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LOS NEOLIBERALES SE DESNUDAN

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Jorge Enrique Robledo Castillo

Manizales, 17 de octubre de 2002.

No fueron pocas las veces en que se nos tildó de “exagerados” cuando denunciamos que uno de los propósitos de la globalización neoliberal era eliminar una porción enorme del sector agropecuario colombiano, con el fin de importar principalmente de Estados Unidos la dieta básica de la nación, y que, cuando mucho, nos dejarían la especialización en los productos tropicales de exportación que fueran capaces de competir con los de países de condiciones agrológicas similares a las de Colombia. Y esas críticas en parte se explicaban porque los neoliberales ocultaban sus propósitos y porque incluso luego de la lectura del Plan Colombia –el documento oficial en que esa política se planteó de manera más explícita– algunos podían quedar con dudas al respecto.

 

Pero en un artículo publicado en El Tiempo el 18 de octubre pasado que todo colombiano debiera leer, Rudolf Hommes, quien luce cada vez más descompuesto en su defensa de lo indefendible, le tiró en la cara a la nación lo que él denomina “Modelo agropecuario alternativo”, que no significa otra cosa que proponer el desaparecimiento de más de dos millones de hectáreas de cultivos de arroz, papa, caña de azúcar, fríjol, maíz, sorgo y soya, entre otros, y renunciar a producir 6.5 millones de litros de leche diarios, así como a 560 mil toneladas de carne de cerdo, 47 millones de docenas de huevos y 92 millones de libras de carne de pollo al año, todo lo cual se reemplazaría –dice– con “otras cosechas que no se dan en los países ricos de clima templado”, tales como palma africana, espárragos, palmitos, ñame, hortalizas, frutas, caucho, plátano, yuca y caña de azúcar para producir alcohol, más productos de zoocriaderos y carne bovina.

 

Quien fuera ministro de Hacienda del gobierno de César Gaviria y hoy el principal asesor económico de Álvaro Uribe Vélez arguye que hay que “aprovechar los subsidios que otorgan (a su agro) los países ricos para alimentar mejor a la población local, incrementando por la vía de las importaciones” la capacidad de compra de los colombianos. Agrega que no tiene sentido producir trigo porque es mejor adquirir el que venden los gringos subsidiado y “que lo mismo es cierto en el caso de la mayoría de los cereales y los granos”. Sentencia que “lo que no producimos a un precio razonable lo deberíamos dejar importar”. Y concluye que “el mayor beneficio del comercio proviene de las importaciones, y no de las exportaciones, como nos han acostumbrado a pensar equivocadamente los mercantilistas criollos”. Habrá que agradecerle que, por fin, decidiera despojarse hasta de la hoja de parra que lo cubría.

 

De tener éxito esta posición del Fondo Monetario Internacional y el gobierno de Estados Unidos que amplifica el exfuncionario del Banco Mundial, Colombia no solo perdería sectores claves para el empleo, los salarios y la acumulación de riqueza en el país, acrecentando en proporciones insoportables la pobreza y la miseria rural y urbana, sino que, al perder su seguridad alimentaria, es decir, su capacidad para producir en el país la dieta básica de la nación, quedaría sometida al chantaje que le quisieran imponer quienes le vendieran la comida. Mas si este argumento de fondo no bastare para poner en la picota una propuesta tan contraria al interés nacional, también puede demostrarse que el disparate de Hommes tampoco resiste análisis ni en su propia lógica.

 

Es hasta ridículo soñar siquiera con que dos millones de hectáreas de agricultura y toda la producción pecuaria que quieren eliminar pueden reemplazarse con cultivos de ñame, palmitos y espárragos o con el establecimiento de zoocriaderos, porque esos productos carecen de mercados lo suficientemente grandes y sufren por competidores feroces. ¿Y no sabrá Hommes que el aceite de soya importado tiene contra la pared a la palma africana, que nadie tiene como vender un plátano más en el mercado mundial, que en carne de bovinos también podemos ser golpeados por lo foráneo, que tampoco somos competitivos en producción de alcohol a partir de caña de azúcar y que sus teorías hasta le abren camino a inundarnos de café extranjero? Además, y aun si fueran viables en el largo plazo los nuevos productos, ¿cuánto valdría montar esos negocios? ¿Quién pondría los recursos? ¿Los campesinos y empresarios arruinados por las importaciones que propone? ¿El Estado? ¿Y si le echó números a cuánto costarían las nuevas compras en el exterior y a sus efectos en las balanzas comercial y de pagos del país?

 

¿Hasta cuándo tendremos que soportar teorías que los hechos condenan en Colombia como tontas porque no han acertado en la defensa de los intereses nacionales o como astutas porque sí han acertado en la defensa de los intereses extranjeros?