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COCA Y DESASTRE AGROPECUARIO

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Jorge Enrique Robledo Castillo

Contra la Corriente

Manizales, 24 de agosto de 1996.

Según informes de prensa, el 24 de agosto iban 18 muertos y cerca de 200 heridos en las protestas de Guaviare, Putumayo y Caquetá. Hace poco, el campesinado del Huila bloqueó los accesos a Neiva. Y dos obispos, alcaldes, diputados, concejales y veinte mil caficultores de m s de cien municipios, de diez departamentos, protestaron en Armenia, como lo habían hecho antes en dos grandes marchas a Pereira y Manizales y en un paro nacional. Afortunadamente, en estos casos, sin heridos ni víctimas mortales que lamentar.

Ante estos sucesos, cualquiera se pregunta: ¿por qué, con independencia de las diferencias, millares de compatriotas disponen de sus pocos ingresos, sacrifican su tranquilidad y hasta arriesgan sus vidas para reclamar atención a sus problemas? ¿Todo el lío se limitará a “manipulaciones”, como con tanta facilidad afirman algunos?

Aunque parezca que los hechos señalados no tienen relación entre sí, lo cierto es que la tiene toda. En muy buena medida, lo que sucede “allá”, en los otrora llamados territorios nacionales, se origina en lo que ha sucedido, y sucede, “aquí”, en el resto de Colombia. Esos jornaleros y campesinos que desafían de manera impresionante gases, bayonetas y fusiles no nacieron “allá”; se fueron de “aquí”. En las zonas cafeteras y agrarias abundan las historias de los que partieron a buscar fortuna “al sur”, a pesar de que viajaron sabiendo que iban a regiones con graves problemas de violencia, insalubres, sin vías, escuelas ni hospitales. Y donde, como si fuera poco, trabajan en cultivos ilícitos que tampoco los enriquecen, porque sus ingresos apenas si alcanzan para pagar el altísimo precio de todo cuanto tienen que adquirir. Cómo estar n las cosas “aquí” para que tantos compatriotas se vayan para el infierno de “allá”, donde la plata en grande no se la ganan los productores sino los comercializadores.

Si se analiza la historia del agro se entiende lo que ocurre. La vieja miseria del minifundio y la antigua política antiagraria nacional, lejos de resolverse, se han agravado con la apertura. En los informes oficiales abundan las cifras sobre la quiebra de los productores agropecuarios, los centenares de millares de empleos perdidos y la llamada “ganaderización” del país, la cual no es otra cosa que el retiro de la agricultura de miles de hectáreas y el incremento de la concentración de la propiedad de la tierra, para convertirla en lotes de engorde donde pastan unas cuantas vacas. Pero tan mal est n todos los negocios, que hasta los ganaderos pequeños y medianos, que requieren de ganaderías rentables, han expresado su descontento.

Y este desastre lo produce la apertura. El martirologio de los cafeteros empezó con el neoliberal rompimiento del Pacto de Cuotas. A su vez, en Colombia los productores extranjeros recibieron licencias insólitas, estimulados por los subsidios de sus Estados y la baja de nuestros aranceles. Además, la pérdida del manejo soberano de la tasa de cambio significó el puntillazo para los productores nacionales, porque abarató m s las importaciones, disminuyó los ingresos de los exportadores e incrementó los intereses del crédito.

Sumadas la especulación de las transnacionales y la revaluación del peso, los cafeteros colombianos han perdido m s de tres mil millones de dólares en los últimos siete años. Y las importaciones de productos agropecuarios pasaron de 700 mil toneladas, en 1991, a 3.5 millones de toneladas, en 1995.

Entre tanto, Samper actúa como acucioso gendarme de la Casa Blanca para responder a un problema que es, por sobre todo, económico y social.