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A LA INDUSTRIA LE HA IDO PEOR

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Jorge Enrique Robledo Castillo

Manizales, 31 de mayo de 2002.

Al comentar los efectos de la apertura neoliberal en Colombia, es frecuente escucharle a los neoliberales que “al agro sí le ha ido muy mal”, como si a los otros intereses nacionales les hubiera ido bien. Hasta los más dogmáticos miembros de la secta aperturista emplean esa frase cuando se pone el tema de la crisis de campesinos y empresarios del campo, pues se sabe que las importaciones de productos agropecuarios pasaron de 700 mil a siete millones de toneladas y que, en consecuencia, desaparecieron 800 mil hectáreas de cultivos transitorios, a lo que debe agregársele el desastre del café, uno de los productos tropicales que debía compensar lo que se perdiera según la basura ideológica que propalan el Fondo Monetario Internacional y quienes le amplifican su cartilla.

 

Pero lo cierto es que las estadísticas oficiales demuestran que a la industria le ha ido peor que al agro, lo que ya es mucho decir. Según éstas, entre 1993 y 1999 la suma de los porcentajes del crecimiento de los Productos Internos Brutos anuales del sector agropecuario llegó al muy mediocre 7.35 por ciento (+1.05 promedio anual), mientras que la industria manufacturera se redujo 5.9 por ciento (–0.84 promedio anual), lo que significa una diferencia notable, del 13.25 por ciento. Y luego de un repunte en el 2000, repunte que también tuvo el agro y que se explica por la catástrofe del año anterior, la producción manufacturera volvió a decrecer 0.75 por ciento en el 2001, en tanto se espera un desempeño ridículo en el 2002. Peor, bien difícil. Y eso que no existen o están bien ocultas las cifras que discriminen a la pequeña y mediana industria de los monopolios y a los productores nacionales de los extranjeros, porque si estuvieran a la mano seguramente mostrarían que las cuentas no son peores por el aporte de las transnacionales que operan en el país, bien sea vendiendo en el mercado interno o maquilándole a sus casas matrices productos de exportación.

 

Las razones por las cuales a la industria le ha ido y le irá peor que al agro con la apertura a las mercancías extranjeras son fáciles de comprender. De una parte, porque la producción industrial no cuenta con sectores como el café, el banano y las flores, que no tienen que competir con las importaciones; ni tiene clases sociales como el campesinado, cuya economía natural y capacidad para llevar sus penurias a niveles de espanto le mejora su capacidad de resistencia a las crisis. Y, de la otra, porque las faenas agrarias siempre serán menos intensivas en uso de capital que las industriales, lo que en algo les facilita a los capitales menores competir. Para darse una idea de las enormes desventajas que han tenido que soportar los industriales colombianos en la globalización, bastan unas cifras de 1990: mientras César Gaviria hacía demagogia con financiar la llamada “reconversión” industrial del país con un crédito externo de mil millones de dólares, Estados Unidos y Japón gastaban en plantas y equipos, en solo ese año, 510 mil y 660 mil millones de dólares, respectivamente.

 

Cuando se conocen cifras como estas, y los 370 mil millones de dólares de los subsidios al campo en los países desarrollados, queda en evidencia que la industria y los cultivos no tropicales de Colombia sobreviven porque aún están protegidos, de donde también se deduce que sufrirán lo indecible si se aprueba el ingreso del país al Alca, pues éste tiene como propósito disminuir, hasta eliminarlas, las barreras que protegen la producción nacional. De ahí que hace unos días, cuando algún dirigente de la Andi expresó que “se dedicaría a preparar a los industriales para el ingreso de Colombia al Alca”, no pude dejar de pensar que seguramente buscaría volverlos expertos en la Ley 550, que es la que acuden los empresarios que se quiebran.

 

Coletilla: muy mal cayó entre las gentes del campo la decisión de Álvaro Uribe Vélez de encargar del empalme con el actual gobierno a Rudolf Hommes. Porque éste, como ministro de Hacienda de Gaviria, auspició la apertura en el agro y calificó de “pechugones” a los cafeteros que reclamaban medidas en su respaldo, al tiempo en que sostiene, y por escrito, que la Seguridad Alimentaria debe entenderse como importar la comida de la nación.