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A LA HORA DE LA VERDAD EN EL TLC

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Jorge Enrique Robledo

Bogotá, 23 de septiembre de 2005.

A veces sería mejor equivocarse, en especial cuando se hacen predicciones sobre asuntos en los que está en juego el futuro del país. Mas las advertencias que hicimos en contra de la demagogia oficial de que iba a “negociarse bien” el TLC con Estados Unidos, se han cumplido como una maldición. Y ello ha ocurrido en medio de una especie de ritual que raya en el ridículo: basta con que el gobierno de Colombia diga que va a defender algún punto, para que a continuación lo entregue. Es algo así como el arte de defender cediendo el interés nacional, cosa que han hecho en la mesa de negociación y fuera de ella. ¡Cómo serán las sonrisas que se cruzan los negociadores estadounidenses!

 

La tragicomedia empezó cuando el ministro Cano anunció que los aranceles que Colombia iba a eliminar empezarían altos, posición que se mantuvo durante quince días, hasta que la embajada de Estados Unidos rezongó al respecto. Luego se dijo que el país no eliminaría su protección al agro si los estadounidenses mantenían sus subsidios, pero a poco se les concedió a estos quedarse con ayudas internas entre 50 y 70 mil millones de dólares al año. También entregaron el Sistema Andino de Franjas de Precios, el principal instrumento de protección agropecuaria, pero como era obvio lo hicieron insistiendo en que no lo harían. Y las salvaguardias que anunciaron para trece productos y como permanentes, ya apenas las ruegan para tres. ¿Habrá algún dirigente del sector que esté dispuesto a apostar que el gobierno no cederá en esto también? Tan mal se anuncian las cosas, que la Sociedad de Agricultores de Colombia (SAC) señaló que la posición del gobierno no es la de esa agremiación.

 

A tanto llega el sometimiento de Colombia a los abusos y arbitrariedades de Estados Unidos, que el gobierno aceptó importaciones agropecuarias a precios de dumping, es decir, inferiores a los costos de producción, a pesar de que esa práctica la considera ilegal la propia Organización Mundial del Comercio. ¿No es el colmo que todo un Estado suscriba un tratado que convierte en legal la ilegalidad internacional y que ello lo haga nada menos que para que le arrebaten su seguridad alimentaria?

 

El sacrificio de la industria va a ser, como lo ha sido en los quince años que van de neoliberalismo, peor que el del agro. Recuérdese que la producción industrial ha sufrido pérdidas que no ha tenido ni en su peor momento el sector agropecuario. Y así sea con timidez, cada vez más se oyen los reclamos de sectores a los que ni siquiera les permitirán agonizar por diez años, pues serán eliminados en menos de cinco o a la vigencia del Tratado. ¿A quién representa la burocracia gremial de la industria que defiende el TLC? ¿Cómo demuestra que el interés de las trasnacionales es el de la nación colombiana?

 

Además de los conocidos efectos negativos que en farmacéutica y agroquímicos genéricos implica el TLC, es fácil demostrar que proteger más a la llamada “propiedad intelectual” de las trasnacionales agravará el atraso científico y tecnológico de Colombia. El Tratado ratificará y hará irreversible, mientras dure su vigencia, la reforma neoliberal, la cual, por ejemplo, generó un sistema de salud que mata más colombianos que la violencia que desangra al país. También empujará a la baja los ya precarios salarios de los colombianos y reducirá a casi nada la cultura nacional, al aplastarla por las expresiones culturales de los globalizadores. Y los llamados “servicios” (finanzas, educación, salud, telecomunicaciones, comercio, etc.) serán tomados por el capital extranjero, como lo reconoce el Departamento Nacional de Planeación.

 

El uribismo, de otra parte, viene adecuando el país a las exigencias estadounidenses, aun antes de acordarlas en el TLC, como ha ocurrido con el nuevo contrato petrolero, el desmonte del precio de sustentación de la leche, la ley de garantías a los inversionistas, la privatización de Telecom y el proyecto de eliminar el impuesto de remesas que pagan las trasnacionales.

 

Coletilla: los dirigentes uribistas podrán decir que con la muerte de Turbay Ayala perdieron un faro que les iluminaba el camino, pues, al fin y al cabo, cada uno escoge como su luz a quien quiera, de acuerdo a cómo se refleje en las personas y los sucesos. Pero aquí hay una historia, de ignominia por muchas razones, que no cambiará por mucha que sea la retórica con que intenten cambiarla.