Jorge Enrique Robledo
Bogotá, 14 de diciembre de 2010.
Con Juan Manuel Santos cabe repetir algo dicho en esta columna al inicio de la segunda presidencia de Álvaro Uribe, pero con el fenómeno agravado por la mayor manguala política que significa la llamada “unidad nacional”. No hay Presidente más malo que quien abriga concepciones retardatarias y tiene un gran respaldo político, porque puede tomar las peores decisiones.
A pie juntillas, Santos cumple el compromiso con Uribe de continuar con sus políticas fundamentales. Guiado por la confianza inversionista, profundiza las políticas del libre comercio y el Consenso de Washington, incluidos los menores aranceles, la desnacionalización de la economía, las ventajas a la gran minería, la mayor privatización de Ecopetrol, los acueductos, el agua y todo cuanto pueda, siempre aumentándole las gabelas al capital financiero y a favor de un régimen plutocrático.
La política agraria de Santos continúa el plan de Álvaro Uribe y Andrés Felipe Arias, es decir, más importaciones por los TLC y el modelo Carimagua, entendido este como el de montar “grandes explotaciones agropecuarias” –dice Santos en su programa–, con peones y neoaparceros como si fueran campesinos. En palabras de Salomón Kalmanovitz, “El sentido racional” que “orienta” la ley de víctimas “es el saneamiento de los derechos de propiedad sobre el suelo (…) Sin ese saneamiento se dificultan las grandes inversiones, nacionales y extranjeras” en la Orinoquia. Y concluye: “El gobierno de Santos continúa con la política del anterior gobierno en este sentido”. Cabe precisar que ella también operará en el resto del país, incluso con las tierras que, primero, les restituyan a los desplazados, si es que en verdad se las restituyen. ¡Podemos estar ante el plan de mayor concentración de la tierra rural de la historia de Colombia, con algo relativamente nuevo: ¡la participación en el reparto del capital financiero y las trasnacionales! (para todas las citas, http://moir.org.co/files/pdf/DOCS.pdf).
Como parte del continuismo de la seguridad democrática, Santos nombró en el DAS al director que le dejó Uribe, a pesar de que Muñoz está acusado de participar en la “empresa criminal” que, según la misma Fiscalía, se organizó en esa policía secreta. Y así el nuevo gobierno no les grite a los presidentes vecinos, lo fundamental es que la política exterior de Colombia la sigue dictando la Casa Blanca. En cohesión social, Santos sostiene el mismo aparato clientelista, manipula a través de los medios de comunicación de manera incluso más descarada y logró lo que Uribe no pudo: Angelino Garzón dividió al movimiento obrero, al cooptar una de las centrales sindicales existentes.
A Santos hay que reconocerle la viveza de marcar algunas diferencias con Uribe, cuyo descrédito crece en Colombia y el exterior. Pero no debe perderse de vista que las controversias en el uribo-santismo son pleitos entre compadres sobre cómo lograr los mismos fines estratégicos y quién firma los contratos oficiales.
Entre las leyes del uribo-santismo sobresalen la de la sostenibilidad fiscal, calculada para enterrar los derechos sociales de la Constitución y darle más ventajas al capital extranjero; la de salud, que concreta la emergencia social que le fracasó a Uribe; la de regalías, con la que el gobierno nacional se apropia la plata con la que los municipios financian gastos importantes para ellos que el minhacienda desprecia por “chichigüeros”; y la del primer empleo y la formalización empresarial, que tras la demagogia de enfrentar el desempleo otorga nuevas exenciones tributarias a los poderosos y acoyunta a los microempresarios. También va una que les reduce a monopolios y trasnacionales los costos de la electricidad en 600 mil millones de pesos al año, plata que pagarán los demás usuarios, y otra que agrava las penas de niños y jóvenes, violando los acuerdos internacionales de Colombia.
Coletilla: Petro abandonó al Polo, y se fue muy solo a donde pueda mandar a su antojo. Se salió porque el Polo no quiso elegirlo como su presidente para entrar en acuerdos con Santos, pero sobre todo porque se negó a someterse a los criterios democráticos que consagran los estatutos del Partido. Ahora sí se supo por qué agredió tanto el proyecto histórico de unidad de la izquierda democrática. La extrema derecha que con el mayor cinismo atizó esta división terminará frustrada. Porque las bases del Polo tienen determinado que este partido llegó para quedarse y porque sus dirigentes, afinando los criterios unitarios, no le cambiarán su rumbo.