LA PATRIA DICIEMBRE 2 DE 1994 P.4A
La batalla -porque así hay que llamarla- por la valoración y protección del patrimonio arquitectónico caldense ha dado resultados positivos en los últimos años. Aguadas, Salamina, Marmato y los edificios republicanos del Centro Histórico de Manizales fueron declarados como parte del patrimonio nacional. Entre los especialistas existe absoluto consenso sobre los valores formales y tecnológicos de la vieja arquitectura de la región. Crece la audiencia de los que creemos que allí hay valores de nivel universal, comparables con las «arquitecturas sin arquitectos» que impresionan a sus visitantes en otros lugares del mundo. Inclusive, ya se habla de gestionar ante la Unesco la declaratoria de Salamina como patrimonio de la humanidad. A diferencia de lo que sucedía hace unos lustros, sólo la ignorancia invencible y la cínica mezquindad se atreven a proclamar públicamente que estas construcciones deben ser eliminadas sin contemplaciones.
Sin embargo, una cosa, son los evidentes avances conseguidos y otra bien distinta pensar que el patrimonio arquitectónico caldense está debidamente salvaguardado. En su contra siguen actuando propietarios que creen que en la demolición residen mayores ganancias y que es su derecho privilegiar sus intereses sobre los colectivos. Y, lo que es peor, todavía no se ha logrado que todos los funcionarios oficiales, los obligados a cuidar de estos asuntos, asuman su deber de defender esta arquitectura, por lo que suelen proceder contra ella o alcahuetean que otros lo hagan.
Tal el reciente caso de las modificaciones de las redes eléctricas de las poblaciones del departamento. En ellas, la Chec procedió a diseñar sus trabajos como si no hubiera nada que preservar, intentando deteriorar con sus intervenciones los conjuntos urbanos y hasta destruyendo sus enormes aleros. Es el inevitable costo del «progreso», se resonga con irresponsabilidad y faltando a la verdad, mientras se intenta colocar a las comunidades ante la inaceptable disyuntiva de someterse al abuso o quedarse sin mejoras en el servicio de energía. Todo dentro del criterio del economicismo ramplón, que analiza los costos-beneficios de las obras de manera unilateral y que en el fondo cree que «lo que no eche sangre, no existe».
Con esa lógica se está tratando, por ejemplo, a Salamina, la población que mejor ilustra los valores arquitectónicos más representativos del pasado regional y nacional, como lo vienen argumentando Gabriel García Márquez y Jorge Alí Triana, quienes por esas razones la escogieron como escenario para realizar la que parece ser la producción cinematográfica más costosa rodada en el país.
Ante el esperpento de las obras de la Chec, hay que insistir en que el problema más grave del patrimonio arquitectónico caldense no son la ignorancia y las apetencias económicas individuales. No. El lío, como suele suceder, también es político. Hasta el momento, ningún poderoso jefe departamental se ha colocado de verdad de su lado y, por tanto, pocos de sus funcionarios se preocupan por el asunto, aún cuando hagan declaraciones de compromiso cuando las circunstancias lo exigen. Si me equivoco que me corrijan, pero ¿hay alguna posición en serio de algún senador caldense al respecto?. ¿Decían algo sobre el tema los programas del nuevo gobernador y el del nuevo alcalde de Manizales? ¿Aún viven avergonzados los mandamases económicos, políticos y sociales del departamento de las casonas de bahareque? Inclusive, ¿promueven de verdad los encargados del turismo la arquitectura regional?.
En este caso también le corresponde a lo más avanzado de la sociedad -y a los escasos funcionarios que la respaldan- oponerse con decisión a que los atilas del “progreso” sigan destruyendo lo que constituye -de lejos- el principal aporte caldense a la cultura nacional.