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¿A QUIÉN LE SIRVE EL ESTADO?

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Jorge Enrique Robledo Castillo

Contra la Corriente

Manizales, 8 de octubre de 1996.

La implantación en el mundo del modelo neoliberal exigió desarrollar la que seguramente ha sido la más grande ofensiva ideológica de la historia de la humanidad. Fue tan grande la campaña, que por un tiempo “apertura”, “privatización”, “globalización”, “eficiencia” y los demás términos de su jerga se convirtieron en sinónimos de bueno, inteligente, progresista y honrado. Ante sus más seguros efectos, había que convencer a las víctimas arruinadas y empobrecidas de que cualquier cosa que les pasara casi que no tenía nada que ver con los seres humanos, porque todo obedecía a las exigencias de la más técnica e impoluta “ciencia económica”, la cual se presentó tras el sofisma de una supuesta “neutralidad”. Y el centro de la campaña se dirigió contra la presencia del Estado en la economía, al que, aprovechándose de las corruptelas y los malos manejos de sus orientadores, responsabilizaron de casi todos los problemas de la humanidad.

 

El contraste entre lo que se dice y lo que ocurre terminó por generar el único aspecto positivo de la apertura: un interés cada vez mayor por los asuntos de la teoría económica y por la experiencia internacional de los países que han logrado desarrollarse. Para los productores urbanos y rurales, y para todo el mundo, se volvió de vida o muerte aclarar si sus problemas pueden resolverse a partir de la aplicación de teorías diferentes o si su sino trágico apenas consiste en padecer por la aplicación de una política que evidentemente los lesiona. Y entre los asuntos que exigen especial revisión está, obviamente, el papel del Estado en la economía.

 

Una de las cosas que diferencian a los seres humanos de los animales es que los seres humanos tienen Estado y los animales no. Aunque los neoliberales intenten posar de graciosos sindicando a sus contradictores de antidiluvianos, lo cierto es que la libre competencia es la situación natural en el Reino Animal. En las primerísimas etapas de su evolución, la humanidad creó al Estado como un instrumento fundamental para poder salir de la barbarie y construir una sociedad técnica que la alejara de la simple animalidad. Desde entonces, pero sobre todo con el aparecimiento del capitalismo, el papel de las determinaciones estatales ha sido cada vez más preponderante en la economía. Como puede demostrarse, buena parte del desarrollo de las potencias se explica por una vigorosísima intervención estatal, de lejos superior a la que ejercen los países atrasados, los cuales han tenido entre sus principales carencias la falta de políticas estatales que faciliten la acumulación del capital de las burguesías nativas no monopolistas y que le brinden una cierta protección a los más pobres.

 

De ahí que, ignorancias y manipulaciones aparte, la discusión que se libra no sea si el Estado interviene o no, sino en favor de quién lo hace. Si el Estado sirve para desarrollar los capitalismos nacionales no monopolistas o si contribuye con la concentración del poder de los grupos financieros internos y externos; si estimula el progreso de las naciones atrasadas o si fortalece todavía más el poder de las potencias; si aumenta la protección de los débiles o si la debilita. Y este es el único debate que puede darse, porque si la doctrina neoliberal se aplicara a rajatabla, es decir, si el Estado dejara de definir la suerte del desenvolvimiento económico, el desorden de la producción sería tal que se desquiciaría el capitalismo.

 

El caso de los servicios públicos coloca en evidencia en qué consiste de verdad el modelo neoliberal. A la vista están quedando las múltiples disposiciones mediante las cuales el Estado le garantizará las ganancias a los inversionistas. En las privatizaciones brilla por su ausencia la creación de libre competencia. El reparto de los mercados, la escogencia de un par de operadores, la fijación de precios mínimos de venta, la enajenación del patrimonio público a menosprecio, el compromiso oficial de adquirir toda la producción y hasta los monopolios puros son todas realidades que se imponen y garantizan mediante las determinaciones oficiales y que, por supuesto, no tienen nada que ver con los cuentos neoliberales de dejar la economía a lo que determinen las fuerzas del mercado. A no ser que se reconozca que los mercados no tienen nada de libres, porque resultan modelados por las acciones oficiales y las de los monopolistas.

 

Y es obvio que la privatización de las empresas estatales no le conviene al país porque, al aumentarse los costos de sus bienes y servicios, se debilita la capacidad de competencia de los productores nacionales y la capacidad de consumo del conjunto de la población.

 

El sometimiento de los productores colombianos a la competencia externa, también ilustra el asunto. El Estado dejó sólos pero a los nacionales, porque a los de las potencias les sobran las medidas oficiales que les garantizan colocar sus productos hasta en los últimos confines de la tierra. Y que conste que lo ocurrido en Colombia también es atribuible a la acción estatal, porque los gobiernos actúan por acción o por omisión. El día en que el gobierno decidió bajar los aranceles a las importaciones de productos importados intervino en la economía, sólo que lo hizo en la aplicación del modelo aperturista, el mismo responsable del manejo cambiario y de las altas tasas de interés.

 

Coletilla: Se a vuelto común oirle a la alta burocracia privatizadora que “uno sólo trabaja bien cuando le duele su bolsillo”, y que eso explica por qué todo lo oficial funciona mal. En un país serio, esa afirmación se convertiría en cabeza de proceso, porque o estos personajes reconocen que no cumplen con las obligaciones para las cuales fueron contratados o reconocen que…