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MANIZALES: DE MAL EN PEOR

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Jorge Enrique Robledo

Bogotá, 28 de julio de 2006.

Un análisis sobre Manizales debe partir de tres premisas. Van más de dos años del cierre del Hospital de Caldas, horror que así los que lo cerraron lo nieguen les ha significado más dolor y más muerte a cerca de medio millón de compatriotas. La ciudad padece un grado tal de retroceso y estancamiento económico y social que ya ni siquiera aumentan sus habitantes, como lo confirmó el último censo. Y en los últimos tres lustros se ha debatido sobre su futuro: unos, entre quienes me cuento, advirtiendo que las malas políticas locales y las peores nacionales iban a complicar sus problemas, y otros, encabezados por la nueva coalición al mando, ofreciendo ríos de leche y miel, ríos de los que solo disfrutan sus dirigentes.

 

Como ya es evidente que los malos tiempos nacionales, con sus golpes a Caldas, van a llegar al paroxismo con la reelección de Uribe, se mirará lo local, donde también se cumple que cualquier cosa, por mala que sea, es susceptible de empeorar. El cierre del Hospital de Caldas le sirvió a Luis Roberto Rivas, conocido dirigente del sector político que decidió clausurarlo, para llegar a la alcaldía, comprometiéndose, ¡y ante notario!, a reabrirlo si votaban por él. Y la reapertura, como era de esperarse, sigue en veremos, y eso que sus esfuerzos se han dirigido, no a recuperar lo que había, sino a volverlo un negocio. Pero lo que sí le dio su alcaldía a la ciudad fue una pista de patinaje sobre el hielo, lo que podría llevar a un compositor a cantar: “Los manizaleños no tienen hospital, pero sí patinan sobre el hielo”. A propósito, ¿cuánto han gastado las administraciones municipales en el fracasado parque Los Yarumos? ¿Cuánto más van a enterrar allí, mientras la Caja de la Vivienda amenaza con desalojar a centenares de pobres de sus casas? Y a los vendedores informales, ¿quién les atiende sus peticiones?

 

El alcalde, además, les impuso a los empobrecidos manizaleños grandes y bien poco necesarias obras por valorización, gravamen que incluso golpeará a barrios tan populares como La Enea. ¿El mismo ruido que hizo en su candidatura con la promesa de reabrir el Hospital lo hizo para anunciar estos impuestos? La valorización es una exacción de naturaleza regresiva pero que les encanta a ciertos gobernantes, porque con ella hacen obras de qué ufanarse y les da contratos a sus amigos, al tiempo en que la plata, que es la parte dolorosa del asunto, la ponen los demás.

 

Pero lo que más se comenta de la administración Rivas es la cierta tendencia faraónica que la anima y la cual se expresa, en primer término, en haber logrado que el Concejo municipal le aceptara un plan de obras que incluye gastarse un motón de plata de las próximas alcaldías. Esto, con el agravante de que parte de los votos afirmativos los logró luego de incluir en el reparto del botín burocrático a algunos de sus contradictores políticos, los mismos que, se supone, deben controlarlo. ¿Y cuál será la obra que inmortalizará al burgomaestre y que costará alrededor de sesenta mil millones de pesos? Una que si no causara tantos estropicios, sería hasta cómica: hacer un enorme cable aéreo, cambiar de sitio la terminal del transporte y desbaratar el sistema de buses y busetas de la ciudad, todo por completo innecesario. Para la gente, digo yo.

 

La historia del disparate del cable aéreo es la siguiente: hace unos años, un alcalde amigo político de Rivas invirtió en un costoso lote para montar una terminal de transporte de carga, que a la postre fracasó. Luego, otro alcalde también copartidario suyo anunció que trasladaría a dicho predio el mercadeo mayorista de víveres. Nuevo chorro de babas. Y ahora, ¡qué casualidad!, Manizales, dicen los mismos, necesita pasar la terminal del transporte para el potrero de marras y, entonces, con el pretexto que calculan perfecto, hay que montar un cable aéreo desde allí hasta el centro de la ciudad. Pero como a la terminal llegarían apenas unas siete mil personas al día y el cable podría mover 54 mil en 18 horas, que los que vienen del vecino municipio de Villamaría lleguen en buses hasta la terminal y se trasborden al cable para que este los lleve al centro de Manizales, donde tomarían otros buses que los transportarían a su destino final. El aviso del día de la inauguración podría rezar: “Como hacer difícil lo que puede hacerse fácil”. Pero a unos, claro, la vida se les habrá arreglado para siempre.

 

¿¡Ni siquiera se dan cuenta de que con este despilfarro presionan además a los chinchinenses a irse con sus asuntos a Pereira, agravando la crisis de Manizales!?