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EL DESEMPLEO Y EL HAMBRE AZOTAN A COLOMBIA

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Jorge Enrique Robledo

Bogotá, 18 de septiembre de 2009.

Hay demasiada hambre en Colombia. Constituyen legiones los que todas las noches se acuestan con dolor de estómago no porque comieron mucho, sino porque no comieron nada. Son miríadas los que amanecen sin saber dónde está su desayuno o si lo conocen, también saben que será miserable. Pululan los que ya ni intentan comer tres veces al día, porque sus recursos apenas les permiten hacerlo dos, si es que pueden llamarse comidas la cantidad y calidad de lo que logran llevarse a la boca, situación que en Cartagena lacera al 28% de los hogares (El Tiempo, Sept.03.09). Hay hambre en grande en Colombia, hambre de la que duele, de la que desespera. Hambre, y esto es lo peor, desde hace décadas y en aumento, porque el “libre comercio” impulsado por Álvaro Uribe ha reforzado sus causas.

 

Quien quiera comprobarlo encontrará que en las tiendas de los barrios donde viven los pobres y los indigentes ofrecen chocolate por pastillas, arroz por tasas, aceite por cucharadas. Los expendedores de leche cruda venden en los andenes el chorrito con el que pintan de blanco un pocillo de café. Es común que tras una recolecta familiar el almuerzo que compran, por así llamarlo, se reduzca a un huevo, una taza de arroz, una cucharada de aceite y un pedazo de panela. También puede constatarse que a las prostitutas más pobres les toca comprar cada día, de a una, las pastillas anticonceptivas y que la receta de infinidad de madres a los hijos que sufren dolores no pasa de unas yerbas y un “aguante, mijo”.

 

A los padecimientos del hambre hay que sumarles los sufrimientos por salud, educación, servicios públicos y vivienda. El propio gobierno de Álvaro Uribe, que pasará a la historia por haber cambiado la manera de calcular las lacras sociales para reducirlas en el papel, tuvo que reconocer que hay 20.5 millones de pobres y casi 8 millones, ¡8 millones!, de indigentes. Pero las cosas son peores en otra estadística oficial; en el Sisben hay registrados 30 millones de pobres y paupérrimos, entre 44.5 millones de habitantes. Esto ocurre después del período de mayor crecimiento de la economía de Colombia en décadas, etapa en la que se agravó una de las peores distribuciones de la riqueza en el mundo. Y como la economía cae en picada, la tecnocracia neoliberal pide que se baje el salario mínimo. ¡El hambre de los tiempos de las vacas gordas debe aumentar en los de las vacas flacas!

 

A su manera, el desempleo más los bajos salarios de los malos trabajos o los escasos ingresos del rebusque, que están en la base de todos los problemas sociales, también torturan a la llamada clase media, a la que cada vez más el régimen abandona a su suerte o la castiga, presentándola como de potentados para justificar negarle los que deberían ser sus derechos, entre ellos el empleo y el ingreso, la salud, la educación, la vivienda y los servicios públicos. Ahí está el drama de tantos pequeños y medianos empresarios –muchos tan débiles que más bien son trabajadores por cuenta propia–, a quienes con el sambenito de que no son eficientes los culpan por todos los problemas que los acosan. A quien se le antoje podrá constatar los sufrimientos de los que no aparecen en los listados del Sisben y a quienes, con ese pretexto, el Estado neoliberal excluye de toda atención.

 

Esta es la realidad que quieren reelegir, así se hable de las maravillas de un país que solo existe para unos pocos o que, para peor y en casi todos los casos, se padece bajo la tesis absurda de que maluco también es bueno, otra forma de asumir la servidumbre voluntaria que les inducen manipulándolos entre la demagogia y el miedo.

 

Coletilla uno: en el país de las desvergüenzas al que quieren acostumbrarnos, suenan nuevos descaros del partido de la U, aparato de bolsillo del Presidente: reducir el censo electoral para facilitar la reelección y agredir otra vez a la Corte Suprema de Justicia para proteger a los parapolíticos. Más razones para hundir, como se hundirá, la tercera candidatura de Álvaro Uribe.

 

Coletilla dos: con la consigna de “Por un país decente”, Carlos Gaviria se apresta a ganar la consulta del 27 de septiembre en votación en la que pueden participar polistas y no polistas y en la que se escogerá el candidato presidencial del Polo para todos los colombianos. Con Carlos Gaviria se empezarán a derrotar las indecencias que significan el desempleo, la pobreza y el hambre, la corrupción y la violencia, la discriminación, la pérdida de la soberanía y la falsa democracia, entre las otras ignominias de una lista interminable.