Jorge Enrique Robledo Castillo
Contra la Corriente
Manizales, marzo 18 de 1995.
Unos organizan su vida para conseguir plata. Otros la diseñan para estar tranquilos. A los más les deciden por ellos. Y a algunos nos interesan primordialmente los temas vinculados con las tesis y las hipótesis que permiten comprender el pasado y que permiten opinar sobre cómo debieran funcionar las cosas y qué hacer para lograrlo. En este último caso, buena parte del estímulo consiste en comprobar que las teorías soportan la prueba de los hechos y el éxito pleno aparece cuando lo propuesto se materializa. La anterior reflexión para comentar uno de los pocos debates que ha habido en un país en el que no suele discutirse nada, porque, por norma, las controversias se despachan aplicándoles la maquinaria a quien se atreva a disentir, salvo que por alguna razón logre romper el cerco del silencio.
Ello ocurrió cuando los obispos de Colombia propusieron que se condonaran las deudas bancarias de los caficultores y Unidad Cafetera los respaldó. De paso en ese momento por Manizales, uno de los más connotados ministros de la administración Gaviria descalificó la propuesta en un instante. De manera parecida -y en tono dogmático- opinaron prácticamente todas las voces autorizadas para analizar el tema del café, empezando por los presidentes de la república de las dos últimas administraciones. Y si hablar de condonación nos mereció el epíteto de “locos”, cuando se planteó que el perdón se debía financiar con recursos oficiales nos tildaron de “relocos”. No en vano, en la Colombia neoliberal hacer esas propuestas era como sacarle al diablo una hostia.
No fue fácil soportar el chaparrón de indirectas, y directas, que cayeron sobre los prelados y sobre quienes los acompañamos en la petición. Por suerte, en nuestro favor actuaron la gravedad de una crisis de proporciones que espantan, la justesa de lo solicitado, el inmenso y sacrificado respaldo de los caficultores rasos y de muchos que de rasos no tienen nada y algunos antecedentes históricos que aunque no eran idénticos sí resultaron invencibles, por lo menos en la parte teórica del asunto.
Así se logró condonar (aunque la palabra todavía mortifique a algunos) las deudas de los caficultores hasta tres millones de pesos y se logró también disminuir al 18 por ciento los intereses de los créditos de los restantes. Que el tope fijado sea muy bajo y que Samper hubiera reglamentado la ley en contravía con su letra para reducir el número de los favorecidos por la condonación, no le quita importancia a lo obtenido.
Pero más importante que el hecho mismo de la condonación y del respaldo estatal a los cafeteros, es que esa propuesta hubiera logrado generar un gran debate nacional, de forma que todo el mundo pudo analizarla con detenimiento, dejando de un lado las descalificaciones a priori, hasta producir un acuerdo mayoritario. Y esta experiencia, que indica que, a pesar de las contradicciones básicas, todos debemos escucharnos a todos, podría resultar crucial para el futuro de la caficultura, el cual, la verdad sea dicha, sigue estando tremendamente amenazado, como embolatado está el propio futuro del país.
Si algo requiere el futuro de los cafeteros es cabeza fría. Análisis serenos. Controversia civilizada. Porque, al fin y al cabo, no va a ser nada fácil encontrar teorías que sean capaces de darle una salida positiva al problema. Y mientras no se elaboren y acuerden propuestas correctas, no habrá como salir de la peor encrucijada que registre la historia del café del país.