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TOCONÚ ABIERTO Y TOCONÚ SOLAPADO

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Jorge Enrique Robledo

Bogotá, 25 de febrero de 2005.

La decisión de Álvaro Uribe Vélez y de sus amigos de modificar la Constitución en su propio beneficio ha cosechado, por razones harto merecidas, el repudio de los más diversos analistas. Pero tan graves como el hecho mismo, pues este desnuda el talante ventajista y autoritario de quienes lo promovieron, son otros dos aspectos que no deben dejarse pasar.

 

Primero, que en torno al presidente-candidato-ministro de todas las carteras-presentador de televisión-supremo ordenador del gasto-jefe único de su partido-Comisionado de Paz-y hasta máximo director del Poder Legislativo se ha creado un auténtico Toconú, es decir, Todos con Uribe, sin importar diferencias partidistas ni orígenes políticos, ni que varios de ellos votaron en contra suya en las elecciones pasadas. Es lo que podría calificarse como la gran capacidad de persuasión del poder y la enorme vocación de sacrificio de la clase política uribista, la cual, además, tuvo la astucia de descubrir, primero que nadie, que estaba ante el Mesías que esperaba la nación desde la Independencia. Y segundo, que el propósito reeleccionista es darle continuidad al programa económico, social y político del Presidente, que no es otro que el mismo que se viene aplicando en Colombia desde 1990 de acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI) y que ha conducido a una auténtica debacle social como producto de la desnacionalización –por quiebra, por deuda o por toma por las transnacionales– del aparato productivo del país.

 

Pero no se trata solo de denunciar las pretensiones programáticas de los reeleccionistas ni las conocidas hazañas en la conformación del Toconú, tan bien ilustradas por el servicio diplomático colombiano, convertido en altar de sacrificio de los amigos del Presidente. Sobre lo que se quiere llamar la atención es sobre la versión solapada del otro Todos con Uribe que se halla en gestación y que es tanto o más repudiable que el que encabeza el jefe del Estado. Se trata de la decisión de César Gaviria Trujillo y Enrique Peñalosa Londoño de presentarse ante el país como la alternativa a Uribe y al uribismo. ¡Qué tal! ¿Qué credenciales pueden esgrimir para reclamar que gobernarán diferente a quien quieren reemplazar? ¿En qué se diferencian de Uribe Vélez?

 

La aspiración de Gaviria Trujillo es la de sustituir al Presidente por otro, que podría ser él mismo, pero no para derrotar el programa económico, social y político del uribismo sino para continuarlo, pues, como él mismo lo ha dicho, “Mi discrepancia con Uribe” se reduce a que este no ha gobernado a través del partido liberal, con cuya jefatura o candidatura busca el ex secretario de la OEA seguir sacrificándose en bien de los colombianos, como lo hiciera en Washington por una década. Y el sueño de Peñalosa es el de quien ha sido tan enfático en decir que “no voy a respaldar ninguna oposición frontal al Jefe de Estado” que tuvo que salir a explicar que “no soy el plan B de Uribe”, plan que consistiría en convertirse en candidato presidencial de los uribistas de todos los pelambres si se hundiera la reelección en la Corte Constitucional.

 

Ante el peso de los enormes poderes que explican por qué mantiene su vigencia en la política nacional, no debe sorprender que quien le hizo tanto daño al país con la instauración del neoliberalismo se sienta con arrestos para tratar de regresar a la jefatura del Estado o de señalar a dedo al Presidente. Y lo mismo puede decirse de quien, además de su neoliberalismo, puede esgrimir a favor de su aspiración presidencial el tener el respaldo unánime del Club de Jardinería de Bogotá.

 

Es el conocido propósito de perpetuar, con otros nombres y los mismos métodos, las prácticas políticas que han sido tan características del país y que se resumen en poner a los colombianos a escoger entre personas diferentes, pero que tienen el mismo programa, de manera que los verdaderos detentadores del poder –que en este momento son los favorecidos por el neoliberalismo– nunca pierdan. Que cambien, sí, los politiqueros que al ganar las elecciones adquieren el derecho a repartir las partes relativamente menores del botín burocrático y a cobrar su respectivo peaje, pero no los que se aprovechan de lo que establece la cartilla del FMI. Que gobiernen los Turbay, pero al servicio de las transnacionales y los Echavarría Olózaga.

 

Lo nuevo podría estar en que se unieran en la defensa del trabajo, la producción y la soberanía fuerzas tan variadas y tan grandes que derrotaran a los dos Toconú, propósito que ya tiene a su favor un elemento clave: la precandidatura presidencial de Carlos Gaviria Díaz.