Jorge Enrique Robledo
Bogotá, 23 de julio de 2010.
Los colombianos asistimos al acostumbrado rito de ilusiones cada vez que se cambia el Presidente, rito que dura desde el día en que gana las elecciones hasta una fecha más o menos lejana al momento de posesionarse y durante el cual no puede saberse –dicen– si el nuevo jefe de Estado resolverá o no los graves problemas de la nación. Este lapso, en el que se otorga un compás de espera siempre favorable al recién electo, tiene origen en la inocencia de quienes intentan adivinar lo qué pasará y arbitrariamente le adjudican al nuevo Presidente las virtudes que ellos quisieran que tuviera o en la marrullería de los que se aprovechan del desconocimiento de tantos para inducir ciertas ideas.
Durante esta luna de miel se embellece hasta el absurdo al recién electo, olvidando, tapando o palideciendo sus peores ejecutorias, casi que convirtiéndolo incluso en otra persona. A cada frase demagógica suya o de quienes serán sus ministros, por imprecisa o inane que sea, se le imaginan poderes para resolver los problemas del país o por lo menos para lograr “grandes” avances. Llega al paroxismo lo que puede llamarse pensar con las ganas, como se dice cuando las ideas no se sacan de la realidad sino de lo que se desea, para concluir cómo será el nuevo gobierno.
El enredo crece porque no faltan los que durante las elecciones se opusieron al nuevo mandatario, pero en la confusión terminan respaldándolo o por lo menos dándole el compás de espera. Además de los que se embolatan por cándidos, también aparecen los que por alguna conveniencia personal aprovechan la confusión y cambian de bando. En esta etapa se complica el debate para quienes no siguen la corriente de moda e insisten en las razones por las que se opusieron al Presidente electo cuando era candidato.
Lo que podría llamarse una tendencia natural a la confusión que facilita el engaño se agrava cuando el flamante mandatario, como ocurre con Santos, decide como política diferenciarse de su antecesor, no porque tenga con él discrepancias de fondo sino porque entiende que debe lograr los mismos objetivos pero con sus propias maneras. Si rápido se concluye que Santos I es Uribe III, Juan Manuel Santos habrá fracasado.
En esta añagaza de venderle al comensal gato por liebre juega un rol importante centrar los comentarios en las formas de los nuevos funcionarios y en temas secundarios, y no en las principales políticas que aplicarán y que dicta Juan Manuel Santos y no sus colaboradores. Cuando se sucede a un gobierno de maneras tan detestables como el de Álvaro Uribe, resulta más fácil utilizar aspectos no fundamentales para presentarse como de verdad diferente.
El caso clásico de las ilusiones equivocadas que generan las diferencias personales puede ser el del Ministerio de Agricultura, donde se hizo famoso Andrés Felipe Arias, y no propiamente por simpático o porque no hubiera empeorado la crisis del sector. Se equivocan quienes creen que el agro puede mejorar por el simple cambio de talante del ministro o que este llega allí con su propia política y no con la del Presidente. Porque es inevitable que el drama agropecuario aumente mientras siga el libre comercio, que por sobre todo consiste en que Colombia importe lo que puede producir, política que es la de Uribe y que Santos ofreció continuar. ¡Que arroceros y lecheros en trance de quiebra por los TLC no bajen la guardia!
Ayuda a no caer en ilusiones sin sustento tener presente que Santos fue ministro de Comercio de César Gaviria, de Hacienda de Andrés Pastrana y de Defensa de Álvaro Uribe, todos neoliberales. Y no se ha arrepentido de una sola de sus ejecutorias, ni de las peores. Los nuevos ministros de Hacienda y Protección son parte de la rosca de tecnócratas que ha detallado en Colombia la aplicación del Consenso de Washington, la de Ambiente ya se puso de parte de la gran minería y el de Agricultura también estuvo en el gabinete pastranista. Aunque en el santismo existan matices alrededor de cómo enfrentar al gobierno de Venezuela, la política exterior seguirá siendo la del Departamento de Estado. Y Angelino Garzón, ex ministro de un gobierno contrario a los trabajadores, anda reclutando más angelinos y volvió a desnudar su alma: acaba de decir que la parálisis del TLC con Estados Unidos es “un triunfo de los grupos armados ilegales”, desvergüenza por la que debería pedir perdón.
Que los demócratas colombianos que se hicieron ilusiones con Obama tengan en cuenta esa experiencia.