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LA SEGURIDAD ALIMENTARIA

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Jorge Enrique Robledo Castillo.

Contra la Corriente

Manizales, marzo 3 de 1997.

Lo efectos de la apertura sobre el agro colombiano no pueden ser peores: las importaciones agropecuarias ya van en cuatro millones de toneladas, se han perdido 700 mil hectáreas de cultivos transitorios, mucha de la producción que queda podría desaparecer y los habitantes rurales por debajo de la línea de pobreza superan el 70 por ciento. Pero lo que ocurre es bastante más grave que la evidente gravedad que reflejan esas cifras, sobre todo cuando se sabe que la política es aplicarle al país más de la misma medicina.

 

En medio de los millones de mercancías que invaden al mundo, suele olvidarse un hecho inmodificable de enorme trascendencia: sin importar cuantos computadores, automóviles, televisores y demás objetos se disfruten, los seres humanos deben comer tres veces al día, so pena de perecer. Y esos alimentos, incluidos los que parecen sintéticos y saben a plástico, son productos agropecuarios que tienen origen en el trabajo de la tierra. Además, la producción agropecuaria es clave para las sociedades de otras maneras. Ella jalona las industrias de la petroquímica, el acero y la automotriz, para solo mencionar unas pocas, la capacidad de consumo de sus productores directos es parte vital en el mercado interno de los países y los alimentos influyen en el precio de la mano de obra y, por ende, en los costos de producción de todos los sectores.

 

Este conjunto de circunstancias terminaron por crear -en los países desarrollados, primero que en ninguna parte- el concepto de Seguridad Alimentaria, el cual quiere decir que por ningún motivo se renunciará a producir en los territorios respectivos la dieta básica de las naciones, pues con ello se entraba el desarrollo y, lo que es peor, se queda sometido al definitivo chantaje de lo que quieran imponer los que monopolicen la producción de alimentos. Así se explica por qué los veinte países más ricos de la tierra gastan más de 300 mil millones de dólares anuales en subsidios a sus agricultores y ganaderos y por qué, también por ejemplo, existen los arroceros japoneses, quienes producen ese cereal a mayores precios que nadie y en las muy escasas y costosas tierras de los alrededores de Tokio. No es por casualidad que las exportaciones de productos agropecuarios de Estados Unidos ya superan los 50 mil millones de dólares al año.

 

Por otra parte, el decano de la escuela de negocios de MIT, Lester Thurow, comentó lo que ocurre en el agro mundial en unos términos que sería funesto pasar por alto: “el mundo sencillamente puede producir más que lo que necesitan comer los que tienen dinero para pagar. Ningún gobierno firmará un acuerdo que obligue a un elevado número de sus agricultores y a una gran extensión de sus tierras a retirarse de la agricultura”. Es obvio que Thurow no se refería a los gobiernos de Gaviria y Samper, sino a los de Estados Unidos, Europa y Japón. Y es obvio también suponer lo que le pasará a los países que no enfrenten la superproducción relativa de alimentos con posiciones de defensa de su agro como las que exhiben las potencias.

 

Claro que los neoliberales, que tampoco pueden negar que la humanidad tiene que desayunar, almorzar y comer a diario, dicen que el concepto de Seguridad Alimentaria hay que verlo de manera global: que lo que cuenta es que haya alimentos, sin importar donde se produzcan. De manera irresponsable, someten a millones de seres a las contingencias de las plagas y a los vaivenes del clima, que podrían producir una hambruna universal, e intentan meter el cuento de que las relaciones económicas internacionales las diseña la Madre Teresa de Calcuta y no los duros personajes que, como muestra la historia, son capaces de cualquier despropósito para sacar adelante sus propósitos.

 

Coletilla: si los Estados Unidos tratan a Colombia como la tratan cuando el país todavía no ha perdido del todo su Seguridad Alimentaria, ¿cómo la tratarán si se llega al punto de tener que importar toda la dieta básica de la nación?