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ALCA Y POPULISMO NEOLIBERAL

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Jorge Enrique Robledo Castillo

Manizales, 17 de marzo de 2003.

Cuando se decidió la apertura, y ante las advertencias de que Colombia no podría competir con los productos agrícolas importados, los neoliberales hicieron demagogia sobre una supuesta capacidad de resistirle a lo extranjero y de exportar en grande, lo que a la postre condujo a la ruina y el empobrecimiento conocidos. Y ahora, cuando con el ALCA proponen la desprotección total del agro y todo el mundo sabe de los descomunales respaldos y subsidios norteamericanos a sus agricultores y productores pecuarios, la tecnocracia neoliberal –encabezada por Rudolf Hommes Rodríguez, el principal asesor económico de Uribe Vélez– salió con la baratija de que el país debe importar todo lo que sea más barato en el exterior, porque así se defiende, dice, a los débiles consumidores de los abusos de los poderosos “latifundistas” criollos.

 

Pero esta afirmación populista, que como tal despide un tufillo de pobres contra “ricos”, no resiste análisis. Es una necedad o una astucia que solo puede conducir al acabose de un país capitalista aplaudir la ruina de sus productores, y más cuando de lo que se trata es de sustituirlos por los extranjeros, estos sí auténticos magnates. Por otro lado, con la quiebra de los empresarios llamados “latifundistas” quienes más sufrirán serán sus jornaleros, sin duda los más pobres entre las clases sociales colombianas, así como también se empobrecerán los 13 millones de compatriotas localizados en los pueblos y, en últimas, toda la nación, porque la economía rural es un mercado clave para la producción urbana. Además, ¿no sabrán los hommes que solo puede haber consumidores donde hay productores?

 

Tampoco es serio decir que con el aumento de las importaciones solo sufrirán unos cuantos “latifundistas”. En el campo hay 2.3 millones de minifundios, más 492 mil propietarios de fincas mayores, pero casi todos estos a una distancia sideral de ser “terratenientes”. Por ejemplo, en el caso de los arroceros, tan vilipendiados por los neoliberales, es bueno que se sepa que en el distrito de riego de Saldaña el 97% de los predios tiene menos de 20 hectáreas. Y porcentajes similares pueden darse en casi todos los restantes productos.

 

También es obvio que aceptar la propuesta de los neoliberales llevaría a que Colombia perdiera su seguridad alimentaria nacional, es decir, su capacidad de alimentarse con los frutos de sus tierras, con lo que podría ser sometida a lo que le impusieran los países y las transnacionales a los que tuviera que comprarles la comida. ¿Y no enseña el caso del trigo que las importaciones dejan de ser baratas una vez cumplen con el objetivo de eliminar a los competidores?

 

La retórica de reemplazar la producción interna de arroz, papa, maíz, azúcar, aceite de palma, leche, huevos, pollo, cerdo, etc., por productos tropicales (palmitos, ñame, espárragos, uchuvas y babillas) daría risa, si no fuera tan grave la amenaza, por la elemental razón de que esos bienes no tienen suficientes compradores en ninguna parte. Hay que tener cara dura para presentar como una genialidad importar el maíz de las arepas de los colombianos para reemplazarlo por exportaciones de pitayas –¡un laxante!– a los gringos.

 

En Colombia urge un gran acuerdo nacional en torno a una idea que aparece en cualquier texto elemental de economía y que refuta la cartilla del Fondo Monetario Internacional: la prosperidad es el premio a las naciones que protegen y desarrollan su producción industrial y agropecuaria, pero esto exige que quienes las dirigen privilegien el consumo de lo nacional sobre lo foráneo.