo tenía de candidata a Clara López y Petro le dio la orden a su gente de hacerles campaña a Santos y Vargas Lleras en la primera vuelta.

En 2010, cuando hubo esos roces con Petro, ¿tuvo la oportunidad de hablar con él en escenarios menos diplomáticos que estas asambleas?

No, no hubo condiciones para eso.

¿Qué lo llevó a distanciarse del Polo y montar rancho aparte?

Veníamos teniendo muchas dificultades y era muy difícil coincidir en muchos temas. Eso no se notaba mucho, pero era la realidad. Llegó un momento en el que consideramos que, como estaban las cosas, el Polo no nos servía de vehículo para lo que queríamos, principalmente para proyectar ese gran pacto nacional. Viendo que eran divergencias insalvables, no tenía sentido que estuviéramos ahí, porque la política tiene sentido en la medida en que los acuerdos son tan importantes que pueden pagar el costo de las diferencias.

¿Qué diferencias?

No hay necesidad de entrar en detalles, porque acordamos hacer una escisión amistosa. Y lo que nos ha sucedido, lo bien que ha caído Dignidad y lo exitoso que está siendo, nos confirma que para lo que queríamos lo que había que hacer era lo que hicimos. Hubiera preferido que no fuera así, pero un poco esa es la historia del Polo.

¿Qué tan cierto era que usted, como lo reclamó el presidente del Polo, Álvaro Argote, quería ser jefe único?

Nunca he sido presidente del Polo. Esas son cosas que se dicen, pero son bastante más complejas y tienen fondos políticos, y de concepción económica y social. Eso explica una escisión como esa: son desacuerdos grandes.

¿De cuándo datan esos desacuerdos? Porque usted hace un año decía que no se había salido del Polo para tratar de mantener el umbral del partido.

Diferencias siempre ha habido en el Polo. No hay proyecto político que no las tenga. Cada diferencia tiene su momento. Cuando Clara López decidió volverse santista y aceptó un Ministerio, ahí apareció una diferencia inmensa. Siempre ha habido diferencias y se van tramitando, y se van tramitando, hasta que puede aparecer una tan grande que ya no tiene trámite distinto de escindirse y separarse.

¿Qué tan difícil ha sido consolidar un partido en solitario?

No es fácil, pero ha caído bien. No se imagina la cantidad de gente que se nos ha acercado. Hemos construido comités de Dignidad en casi todos los departamentos. Estamos teniendo comentarios positivos. Prueba una cosa que es un hecho: en el Polo no era posible reflejar como lo reflejamos en Dignidad la totalidad de nuestro pensamiento. No lo digo como un ataque al Polo, pero es la realidad. En política las percepciones generan realidades. El Polo nunca logró transmitir la percepción que sí estamos pudiendo transmitir con Dignidad. Ese es el problema de fondo al final. Estamos muy satisfechos de cómo van las cosas, y Dignidad es un proyecto político que llegó para quedarse.

¿Cuál es el encanto de Dignidad? Trascendimos un programa que es capaz de defender, al mismo tiempo, los intereses de sectores populares, clases medias y empresarios que están por el progreso de Colombia. Eso en Colombia no ha existido.

En la coalición con miras a 2022, ¿qué papel está cumpliendo Dignidad?

Estamos ahí participando. Hicimos un anuncio, y fue ser muy parcos en las informaciones. Ya llegará el momento. Somos una fuerza más y llegamos con la idea de que haya un programa capaz de representar al mismo tiempo a todos. Un programa que no es para estatizar la economía, sino en el marco de la economía privada. Un programa que debe considerar, con toda precisión, que todo esto de la globalización neoliberal le está haciendo un daño inmenso a Colombia, el lío de los TLC, la defensa del proceso de paz, la lucha anticorrupción, el monopolio del Estado sobre la fuerza o el rechazo a la violencia. Es decir, una serie de criterios democráticos de mucha amplitud.

Una cosa que tendrá que hacer este proyecto es definir un programa más preciso para presentarles a los colombianos. Y habrá énfasis. Todo esto con un propósito clarísimo: impedir que otro dedazo reelija a Duque en cuerpo ajeno. Ya está bien de Duques.

¿Lo deja tranquilo que en esta coalición esté Fajardo, a quien hoy investigan por Hidroituango?

Sergio Fajardo, como es obvio, tiene que responder por todos los requerimientos que le hagan con relación a Hidroituango. Sin embargo, él, como cualquiera colombiano, puede ser investigado, pero eso no equivale a una condena. Ahí las barras bravas de Petro se equivocan, en materia grave, porque cuando se trata de Fajardo ya está condenado, pero cuando se trata de Petro exigen la presunción de inocencia, que es por supuesto un derecho ciudadano.

La agresión de la que está siendo víctima Fajardo por parte de las barras bravas de Petro es completamente contradictoria con el llamado sistemático que le ha hecho a Fajardo para que se unan para las elecciones de 2022. ¿Al fin en qué estamos? Los ataques tienen que ver de si hay diferencias o no políticas. No es una lógica coherente.

¿Está definido no aliarse con Petro, que lanzó su propia coalición la semana pasada?

Son muchos los hechos que están señalando que son proyectos diferentes que, con toda tranquilidad, van a competir por el respaldo ciudadano y eso es parte de la democracia. Al final es positivo.

“Disidentes políticos”, una muestra de la crisis de los partidos

El Espectador lanza “Disidentes políticos”, una serie de entrevistas que se publicarán de forma semanal para dialogar con aquellas figuras que, tras permanecer años en un movimiento político, resolvieron dar un paso al costado y montar rancho aparte.

El fenómeno no es nuevo y, de hecho, se ha intensificado con el pasar de los años. Casos recientes como los de los senadores Roy Barreras, Rodrigo Lara, Armando Benedetti y Jorge Robledo evidencian la crisis que viven los partidos.

El boom de los grupos significativos de ciudadanos es otra de sus muestras. Si bien no son movimientos políticos con proyección a largo plazo, estas organizaciones, basadas en la recolección de firmas, se han ido consolidando. Apenas en las pasadas elecciones regionales, 1.253 candidatos apostaron por esta modalidad. En las presidenciales también se hicieron sentir y hay ejemplos como los de Gustavo Petro, Sergio Fajardo, Clara López y Germán Vargas Lleras.