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El año del quiebre

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Jorge Enrique Robledo, Bogotá, 11 de diciembre de 2008

Algunos de los más fervorosos partidarios de Álvaro Uribe deben sorprenderse porque el 2008 se convirtiera en el año del inicio de su definitivo declive, a pesar de que este fuera el de sus más sonoros éxitos contra las Farc. Pero si no se mira solo este aspecto sino el conjunto de los acontecimientos, incluidas las mentiras y tropelías contra el derecho internacional que acompañaron a las mencionadas acciones, se encontrará por qué dentro de la propia cúspide uribista crece el repudio a su perniciosa y enfermiza ambición personal y a la del grupito de privilegiados que lo rodea.

La primera explicación de su descenso tiene que ver con que solo mentalidades en extremo distantes de las concepciones democráticas pueden llevar a personas ilustradas a respaldar la tiranía implícita en el tercer y el cuarto gobierno de Uribe. Incluso los jefes más sensatos del establecimiento entienden que su control económico y político sobre el país en mucho depende de que se turnen en el poder los combos que se aprovechan de la jefatura del Estado y de renovar al primer actor del circo con el que engatusan al pueblo, no resulte que se abran los ojos de tantos colombianos.

El repudio al propósito de perpetuar el uribiato crece al mismo ritmo en que aumentan las irresponsabilidades, desmanes y corruptelas que tocan con la nunca mejor llamada Casa de Nari. Solo en un gobierno cuya reelección tuvo origen en el delito de cohecho realizado entre Yidis y altos funcionarios aún sin condenar, puede darse el bochornoso espectáculo de mentiras y fraudes del referendo reeleccionista. Aunque se mencione poco, ¿alguien ha olvidado el gran número de parapolíticos encartados, por quién votaron casi todos ellos en 2006 y cómo la reforma política no hace ni el menor intento por impedir que el crimen gane elecciones, pero sí facilita que los uribistas vayan con un solo candidato, diferente a Uribe, en 2010? Así se empeñen en ocultar que la decisión definitiva ya se tomó, lo cierto es que el nuevo Presidente de Estados Unidos y su partido, al hundir el TLC, condenaron a Álvaro Uribe por su actitud ante el paramilitarismo y la parapolítica, los crímenes de los sindicalistas y casos como los secuestros y asesinatos en el Ejército que dirige Juan Manuel Santos y a los que se ha llamado ‘falsos positivos’.

En el declive de Uribe también cuenta el rápido desinfle de la economía nacional, luego de que por un lapso corto esta creciera en beneficio de unos cuantos, no principalmente por la ‘seguridad democrática’, como con engaño se dijo, sino por los influjos del auge económico mundial, el mismo que se convirtió en su contrario y que, en un gobierno como este, empeorará la suerte de los pobres y las capas medias del país. Igualmente aporta que la desastrosa política agraria –que hizo de Uribe y de Arias émulos de César Gaviria en el respaldo a las importaciones de alimentos– aumentó la inflación y el hambre del pueblo y desnudó la falacia de la baratura de la comida extranjera de los partidarios del “libre comercio”. Y ofende que la “confianza inversionista” no se les garantizara a los del común, empezando por las víctimas de las ‘pirámides’, sino a los monopolistas, principalmente extranjeros, ‘confianza’ que se asegura con dádivas como casi regalarles los recursos naturales y prácticamente eximirlos de pagar impuestos.

El aumento de las luchas sociales también indica que crece el descontento con el gobierno, al igual que confirma que nada de fondo le ha cambiado al pueblo, en lo social, lo político y lo económico, en los seis años de Álvaro Uribe. Y el tratamiento oficial a estas protestas ratifica cuán poco democrática es la llamada “democracia profunda” de la que se ufanan los publicistas del uribismo.

De acuerdo con su mayor descrédito, es bien probable que Álvaro Uribe no logre candidatizarse a la Presidencia. Y como cada grupo uribista intentará que su capo se alce con el premio mayor en 2010, seguramente no podrán unirse y vendrá una elección con varias opciones en la primera vuelta, entre ellas, la de un candidato del Polo Democrático Alternativo, partido que con 2.7 millones de votos para empezar, tiene mucho qué decir. Pero sea lo que sea, lo que el Polo no debe hacer, porque no corresponde a sus posibilidades y porque sería darle un golpe destructor a su proyecto, es servirle de estribo a candidaturas de otras banderías, con las que además guarda enormes diferencias sobre cómo defender la soberanía y la democracia auténtica, es decir, los intereses de la nación.