Jorge Enrique Robledo
14 de marzo de 2009
Si se considera que el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) no solo presta plata, sino que, como sus semejantes, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, condiciona sus recursos a que los países “favorecidos” actúen según sus indicaciones, un balance de sus cinco lustros exige juzgar la economía colombiana en ese lapso, cuando solo se presentó una diferencia importante entre lo que deseaba Washington y lo que se decidió en Bogotá durante el gobierno de Carlos Lleras Restrepo.
Así, el conjunto de la gestión del BID no tiene cómo defenderse aun si se acepta, pero solo en gracia de discusión, lo adecuado de los proyectos y que se financiaron con créditos de auténtico fomento al progreso de los países “beneficiados”. Carece de defensa, porque el nivel de vida de Colombia avergüenza a las gentes civilizadas y porque la atrofia de la economía nacional solo puede verse como inevitable si se ignoran las mejores experiencias de otras latitudes. ¡Y es en términos del desarrollo del capitalismo como se plantea el debate!
Las instituciones extranjeras que han orientado a Colombia evaden explicar por qué un país con más de un millón de kilómetros cuadrados de enormes riquezas naturales y 42 millones de habitantes trabajadores, inteligentes y creativos languidece en el atraso y la pobreza. ¿Por qué el capitalismo de Estados Unidos, Europa y Japón funciona con desempleos de menos de un dígito y pobrezas del orden del 10%, en tanto aquí los cesantes y los empleados en la informalidad pasan del 60% y la pobreza tortura a un porcentaje similar? ¿Por qué las economías de allá se basan en la producción de bienes de alta complejidad científica y tecnológica, mientras que la de aquí importa lo complejo y sobrevive de exportar materias primas agrarias y mineras, recordándonos a la Colonia española? ¿No requiere el progreso de Colombia configurar un vigoroso mercado interno y que sus trabajadores, con todos los derechos laborales, les agreguen valor a las materias primas nacionales e importadas?
Además, ¿cómo justificar que se importen ocho millones de toneladas de bienes del agro, cuando hay nueve millones de hectáreas con vocación agrícola y gentes de sobra para trabajarlas? ¿Constituye un triunfo para Colombia que, con la apertura, sus principales fuentes de acumulación de capital pasaran a manos foráneas? ¿No es el colmo del despilfarro formar a millones de colombianos para luego expulsarlos a que contribuyan con el progreso de otros países? La peor crisis de la historia del país, entre el siglo XX y el XXI, ¿no la causaron las políticas del Consenso de Washington? ¿No da grima oír que el país está “blindado” o “preparado” frente el tsunami económico que precipitó el estallido de la burbuja especulativa de Wall Street, burbuja con la que se aplazó el veredicto sobre el rotundo fracaso de la globalización neoliberal? ¿Es serio afirmar que las políticas de “libre comercio” modificarán positivamente la economía nacional, hasta hacerla similar a las que, sin razón, se dice que imita?
Y la tendencia del país ha sido y es a empeorar, como lo prueba que el producto per cápita de Estados Unidos fuera 5 veces mayor que el de Colombia en 1900, 11 veces superior en 1960 y 15 veces más alto en 2007.