Jorge Enrique Robledo, Bogotá, noviembre 30 de 2007
Entre las cosas que no puede ignorar un presidente de Colombia tienen que estar la importancia de las relaciones económicas con los países vecinos, en especial con Venezuela, y que esos vínculos deben mantenerse y profundizarse aun cuando existan diferencias entre los respectivos jefes de Estado. Porque quien actúe en contra de estas dos verdades puede terminar haciéndoles un daño enorme a los colombianos.
Sobre la importancia del primer conocimiento anotado, Colombia le vende a Venezuela 2.702 millones de dólares, lo que lo hace el segundo importador de productos colombianos después de Estados Unidos, que adquiere 9.650 millones de dólares. Esas exportaciones tienen una importancia especial, pues el 90 por ciento son bienes procesados, en tanto el 80 por ciento de las compras estadounidenses son materias primas. Y el peso relativo de los venezolanos aumenta porque sus compras crecieron 288 por ciento en los últimos tres años, un incremento altísimo que pesa bastante en la situación de la economía colombiana, y más cuando se desacelera o entra en crisis la de Estados Unidos. En conclusión: son muchos los colombianos que en las fronteras –y en todo el país, particularmente en Antioquia, Bogotá y Manizales– trabajan y comen por los despachos al hermano país.
Lo segundo que se sabe es que, dada la importancia de los negocios entre los países, hace mucho la humanidad concluyó que estos no deben depender de las diferencias políticas o personales entre los gobernantes. Por ejemplo, mediante la aplicación del principio del “respeto mutuo”, en plena guerra fría, seguramente la época de mayor tirantez diplomática en la historia reciente, Estados Unidos, Europa Occidental y Japón, de una parte, y la Unión Soviética, China y Europa Oriental, de la otra, desarrollaron diversas relaciones económicas.
La primera vez que Álvaro Uribe atentó contra las anteriores verdades fue cuando el secuestro en Caracas de Rodrigo Granda, acto de barbarie diplomática que se saldó con no pocas pérdidas económicas para Colombia y su notoria reculada, por lo que pareció que se había aprendido la lección. También cometieron un error grave que dejó heridas los empresarios colombianos que celebraron el fallido golpe de Estado contra Hugo Chávez.
Los recientes choques entre los dos gobiernos empezaron a gestarse cuando el presidente de Colombia le solicitó al de Venezuela que le ayudara en la búsqueda del intercambio de los colombianos secuestrados por las Farc. Y aunque es frecuente oírles a los uribistas que ese fue un error de Uribe, también puede decirse que este estaba en todo su derecho de intentar otra salida a un problema que había sido insoluble. De la misma manera, y así pueda discutirse o rechazarse la decisión si se piensa en los cautivos, el presidente de Colombia también tenía el derecho de dar por terminados los servicios que le solicitó a Hugo Chávez. ¿Dónde está, entonces, el problema? Sin duda, en la forma cerril, por completo contraria a la diplomacia, como se despachó a quien era nada menos que el jefe del Estado venezolano y, además, actuaba por un favor que le había solicitado Uribe.
Los posteriores ataques a Chávez luego de la dura reacción de este, satanizándole su personalidad y sus convicciones de la peor manera imaginable, no solo no contribuyeron –ni contribuyen, barras bravas uribistas– a superar una situación de grave riesgo para los intereses de los dos pueblos, sino que la empeoraron y confirman las equivocaciones y astucias con las que Álvaro Uribe trata estos asuntos. Porque o no ha podido entender las dos verdades señaladas en esta columna o las comprende y actúa en su contra por las conveniencias de su lucha política interna o para hacerle otro favor a la Casa Blanca, casos ambos en los que atenta contra el interés nacional.
Ojalá no se deterioren más las relaciones entre Colombia y Venezuela y se libere cuanto antes a los secuestrados.
Coletilla: Para confirmar su ausencia de escrúpulos, Álvaro Uribe fue capaz de acusar a Piedad Córdoba de conspirar en su contra en una reunión en la que casi todos los asistentes eran altos funcionarios de los gobiernos de Colombia y Estados Unidos. ¿Creen que los colombianos no entendemos nada?