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¿PROSPERAR SIN PRODUCIR?

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Jorge Enrique Robledo

Bogotá, 27 de noviembre de 2009.

En reciente visita a Bogotá, el Premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz, dijo: “Ustedes tienen en este momento una tasa de cambio que los va a matar. Va a acabar con la productividad del país y con sus exportaciones de valor agregado”, al igual que con la producción que debe competir con las importaciones, agregamos aquí. Explicó que ello tenía origen en la inversión extranjera en hidrocarburos y minería y en el dogmatismo neoliberal con el que el gobierno y el Banco de la República asumen el problema. A la pregunta de si “¿debemos tirar a la basura muchos libros de economía?”, respondió: “¡Sí, muchos! Por seguir unos textos se nos olvidó pensar”. “Es importante no casarse con un paradigma errado (…) seguimos un paradigma que no era correcto: pensar que el mercado era la solución a todos los problemas. Los pocos países que no siguieron ese paradigma les terminó yendo mejor que a los que sí”.

 

Calificó de “puro cuento” decir que Colombia no puede funcionar sin el TLC, afirmación que explicó: “Cuando México firmó con Estados Unidos, la gente creyó que iba a poder competir con China y no pudo. Por el contrario, hoy se están desmontando las fábricas en México para ponerlas en Pekín. ¿Y acaso China tiene un TLC? Pues claro que no” (La República, Nov.20.09). Mal quedaron, además, los tecnócratas neoliberales que en el Gimnasio Moderno pasaron por el vía crucis de debatir con Stiglitz.

 

Es sabido que la producción nacional está siendo destruida por su incapacidad para exportar y defenderse de las importaciones. Las avivatadas de Arias y Fernández no logran tapar que las importaciones agrarias –sin contar las ilegales– pasaron de 6 a 9,8 millones de toneladas entre 2002 y 2008 y que las exportaciones están estancadas, pero con un agravante que ilustra el café: con precios internacionales relativamente buenos, en el año cafetero que terminó en septiembre de 2009 la producción cayó de 12,5 a 8,6 millones de sacos y sus exportaciones bajaron de 11,6 a 8,7 millones de sacos, crisis que tiene en la agonía la producción empresarial y reduce la campesina a aquellas regiones en donde los costos son menores, dada la mayor pobreza y miseria.

 

Desde 1990, en el “libre comercio”, a la industria le ha ido peor que al agro, pues al fin y al cabo los cultivos tropicales no tienen –o no tenían nos dice el café– que competir con las importaciones. En 1999, una industria que ya era débil cayó el 13 por ciento, pérdida que jalonó la contracción del resto de la economía. Y en esta crisis se repite la tragedia, pues en 2009 la producción fabril ha sufrido una baja del 7,3 por ciento, caída que podría ser peor a la de 1999, si no se hubiera cambiado la metodología para calcularla. Si algo ha hecho el “libre comercio” es golpear la industria instalada en el país, particularmente la que no pertenece a las trasnacionales y la de los pequeños y medianos empresarios. Es un chiste cruel decir que Colombia puede salir adelante sin desarrollo industrial.

 

Vuelve a ponerse al orden del día el centro del debate con los neoliberales. ¿Puede Colombia resolver sus problemas sin producción industrial y agropecuaria? ¿Mientras haya inversión extranjera en minería e hidrocarburos no importa que se arruine la producción, porque esos dólares pagarán las importaciones y la deuda externa? ¿Tiene futuro el país si se especializa en minería, como en los días de la colonia española? ¿No importa que desaparezca tanto empleo porque las regalías mineras y el clientelismo impedirán que los pobres se salgan del redil? ¿Hasta cuándo se repetirá, como loros, el recetario del FMI?

 

A unos pocos, cada vez menos, vinculados a las trasnacionales o a ciertos sectores protegidos de la competencia internacional podrá irles bien, mientras al resto del país le va mal. Y ni cuenta se darán de lo que pasa los defraudadores del erario, en particular los que aprendieron a hacerlo dentro de la ley, en un país en el que cada vez es más difícil encontrar un nicho en el que los negocios lícitos prosperen.

 

Hay que insistir en no resignarse ante la destrucción de un país con enormes riquezas naturales y con 45 millones de trabajadores tan buenos como los que más. Hay que construir un proyecto de unidad nacional diseñado para sacar a la nación adelante y no para salvar a algunos mientras el país se hunde. Para estos propósitos es imprescindible unir a los campesinos, indígenas y trabajadores, a las capas medias de todas las condiciones y al empresariado de todos los sectores.