Jorge Enrique Robledo
Bogotá, 17 de abril de 2009.
Ante el empeoramiento de los problemas sociales agravados o provocados por el “libre comercio”, sus poderosos determinadores y usufructuarios suelen perorar sobre las “oportunidades” que aparecen cuando la economía sufre graves quebrantos. Es el clásico truco del que cambia de tema para evadir el pecado que le cabe en el asunto que se trata. Pero lo peor del caso es que lo de las “oportunidades” no se queda en retórica, como se evidencia ahora cuando las trasnacionales y los Estados que ellas controlan buscan aprovecharse de la crisis económica global para mantener y profundizar las mismas políticas que la causan. Que la enfermedad se cure con más del mismo veneno que la provoca, es el objetivo.
Quien no se deje confundir por algunas decisiones inevitables aun en el “libre comercio”, como usar los recursos públicos para salvar bancos y banqueros, verá que Estados Unidos, la Unión Europea y Japón, con su cancerbero, el FMI, quieren aprovechar la crisis para consolidar el neoliberalismo, por lo que machacan que toda “solución” tiene que supeditarse a lo que ellos entienden por “libre comercio”, concepto en el que cabe todo aquello que les convenga a sus intereses, incluido el proteccionismo a favor de sus países. Que los demás gobiernos de la tierra –pase lo que pase y sin importar a qué niveles lleguen el desempleo y la pobreza– insistan en importar lo que los países pueden producir, en entregarles baratas a las trasnacionales las empresas públicas y los recursos naturales, en pagar cumplidamente las exorbitantes deudas externas, en garantizar que sus pueblos trabajarán bien barato y en no cobrarle al capital extranjero los impuestos que le corresponden, es decir, que en nada limiten los dolarductos por donde los países satélites les envían el fruto de sus riquezas a las metrópolis.
Unas cuantas cifras muestran el desastre de Colombia en dos décadas de “libre comercio”, período en el que la economía ha tenido el peor desempeño desde 1951. La tasa de crecimiento nacional entre 1991 y 2008, de 3.4% anual, es igual a la de la década de 1950 y peor que la de los sesentas (5.5%), que la de los setentas (5.2%) y que la de los ochentas (4.7%). Y si se suponen crecimientos de 0% en 2009 y 2010, cosa que puede ocurrir o ser peor, en el período neoliberal se crecerá apenas al 3.06% promedio. Una auténtica desgracia para muchos, porque para que el país alcance un ingreso per cápita de tipo medio, de 19 mil dólares, capaz de darle base a una mejor vida para el pueblo, requiere crecer al 7% anual durante veinte años.
Ese crecimiento vergonzoso, además, es peor cuando se detalla, porque pocos reciben mucho más que el promedio, mientras que a legiones les toca bastante menos. En consecuencia, de 1992 a 2006, el empleo industrial cayó de 634 mil a 612 mil, en tanto los trabajadores temporales en ese sector aumentaron de 95 mil a 277 mil. Y el subempleo, entre 1990 y 2008, pasó de 13 a 39%, ¡se triplicó! Confirmando de qué se trata con el neoliberalismo, Colombia es el octavo país con mayor desigualdad social en el mundo y aquí, desde 1994, han ingresado capitales (deuda, inversiones, intereses y utilidades) por 106 mil millones de dólares, pero han salido 162 mil millones, lo que significa que, al contrario de lo que dice el gobierno, al país no lo salvan sino que lo exprimen los inversionistas extranjeros.
De acuerdo con la idea de aprovechar la crisis, Álvaro Uribe ordena: más “confianza inversionista”, consigna que resume todo el neoliberalismo y que significa otorgarles a monopolios y trasnacionales hasta las prebendas más insólitas. Para reforzarlo, salió Roberto Steiner, director de Fedesarrollo, a decir que es la oportunidad para hacer más reformas neoliberales, las cuales deben empezar por disminuir el salario mínimo y reducirles los impuestos a los monopolistas, al tiempo que se les suben a las gentes del común. Y él y sus pares también aspiran a reformas en parafiscales, pensiones y salud, las que es seguro no serán a favor de los asalariados.
Pero en Colombia y en el mundo también aumentan quienes piensan que la salida a la crisis no podrá hallarse en las mismas políticas que la causan y que, por tanto, proponen cambiar el modelo económico neoliberal por otro en el que la economía tenga como objetivo principal el mejoramiento del nivel de vida de los pueblos, en el que los países puedan proteger su producción industrial y agropecuaria, en el que el Estado no actúe con concepciones plutocráticas sino democráticas y en el que los intercambios internacionales se realicen bajo el principio del beneficio recíproco, todo a partir de que cada nación tenga el derecho a determinar lo que mejor les conviene a sus asuntos, sobre la base de ejercer sin cortapisas la soberanía nacional.