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NO ENREDAR LA PETICION

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Contra la Corriente

Jorge Enrique Robledo Castillo

Manizales, 10 de septiembre de 1996.

Las recientes declaraciones de María Mercedes Cuéllar de Martínez sobre el problema del café y la carta de los representantes gremiales en el Comité Nacional de Cafeteros al congreso de la república generaron las siguientes reflexiones:

 

Existe unanimidad en calificar la crisis cafetera como estructural, es decir, que por ella pueden desaparecer decenas o centenares de miles de caficultores. La bancarrota tiene origen en el rompimiento de los acuerdos para la comercialización mundial del café y en las maniobras de las transnacionales. ¿Cuál sería la situación sin la helada en el Brasil de hace dos años? ¿En qué nivel se colocarán los precios externos una vez se restituya la producción de ese país? ¿Qué hacer frente a los bajísimos costos de los nuevos competidores del Asia y los excedentes del grano que deprimen los precios en todo el mundo? También le aportan al problema las condiciones hostiles con que se trabaja en Colombia. Ahí están los créditos escasos y los intereses de usura, el incremento de los costos de producción, la real debilidad de la economía campesina y empresarial y hasta el error histórico de haber montado la agricultura nacional en las empinadas laderas andinas. Para rematar, la Federación de Cafeteros calcula en cerca de dos mil millones de dólares las pérdidas generadas por la política cambiaria de la apertura y con razón advierte sobre la enorme gravedad de esa situación.

 

Ante estas realidades, el neoliberalismo insiste en que su modelo es intocable, que el Estado no puede definir medidas especiales en favor de los caficultores, que el que no resista en el café que abandone el negocio y que quien desee quedarse lo haga como pueda, incrementando su productividad al ritmo que le marquen las transnacionales, la competencia externa, la inflación, la tasa de interés, los costos de producción (incluida la estratificación rural), la revaluación del peso y cualquier otra traba que le genere el espantoso manejo de la economía nacional e internacional.

 

Los tecnócratas neoliberales, que desorientan al país y que posan de sapientes repitiendo las cantinelas de sus mentores foráneos, ni se inmutan ante las desastrosas consecuencias de sus recetas. Ante cada realidad que quiebra a millares, se acomodan en sus escritorios, responden con especulaciones librescas y responsabilizan a los productores. Peroran sobre eficiencia, competitividad, globalización y otras palabrejas, pero lo cierto es que con sus manejos la inflación supera el 20 por ciento, la tasa de interés pasa del 40 por ciento, el déficit comercial sube de tres mil millones de dólares, el desempleo y la pobreza aumentan y la revaluación artificial del peso contradice hasta los manuales que les repartió el Banco Mundial hace seis años.

 

El ridículo neoliberal lo ilustra bien el caso del petróleo colombiano. Primero, se le mejoraron -y se le siguen mejorando- las condiciones de explotación a las transnacionales, para que se lleven en un santiamén ese recurso clave del país. La explicación a ese despropósito es el desesperado afán por atraer capital, porque, dicen, algo le toca a Colombia del banquete extranjero. Pero al mismo tiempo afirman que la renta petrolera de la nación debe dejarse en el exterior, pues si se trae al país puede acabar de desquiciar la economía. Curiosa la lógica de la panda aperturista: los dólares de los extranjeros, incluidos los de los especuladores y los de los créditos externos, bienvenidos sean, pero los de propiedad nacional, malditos sean.

 

Los cafeteros colombianos se equivocan si se meten en la lógica del galimatías neoliberal para pedir atención a sus problemas. Entre tanto la nación tolere un modelo económico que la arruina, cada sector debe esforzarse porque lo exceptúen de su aplicación. El mundo del café requiere de enormes transferencias estatales para su sobrevivencia. Y el argumento principal para esa petición resulta obvio: esa es una de las funciones de los Estados nacionales y los caficultores, que tanto aportaron en los tiempos de las vacas gordas y que tanto han sufrido con el neoliberalismo, poseen razones de sobra para hacer esa exigencia.