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A LA HORA DEL BALANCE

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Jorge Enrique Robledo Castillo

Bogotá, 6 de noviembre de 2003.

No debe concluir el debate sobre el referendo sin darle una última mirada a lo ocurrido, así como a sus principales enseñanzas y consecuencias. Porque con independencia del resultado de las luchas políticas, y esta ha sido una de las mayores libradas en Colombia, es de importancia capital aprender de ellas.

 

La vida terminó dándonos la razón a quienes desde hace más de un año advertimos que lo democrático exige condiciones que van bastante más allá de inducir a muchas personas a votar, verdad que en últimas explica por qué los referendos han sido tan usados por tantos regímenes contrarios a la democracia.

 

En este caso, las manipulaciones bonapartistas ocurrieron en abundancia: el texto se aprobó en el Congreso bajo la amenaza de su derogatoria y contenía astucias tan antidemocráticas como el voto en bloque, las antepreguntas amañadas y la prolongación de los períodos de trece mil alcaldes, gobernadores, diputados y concejales. Se llamó a votar “contra la politiquería y la corrupción”, cuando el propósito era aplicar los acuerdos económicos suscritos con el FMI y establecer un Congreso más pequeño y, por tanto, más plutocrático. Con una propaganda irresponsable y mentirosa, a los partidarios de la abstención se nos vinculó con quienes actúan al margen de la ley. Propusieron el maniqueísmo de “referendo o catástrofe” y se hizo inocultable que se estaba ante un plebiscito para fortalecer a Uribe Vélez y preparar su reelección. Todo el peso del poder económico se usó para financiar la ostentosa y manipuladora campaña del “Sí” y se abusó del poder del Estado y su reflejo en los medios de comunicación llegó a niveles de escándalo. Se violó la ley para hacer válidos los certificados de votación del 25 de octubre y estos se usaron para presionar a muchos colombianos. Como vergonzoso epílogo de tantas maniobras, Londoño Hoyos propuso, una vez pasadas las votaciones, cambiar el censo electoral para poder ganar el referendo.

 

El otro hecho de gran importancia reside en que por primera vez, luego de trece años, los colombianos pudieron opinar sobre las políticas de empobrecimiento generalizado inherentes al modelo neoliberal. Y fue tan rotundo su rechazo, que nadie duda que el éxito de los abstencionistas tuvo como principal explicación el gran movimiento ciudadano que se dio contra medidas de un neoliberalismo clásico.

 

También se demostró lo correcto del llamado a la Abstención Activa como único mecanismo posible para impedir la victoria del gobierno en un referendo absolutista, carácter que también comprobaron las cifras: en ninguna pregunta los votos por el “Sí” bajaron del 80 por ciento frente a los del “No” más los nulos y la norma fue que superaran el 90 por ciento.

 

Por último, no tiene antecedentes en Colombia, por lo menos en su historia reciente, una derrota política del tamaño de la sufrida por Álvaro Uribe Vélez. Al ser esto indiscutible, en lo que hay que poner la atención es en sus consecuencias, dado que son inevitables y permiten conocer mejor la verdadera personalidad del Jefe del Estado.

 

Luego de hablar durante un mes, día y noche, Uribe guardó silencio por cien horas y sostuvo a Londoño Hoyos hasta cuando sus inmoralidades y disparates convirtieron su salida en otra derrota presidencial. Como otra muestra de su torpeza, en una reunión con su bancada parlamentaria trató de mensajero de los “politiqueros perfumados” nada menos que al presidente del Congreso. Y al anunciar la reforma tributaria que busca el mismo empobrecimiento de los pensionados y los asalariados que perdió en el referendo, el Presidente también anunció su propósito de refinanciar la deuda externa y reducir las reservas en dólares del país, afirmación demagógica que fue censurada por notables amigos del régimen y que tuvo que apresurarse a matizar el equipo económico del gobierno, ratificando el manejo ortodoxo de la deuda.

 

No es raro, entonces, encontrar tantos analistas afectos a Uribe Vélez reiterando una conocida e inexorable sentencia: a las personas se las conoce a fondo en los momentos de dificultades.