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SAL A LAS HERIDAS DE LOS CAFETEROS

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Jorge Enrique Robledo

Bogotá, 30 de marzo de 2012.

Hay gran molestia entre los cafeteros. Entre los pequeños, los medianos y los grandes, los campesinos y los empresarios. Y no es para menos. Porque la cosecha es la menor desde 1976, los precios externos e internos del café caen en picada y, como sal en las heridas, el presidente Juan Manuel Santos se empecina en aumentarle la contribución al café, ese impuesto especial que maneja la Federación de Cafeteros, a la que la Contraloría acaba de acusar de manejos irregulares en el Fondo Nacional del Café, con un detrimento patrimonial de sesenta mil millones de pesos.

 

Si las cuentas por fin le salen este año a la Federación, la cosecha apenas superará los siete millones de sacos. Para entender la escasez de esa cifra basta con saber que en 1991 pasó de 16 millones. Cuánta caída en el ingreso, pobreza, desempleo y ruina, directa e indirecta, hay tras esas cifras. La situación de hoy es, además, el agravamiento de una crisis que con altibajos lleva veinte años, desde cuando se entronizó el libre comercio en el mundo cafetero, drama larguísimo que a muchos les ha agotado la capacidad de resistencia.

 

También como una expresión de la crisis, el país carece de inventarios de café, porque no hay excedentes y se vendieron los nueve millones de sacos que había en bodegas en 1991, se esfumó el enorme patrimonio del Fondo Nacional del Café y no andan nada bien sus finanzas. Hasta ocurrió lo impensable. En 2011, la mitad del café que bebimos los colombianos –743 mil sacos– fue extranjero, y eso sin contar el contrabando. ¡El país que no es capaz de producir el café que puede vender, ni en el mercado externo ni en el interno! Crisis muy profunda que también se expresa en la notable pérdida de participación del grano de Colombia en el mercado mundial –que creció de 92 a 134 millones de sacos entre 1990 a 2010–, de donde ha sido desplazado por países que han afrontado mejor las circunstancias.

 

¿Y las causas? Sin duda cuentan la inseguridad en las zonas productoras y el invierno. Pero hay mayores. La revaluación está liquidando al agro y a la industria. Y el gobierno, neoliberal hasta el absurdo, ni se inmuta, porque, ingenuidades aparte, hay poderosos que ganan así. Si se mira desde 1990, en la base de la crisis se hallan los bajos precios del café impuestos por las trasnacionales, precios que se transmiten de uno a uno al mercado interno. También es determinante la incapacidad de los gobiernos y la Federación para enfrentarla. Se dejó envejecer los cafetales, según prueban las cifras que se dan de renovaciones, y los plantíos no han podido abonarse y atenderse como se debiera.

 

En medio de este drama, el ministro de Hacienda ratificó en el Senado que el gobierno se propone aumentar la contribución cafetera que administra la Federación, incrementándola del alto nivel de seis centavos por libra en el que ya está. Si esa idea era inconveniente en noviembre pasado, cuando Santos la anunció, ahora es un despropósito, casi una provocación, porque entre esa fecha y hoy el precio interno cayó de 962 a 659 mil pesos por carga, con lo que el gravamen al café ya no castiga las ganancias –si las había– sino las pérdidas. ¿Sacarles más plata de los bolsillos a unos cafeteros empobrecidos? Y después preguntan que por qué andan indignados.

 

Mención aparte merece que Juan Manuel Santos pretenda aumentar, con más gravámenes, los recursos que administra la Federación de Cafeteros, preciso cuando la Contraloría General de la República la acaba de acusar de un detrimento patrimonial de 60 mil millones de pesos de recursos del Fondo Nacional del Café. El ente de control considera ilegal que Eco Seguros, de propiedad del Fondo y que administra la Federación, le donara a esta entidad treinta mil millones de pesos, por ser una transferencia de recursos públicos a un privado que prohíbe la Constitución. También rechaza que la Federación le cobrara al Fondo 21 mil millones de pesos por administrar dineros que no son de este sino de terceros. Y le imputa cargos por haber dejado perder otros nueve mil millones de pesos en empresas del Fondo en liquidación.

 

Coletilla: en Colombia la gasolina es más cara que en Estados Unidos porque paga impuestos del treinta por ciento y Ecopetrol cobra por su petróleo precios altísimos. De esta forma los colombianos le pagan al Estado parte de los impuestos que no se les cobran a monopolios y trasnacionales.