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EL LIBRE COMERCIO NO ES UNA EQUIVOCACIÓN

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Jorge Enrique Robledo

Bogotá, 30 de agosto de 2013.

Alguien se equivoca cuando mueve una mano y sin proponérselo le echa un vaso de agua encima a otro. Pero no es una equivocación tomar el mismo vaso y tirárselo en la cara al que está al lado. En este sentido, el libre comercio no constituye una equivocación; es una conspiración, que es bien distinto, de los países poderosos contra los débiles como Colombia, para reducirles a poco o a nada su producción industrial y agropecuaria, reemplazarles el trabajo nacional por el extranjero, especializarlos en minería y convertir en propiedad de las trasnacionales los negocios que sobrevivan. Estados Unidos y las otras potencias, que “chupaban el néctar con ciertas consideraciones”, decidieron venir por la lana, por el telar y por la que teje.

 

En El Tiempo del 27 de febrero de 1990, el exministro de Hacienda Abdón Espinosa Valderrama explicó que la llamada apertura de la economía –que arrancó con César Gaviria– la impuso el Banco Mundial, que le exigió al gobierno, si “quería obtener nuevos préstamos (…) comprometerse a liberar sus importaciones”, (enlace 1). Por esos días, Lester Thurow, decano en MIT, explicó que la causa de la globalización neoliberal era el “exceso de capacidad de producción” de las potencias y agregó: “el mundo sencillamente puede producir más que lo que necesitan comer los que tienen dinero para pagar. Ningún gobierno firmará un acuerdo que obligue a un elevado número de sus agricultores y a una gran extensión de sus tierras a retirarse de la agricultura”. Es obvio que no tenía en mente a los gobiernos de Colombia de los últimos 23 años.

 

Para confirmar las muchas advertencias sobre la hecatombe que el libre comercio le provocaría a Colombia, sirvieron los desastres productivos. Ya a mediados de la década de 1990, Carlos Arturo Ángel, presidente de la Andi, denunció la desindustrialización del país, la misma que nunca vio Luis Carlos Villegas, quien recibió como premio a su ceguera la embajada en Washington. Y en los primeros años de la apertura, las importaciones acabaron con 800 mil hectáreas de cultivos transitorios (trigo, cebada, algodón, maíz, soya, sorgo, etc.), desastre que no fue mayor porque se mantuvo la protección arancelaria a los otros productos (arroz, oleaginosas, azúcar, lácteos, cárnicos, papa, hortalizas, frutas), protección que con funestas consecuencias ha disminuido y desaparecerá con los TLC, como también ha ocurrido con la de la industria instalada en Colombia.

 

Por si faltaran razones para entender lo que pasa, Barack Obama, refiriéndose al aumento de las compras de los países de América Latina, dijo: “¿De qué país vendrán esos bienes y servicios? Este Presidente les asegura que esos productos serán fabricados en Estados Unidos” (enlace 2), promesa que ha respaldado con la astucia de la devaluación del dólar –que revalúa las otras monedas y mejora aún más la competitividad estadounidense– y el aumento de los subsidios agrícolas (farm bill) de 50 mil a 95 mil millones de dólares anuales, cifra semejante a la que destina con el mismo propósito la Unión Europea, que también exige su parte del botín. Y no sobra saber que los subsidios y demás ventajas industriales de las potencias –incluida Corea– son mayores que los del agro.

 

Por las anteriores razones, y otras muchas que incluso reposan en libros enteros (enlace 3), el Polo Democrático Alternativo decidió quedarse solo y ser el único partido en votar no los TLC en el Congreso, verdad que ahora intentan ocultar preocupados porque que cada vez más colombianos –como lo ilustra el reclamo democrático de campesinos, indígenas, jornaleros y empresarios– exige que Colombia se libere de las garras del libre comercio.

 

Para comprender mejor el debate que se adelanta en las carreteras y en cada rincón de Colombia, lo primero es saber que los TLC no están grabados en piedra, es decir, que pueden renegociarse por acuerdo entre los países signatarios o terminarse si uno de ellos, unilateralmente, lo da por concluido. Y lo segundo es entender, como estímulo clave para la controversia democrática que se adelanta, que los colombianos no tienen futuro próspero en un ambiente de libre comercio, así Santos y sus conmilitones, tan diestros en el arte de impostar, afirmen lo contrario y falazmente ofrezcan resolver una crisis tan profunda con paños de agua tibia, astucia calculada para que continúen las fabulosas ganancias de los extranjeros y del grupito de criollos a los que les va de maravillas, mientras se destruye el agro y la industria y el país avanza, de manera inevitable, hacia un colapso.