Jorge Enrique Robledo
Bogotá, 13 de septiembre de 2013.
El efecto principal de las más grandes protestas agrarias de la historia de Colombia –de campesinos, indígenas, jornaleros y empresarios; sí, y empresarios– es la cada vez más amplia condena al libre comercio. Porque esa política destruye el aparato productivo, desnacionaliza lo que no arruina, concentra aún más la riqueza y aumenta el desempleo y la pobreza. Pero ya salieron los mismos que echaron el cuento de las bienaventuranzas del libre comercio a manipular los hechos y a decir que esos tratados son ajenos al desastre del país y que no pueden modificarse, cosa que es falsa, porque sí es posible renegociarlos o eliminarlos. Diferente es que los juan manueles no quieran.
Mediante dos argucias les aplican el tapen-tapen a las evidencias: mirar solo lo que va del TLC con Estados Unidos y decir que el “escaso” aumento de las importaciones de ese país en 2013 no puede explicar tanta indignación agraria.
Pero hasta el más mediocre de los analistas sabe que la importación relativamente pequeña de un producto puede hundirle los precios internos, si el mercado se halla abastecido y los compradores puede imponerlos, como ocurre con la papa y la leche. Y de “poco” no tiene nada el crecimiento de la importaciones de Estados Unidos en 2013: arroz (2.000%), aceites vegetales (200%), carne de cerdo (95%), carne de pollo (45%), vegetales procesados (37%), carnes rojas (52%) y lácteos (90%), cifras que anuncian lo mucho que aumentarán las compras año por año, por el desmonte de la protección acordado en el TLC.
Los partidarios del libre comercio también ocultan que esa política no empezó con el TLC con Estados Unidos. La desgracia arrancó con la apertura a las importaciones de César Gaviria –Santos fue su ministro de Comercio Exterior– y se ha profundizado en los siguientes gobiernos. En los años noventa, por la baja de los aranceles, desapareció casi un millón de hectáreas de cultivos transitorios (algodón, trigo, cebada, maíz, granos, etc.) y si el colapso no cubrió al resto del agro –arroz, lácteos, cárnicos, oleaginosas, azúcar, etc.– fue porque le mantuvieron aranceles de protección. Pero esa protección viene desapareciendo y desaparecerá por el conjunto de los TLC –con México, OMC, Comunidad Andina, Mercosur, Unión Europea y Alianza del Pacífico, entre otros–, realidad que explica por qué entre 2000 y 2012 desapareció otro millón de hectáreas de agricultura y que las importaciones pasaran, desde 1990, de uno a diez millones de toneladas. Y la primera víctima del libre comercio fueron los cafeteros, por el fin del acuerdo de cuotas en la Organización Internacional del Café.
La política del libre comercio de reemplazar el trabajo nacional por el extranjero no se limitó a debilitar y a abandonar la protección en frontera –aranceles y licencias–, que es el único mecanismo al que de verdad puede recurrir Colombia para protegerse frente a las muchas ventajas agropecuarias de otros países, entre ellas los subsidios de gringos y europeos, que pasan de 200 mil millones de dólares anuales. También impuso eliminar o reducir a poco los controles a los intermediarios que compran baratas las cosechas y venden caros los insumos agrícolas, los créditos baratos, la investigación científica y la asistencia técnica, todo lo cual encareció la producción y facilitó la avalancha de importaciones.
Como si fuera poco, Estados Unidos decidió mejorar su competitividad devaluando el dólar, medida que revalúa el peso y les impide a los colombianos competir, tipo de fraude cambiario que Colombia no neutraliza porque se lo impiden las concepciones del libre comercio, pues hay que saber que esas ideas cubren la totalidad de los asuntos económicos, incluido mantener los altos precios de la electricidad y los combustibles. Para darse una idea de su omnipresencia sirve saber que el TLC con Estados Unidos tiene 1.500 páginas y 23 capítulos.
Coletilla uno. El libre comercio también le ha hecho un severo daño a la industria, como lo recordara hace poco Luis Prieto Ocampo, ex presidente de la Andi.
Coletilla dos. El Pacto Agrario de Santos es un falso positivo agropecuario. Un acuerdo entre santistas, de yo con yo. Para seguir haciendo lo mismo: aferrarse a los TLC, cuando el bien del país dice que deben renegociarse. Basta con pensar en el espíritu de combo y la soberbia que los lleva a designar el nuevo ministro de Agricultura.