Manizales, 7 de abril del 2000.
Doctor
LUIS JOSE RESTREPO RESTREPO
Director
Periódico La Patria
Ciudad
Señor Director:
El muy importante debate abierto por Orlando Sierra sobre el desarrollo de Manizales y Caldas tiene dos aspectos principales: ¿se padece por una crisis económica gravísima? Y si existe, ¿a qué o quiénes responsabilizar?
Solo un ciego negaría que Manizales y Caldas pasan por una situación económica espantosa, con tendencia a empeorar. Luego de una década de pésimos precios internos, la producción nacional de café, incluida la caldense, se ha hundido tanto que ya ni siquiera es capaz de generar el grano que se puede exportar y el que pueden tomarse los colombianos, capacidad que sí tuvo por 130 años. Y lo que es peor, la “solución” que plantean las autoridades no es la de respaldar vigorosamente a los caficultores para que se recuperen sino importar café, dándoles a los extranjeros las facilidades que se les niegan a los nacionales. Por otro lado, son bien conocidos los cierres de varias de las más importantes empresas industriales de la ciudad y los graves problemas que afectan a otras que también podrían terminar liquidadas, todo lo cual le ha servido de base al empobrecimiento y el desempleo general y a lo que cada vez más se evidencia como una hambruna.
También parece haber consenso en torno a que la última expansión industrial de Manizales tuvo origen en las normas legales que se expidieron por la avalancha del Ruiz, las cuales estimularon con fuertes subsidios estatales a unos empresarios que tomaron sus decisiones de invertir en un ambiente de protección a sus actividades, y en que, desde ese momento, prácticamente nada nuevo y de importancia se ha montado en ese sector de la vida de la ciudad. La situación se presenta tan complicada que Guillermo Trujillo Estrada, un optimista “por principios”, sostiene que “las posibilidades de profundizar en el sector manufacturero pueden ser cada día menores” y que la más sonada propuesta para reactivar la economía manizaleña consiste en privatizar la propia calzada de la carrera 23, para convertirla en una gran venta de chuzos, mazorcas y artesanías.
Con respecto a las causas de lo que ocurre, es fácil coincidir con Guillermo Trujillo Estrada cuando afirma que como “la situación del país anda mal”, la de Manizales, “por consiguiente”, también, porque “no podemos ser una isla dentro del escenario nacional”. Y agrega: “van diez años sin que se creen factorías en el país”. A tanto ha llegado el desastre que la Andi habla de la “desindustrialización” de Colombia y que las pérdidas de los cacaos son multimillonarias en dólares, en tanto intentan “salvarse” vendiéndole sus activos al capital extranjero, a pesar de que éste los está comprando a precios tan bajos que el presidente del Grupo Bavaria los considera “brutales”.
¿Será que, todos a una, los empresarios colombianos y caldenses se volvieron vagos, se quedaron sin creatividad, se convirtieron en pesimistas o no asistieron a los cursos en los que les iban a mejorar la autoestima? Ojalá fuera así de simple, pero no lo es. Lo que pasó hace diez años, con la apertura neoliberal, fue que les cambiaron las condiciones en que producían, empeorándoselas hasta el absurdo. Primero, a los pesos pluma de la economía nacional los enfrentaron, sin árbitro y sin límite de tiempo, con los Tyson de la economía mundial. Y una vez a la nación la desquició el modelo de reemplazo del trabajo nacional por el extranjero, los gobiernos, lejos de corregir, mantuvieron la política, intentaron sustituir la producción por las gabelas a la especulación financiera internacional y nacional y, para completar, el de Pastrana, dirigido por el Fondo Monetario Internacional, además decidió reducir el gasto público y subir los impuestos, haciendo exactamente lo contrario de lo que hacen los países desarrollados que entran en recesión. El agro y la industria colapsaron, entonces, porque el gobierno nacional puso a los productores a respirar en una atmósfera venenosa, al tiempo que ocultó que sin importar con cuanta ambición, entusiasmo y dedicación se siente una gallina sobre un huevo de piedra, nunca producirá un pollo. Lo que queda no sobrevive por la especial genialidad de algunos empresarios sino porque pertenece a los monopolistas, porque –por alguna razón, natural, política o económica- no ha sido sometido a la desmedida competencia internacional o porque aún no ha agotado sus reservas.
La responsabilidad que les cabe a quienes han dirigido a Manizales consiste, fundamentalmente, en que no pudieron o no quisieron ver que el neoliberalismo destruiría al país. Y para agravar el error, ahora se niegan a aceptar las causas del desastre o insisten en la más peregrina de las tesis: “de apertura y neoliberalismo no se puede hablar aquí porque eso lo deciden en Bogotá” –o en Washington, diríamos otros-, con lo que en los hechos niegan que como “la situación del país va mal”, la de Manizales, “por consiguiente”, también. Mientras que quienes dirijan a Caldas y a cada región de Colombia insistan en que la solución a los problemas se encontrará concentrando su atención y la de sus dirigidos en sus ombligos, en tanto dejan que sus competidores decidan sobre lo fundamental por ellos, nada cambiará para mejor en el país. Si para algo debiera servir la globalización es para combatir las concepciones provincianas y para aceptar que el bienestar de la parte regional depende indisolublemente de la del todo nacional, enfatizando en que la principal función de los líderes gremiales y políticos consiste en dirigir la lucha por crear y mantener las condiciones que les permitan producir a quienes, por estar ensimismados en las complicadas faenas productivas, los han escogido para cumplir con esas funciones.
Jorge Enrique Robledo Castillo