Jorge Enrique Robledo Castillo
Bogotá, 18 de julio de 2003.
En días pasados, en la televisión mexicana, un analista decía que los pobres llegaban a 75 millones, en tanto un vocero del gobierno afirmaba que no, que apenas eran 53 millones (!). Pero sea cual fuere el inmenso número, es indiscutible que en el país que los neoliberales criollos presentan como el ejemplo de lo que Colombia lograría con el Alca, la pobreza y la miseria campean, según lo evidencian las legiones de vendedores ambulantes que cubren como un tapiz los andenes de las ciudades, los campesinos e indígenas famélicos y descalzos que no es extraño ver deambular por las calles a la caza de una limosna, las muchas barriadas sin servicios públicos y conformadas por cambuches que se encuentran con frecuencia, los miles y miles que arriesgan sus vidas para irse a trabajar como ilegales, convertidos en siervos, a Estados Unidos y las permanentes protestas de los más variados sectores sociales que marchan por las vías y se plantan en las plazas.
El descontento con lo que ocurre también quedó en evidencia con la enorme abstención que hubo en las recientes elecciones legislativas y con la notable derrota sufrida en ellas por el PAN, el partido de Vicente Fox, antiguo directivo de Cocacola que funge como presidente de los mexicanos y quien, por lo que ha hecho, probó ser un fiel heredero de los tristemente célebres dinosaurios políticos del PRI, los creadores de la llamada “dictadura perfecta” que le dieron inicio a la implantación del neoliberalismo en México.
En cuánto ridículo cae Guillermo Perry, exministro de hacienda de Samper, quien anda por ahí, proyector en mano, adiestrando grupitos para que repitan el cuento de que el tratado de libre comercio –el Nafta–, firmado entre Estados Unidos, Canadá y México en 1994, es la “prueba” de que el neoliberalismo sí contribuye con el progreso de los países sometidos a la globalización imperial. Y con cuánta desfachatez actúan el conferencista, hoy alto funcionario del Banco Mundial, y quienes, asociados con él, repiten sus actos de prestidigitación analítica.
¿Cómo explicarse que un país dotado de recursos naturales enormes y con 100 millones de habitantes inteligentes y laboriosos padezca por tan lamentable situación? ¿Y porqué si ha cumplido al pie de la letra el recetario del Fondo Monetario Internacional, hasta el punto de exportar 180 mil millones de dólares anuales, deber en el exterior 144 mil millones de dólares y haber recibido inversiones extranjeras por 53 mil millones de dólares en solo los tres últimos años? ¿No promete la secta aperturista y privatizadora que el que exporte mucho, se endeude bastante y reciba harta inversión foránea llegará al cielo?
La crisis económica y social mexicana –que por lo permanente se profundiza cada vez más y que podría estallar– se inició en 1982, año en el que su muy corrupta y antidemocrática oligarquía decidió convertirse en instrumento del proceso neoliberal de recolonización de México por parte de Estados Unidos. Como en Colombia, allí el neoliberalismo condujo a que las importaciones arruinaran el agro y a los sectores no monopolistas de la industria y le transfirió la propiedad de muchos monopolios mexicanos, privados y estatales, a los inversionistas extranjeros, a quienes también les entregó la banca, con lo que el ahorro nacional se puso el servicio de las multinacionales foráneas y de la especulación financiera. Y las tan cacareadas industrias maquiladoras mexicanas, que se presentan como la panacea, no pasan de ser factorías de propiedad de las transnacionales que importan productos ya elaborados por sus casas matrices, para luego reexportarlos, con muy poca transformación, con escaso valor agregado mexicano, principalmente a Estados Unidos. Aurelio Suárez, en su libro “Crítica al Alca, la recolonización”, señala que el 97 por ciento de los insumos que emplean esas maquilas son importados, a lo que se le agrega que el salario que les pagan esos modernos negreros a los obreros es tan bajo que apenas iguala al mínimo colombiano.
Y que nadie dude que, por las enormes diferencias en las distancias con respecto a Estados Unidos y por su mercado interno menor, Colombia solo podrá competir con México en la atracción al capital extranjero si le ofrece empresarios nacionales dispuestos a subcontratar con las transnacionales a cambio de bajísimas rentabilidades, materias primas más baratas, impuestos menores, mano de obra peor paga y mayor injerencia política en los asuntos internos de la nación, es decir, un país con ninguna posibilidad de progresar, por lo menos para la casi totalidad de su población.