Esto ocurre a pesar de que el candidato presidencial Gustavo Petro, en trino del 29 de marzo de 2021, así rechazó que Iván Duque comprara esos aviones: “Una Colombia que se gasta 14 billones de pesos en aviones de combate y otra Colombia que decide no hacerlo e invertir ese dinero en sedes universitarias y colegios. ¿Cuál cree que sería la mejor Colombia? Nosotros invertiremos esos recursos en la educación de la gente”, reclamo que le generó el entusiasta respaldo de 3.172 retweets y 11.100 likes, promesa que con cinismo hoy está incumpliendo.
Al ser difícil comprender el tamaño de la montaña de plata que busca malbaratar, sirve comparar la cifra: con ella se pagarían los 13,8 billones de pesos de deudas de las EPS a los hospitales públicos y las clínicas privadas a favor de la salud de los colombianos. O los 20 billones de la deuda histórica del Estado con las universidades públicas. O se multiplicarían por 80 los 320 mil millones anuales del programa de nutrición del ICBF.
Y no hay que comerse el cuento de que esos aviones los necesita Colombia para su seguridad nacional. Porque los poderosísimos F-16 no sirven para perseguir narcotraficantes ni para actuar en conflictos armados internos, pues son armas para guerras internacionales, entre países, riesgo del que por fortuna carecemos. ¿O el presidente Petro informará de qué país proviene la amenaza que justificaría gastarse esta suma enorme, que tanta falta les hace a los millones de colombianos empobrecidos y al aparato productivo nacional?
Para lo que sí podrían servir los F-16 de Colombia –verdad que no puede demostrarse porque ese tipo de acuerdos son secretos– sería para ponerlos bajo las órdenes de la OTAN o del Comando Sur de los Estados Unidos, poderes a los que fue tan sumiso Iván Duque y se esfuerza por serlo Gustavo Petro, ahora tan dedicado a incumplir las promesas de “cambio” con las que engañó para ganar en junio.