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FRACASO y “PASTRANAZO”

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Jorge Enrique Robledo Castillo

Contra la Corriente

Manizales, 24 de agosto de 1998.

Como se advirtió en esta columna hace años, nada bueno le dejará el neoliberalismo a Colombia. El agro agonizante y la desindustrialización del país, la disminución de las utilidades de las empresas sobrevivientes y las tasas de interés por la nubes, los peores índices de desempleo de la historia y la caída de los salarios reales, el desastre del sistema nacional de salud y las multitudes de niños sin escuela, el escandaloso endeudamiento externo e interno público y privado, la avalancha de importaciones y el déficit de la balanza comercial, el desorden de la tasa de cambio y las gabelas a los especuladores financieros, la venta a menosprecio de las empresas del Estado y las brutales alzas en las tarifas, la inflación de dos dígitos y la corrupción rampante, la justicia política, la inestabilidad de las normas, la violencia y la mayor injerencia de Estados Unidos en los asuntos internos son todas pruebas de que la apertura y la privatización no conducen al desarrollo nacional. En medio de esta situación caótica, solo le ha ido bien al capital extranjero, a los cacaos y a los que se sienten cacaitos, pero la crisis es tanta que lo extraño sería que éstos no oyeran también el crujir de sus dientes.

 

Ante esta realidad la administración Pastrana decidió enfrentar la crisis tocando únicamente el déficit fiscal -que no es la causa de la crisis ni el problema mayor-, mediante la consabida fórmula del F.M.I. de disminuir el gasto público, es decir, más recesión, menores servicios del Estado y más pobreza; y de aumentar los ingresos oficiales, o sea más impuestos y más privatizaciones, en un apretón que se sabe lo pagarán los sectores no monopolistas de la economía, las capas medias y el pueblo, los eternos sacrificados de la historia nacional y los principales afectados por la ya larga aplicación del capitalismo salvaje.

 

Pero lo peor del “pastranazo” en ciernes es que esa política no busca modificar las orientaciones desastrosas de Gaviria y Samper sino mantenerlas, a pesar de su fracaso evidente en Colombia y en todas partes, como tan bien lo indican los muchos países que se derrumban como fichas de dominó, incluidos los que las agencias internacionales de crédito presentaron como “milagros”. Así todas las frases del nuevo gobierno empiecen o terminen con la palabra “cambio” y así se aproveche de los desastres de los últimos cuatro años para justificarse, lo cierto es que lo anunciado no cambia nada de los lineamientos económicos de la administración Samper, salvo las caras en los carros del gobierno nacional.

 

De ahí que lo sensato sea vaticinar que la crisis perdurará y no que durará dos años, como anuncian desde la cúpula del Estado y como con mucha -¿o con poca?- ingenuidad repiten los más conspicuos pastranistas localizados en las cúspides gremiales del país, en una posición que no coincide con lo que les ocurre y les ocurrirá a casi todos sus afiliados. Y a Colombia le espera un futuro peor que el presente por la sencilla razón de que nadie saldrá del atraso productivo y la pobreza si pierde el manejo soberano de su economía y con él su agro y su industria, así los neoliberales quemen hasta su última neurona intentando convencer a la nación de que el devenir le sonreirá si se somete a lo que le convenga a los linces de Wall Street.

 

Casi un siglo de lenta evolución económica y los desastres de la última década enseñan que el problema de la dirección del Estado no es de nombres sino de políticas y que, como sucede con las empresas, ante una orientación equivocada no hay astucia de la gerencia que valga.

 

Coletilla: ¿Qué dirían los neoliberales manizaleños si el gobierno decidiera cobrarles por adelantado los impuestos de renta y patrimonio de los próximos dos años, siguiendo la lógica de pagar peajes y valorizaciones por obras que ni siquiera se han realizado?