(…)
“Y las teorías sobre cómo debían ser las relaciones entre los individuos se trasladaron a las relaciones entre las naciones. (David) Ricardo afirmó:
Bajo un sistema de comercio perfectamente libre, cada país dedica, naturalmente, su capital y su trabajo a los empleos que le sean más beneficiosos. Esta persecución de la ventaja individual está admirablemente relacionada con el bien universal de todos. Estimulando la industria, premiando la ingeniosidad y usando más eficazmente los poderes peculiares otorgados por la naturaleza, distribúyese el trabajo más efectivamente y más económicamente; mientras, aumentando la masa general de las producciones, difunde el beneficio general y consolida, por un lazo común de interés e intercambio, la sociedad universal de las naciones, en todo el mundo civilizado. Es este principio el que determina que el vino será producido en Francia y Portugal, el maíz en los Estados Unidos y Polonia y la ferretería y otros artículos fabricados en Inglaterra.
Sin embargo, lo cierto fue que la propuesta de Ricardo terminó siendo de limitada aceptación. Ya se ha visto que Francia, Alemania y Estados Unidos establecieron toda una política de protección de su industria, seguramente porque no les hacía ninguna gracia quedarse en el atraso produciendo vino en Francia y maíz en Estados Unidos, mientras los ingleses se reservaban para ellos “la ferretería y otros artículos fabricados”, como aspiraba Ricardo. Y la contradicción sobre el tema no se quedó solamente en el terreno de los hechos. Alexander Hamilton teorizó al respecto en Norte América y Friedrich List, en el relativamente tardío 1841, sustentó el desarrollo del capitalismo alemán en un texto titulado “Sistema nacional de economía política”, en el que hizo afirmaciones del siguiente tenor:
Cualquier nación que, debido al infortunio, se encuentre detrás de otras en industria, comercio y navegación, aunque posea todos los medios mentales y materiales para desarrollarlos, debe, antes que otra cosa, reforzar sus propios poderes individuales, con objeto de capacitarse a sí misma para entrar en libre competencia con otros países más avanzados (…) Las causas de la riqueza son algo totalmente diferente de la riqueza misma. Una persona puede tenerla, pero, sin embargo, si no posee el poder de producir objetos de más valor que los que consume, será más pobre… El poder de producir riqueza es, por consiguiente, infinitamente más importante que la riqueza misma... Esto es más cierto en el caso de naciones enteras que en el de individuos particulares.
Y no era que List fuera enemigo de la libre empresa, según pudo leerse en una parte de la anterior cita, una vez Alemania se capacitara “a sí misma para entrar en libre competencia con otros países más avanzados”. Lo que ocurrió fue que Smith y Ricardo representaban los intereses de la burguesía inglesa, la primera en desarrollar la industrialización en el mundo, lo que le daba incontables ventajas sobre sus competidores, en tanto List servía los intereses de los burgueses y la nación alemana, que habían empezado la edificación capitalista siglos después que los ingleses, por lo que poseían en ese momento una producción de notable debilidad relativa. Como los intereses de las partes eran concretos, las teorías que los sustentaban también eran concretas, según lo desenmascaró el propio List con la siguiente ironía sobre las tesis librecambistas en ese momento:
Es un procedimiento inteligente, pero muy común, que cuando alguien ha alcanzado la cumbre de la grandeza, le dé un puntapié a la escalera por la cual subió, para impedir que otros suban también.
Pero además de ser un patriota alemán, List fue un hombre que pugnó porque sus concepciones se aplicaran en todos los países que en ese momento podían avanzar por la senda capitalista, mediante la estructuración de políticas concretas que partieran de la base de que en el mundo no sólo existían los intereses económicos de algunos individuos y de Inglaterra —que defendía, por razones obvias, la escuela cosmopolita de Smith, como List llamó a las doctrinas de la globalización de ese entonces—, sino que existían también las economías nacionales, de cuya suerte dependía la prosperidad de las naciones y, en últimas, de todos y cada uno de los individuos de cada nación. De ahí que sus tesis hubieran sido tan importantes en la estructuración del sistema proteccionista de Estados Unidos, país donde vivió y que además le concedió el honor de nombrarlo como su cónsul en Hamburgo, luego de haberle otorgado la ciudadanía norteamericana. Y como List entendía que las políticas de nacionalismo económico tenían como adversarios en los propios países a quienes de manera inmediata se lucraban de los intercambios internacionales, así fueran contrarios a los intereses de su nación, desnudó su naturaleza en los siguientes términos:
Evidentemente, también el comercio es productivo, como la escuela afirma (se refiere a la cosmopolita), pero lo es de otro modo distinto del de la agricultura y las manufacturas. Éstas procuran bienes, el comercio sirve solo de mediador al cambio de mercancías entre agricultores e industriales, entre productores y consumidores. De ahí que es preciso regular el comercio de acuerdo con los intereses y necesidades de la agricultura y la industria, y no a la viceversa.
La escuela nos ofrece, en cambio, esta última norma invertida, cuando asume el lema del viejo Gournay (el importador francés que primero lo expresó): Laissez faire, laissez passer (dejar hacer, dejar pasar), un lema tan grato a los ladrones, falsificadores y rateros como al comerciante, y, por consiguiente, muy sospechoso como máxima. Esta inversión que sacrifica los intereses de las manufacturas y de la agricultura a las exigencias del comercio, con ánimo de que éste goce de una absoluta libertad de movimientos, es una consecuencia natural de aquella teoría que en todas partes sólo se preocupa de los valores, nunca de energías, y que considera el mundo como una única e indivisible república de comerciantes. La escuela no ve que el comerciante puede lograr un objeto, que es la ganancia de valores por el cambio, a expensas de los agricultores e industriales, a costa de las energías productivas y aun de la independencia y autonomía de la nación. A él le es indiferente, y por la naturaleza de su negocio y de su anhelo no tiene que preocuparse de qué modo los artículos importados y los exportados por él influyen sobre la moralidad, el bienestar y la potencia de la nación. Enerva naciones enteras mediante el opio y los licores. Que por sus importaciones y manejos esclavistas procure ocupación y sustento a cientos de miles de personas o las reduzca a la mendicidad, le importa muy poco, con tal de que su balance sea favorable. Cuando los mendigos tratan de sustraerse a la miseria en la patria, por medio de la inmigración, todavía logra obtener valores de cambio transportándolos a ultramar. En la guerra, abastece al enemigo con armas y municiones. Si fuera posible, vendería campos y praderas al extranjero, y después de vender la última parcela de tierra, subiría a un barco y se exportaría a sí mismo.
Es pues evidente que el interés del comerciante individual y el interés del comercio de toda una nación son cosas diametralmente opuestas.
(…)”.