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RETRATO DE CUERPO ENTERO

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JORGE ENRIQUE ROBLEDO

Contra la Corriente

Manizales, 26 de Agosto de 2001.

 

El ministro de Agricultura, Rodrigo Villalva Bustillo, se la pasa el día hablando de las maravillas de la gestión oficial en el campo. Sobre dos aspectos insiste en cabalgar: que el agro creció el 4.6 por ciento en el 2000 y que los recursos de crédito llegaron a lo que suena como una gran suma. Pero unas cifras están infladas y la otras se vuelven en su contra.

 

Alfonso López Michelsen puso en ridículo el supuesto crecimiento del campo en un artículo titulado “Alicia en el país de la hortalizas”, al comentar que, según los datos del ministerio de Agricultura, el 55 por ciento (!) de ese aumento se explica por el incremento de la producción de lechugas, zanahorias, acelgas y demás. Y la Contraloría General de la República demostró con análisis y cifras la ironía del expresidente: “la valoración de la producción de hortalizas está sobrestimada”, concluyó (Economía Colombiana, abril de 2001). En ese documento también se dice que el poco crecimiento que haya podido tener el agro obedece a los esfuerzos de la economía campesina, los cuales se dan sin ningún respaldo oficial. Todo se limita a que el campesinado, en su racionalidad, se enfrenta a las crisis reventándose para ampliar su área de cultivo. Siembra más, pero descansando menos, comiendo menos, educándose menos, y recibiendo por su trabajo lo mismo o menos que antes.

 

La gran bulla sobre el aumento del crédito de Finagro también queda en nada cuando se analizan las cifras. Si los 598 mil millones de pesos que dicen se prestaron en el primer semestre del 2001 se dividen entre los 2.5 millones de fincas existentes, a cada una le toca de a 239 mil pesos. Pero como sólo 33 mil millones fueron a pequeños y medianos productores, la cosa es peor. Si éstos se distribuyeran entre las 537 mil familias que tienen cafetales de menos de cinco hectáreas, les tocaría de a 61 mil pesos a cada una. Y en la información oficial hay un detalle que no puede dejarse pasar: “los préstamos se han entregado, principalmente, para capital de trabajo para comercialización de productos de origen agropecuario”. ¿Por qué no separan, y le dicen al país, cuánto fue a comerciantes y cuánto a productores? ¿Entre lo destinado al comercio hay financiamiento a importaciones agropecuarias? El colmo sería que se vanagloriaran por la plata que les dan a los que intermedian la ruina del agro nacional.

 

Y el retrato se completa con las declaraciones del viceministro de Agricultura, Luis Arango Nieto, miembro del estrecho círculo que rodea al presidente de la República. El Tiempo del 5 de julio de 2001 informa de las opiniones de Arango Nieto sobre las enormes importaciones agropecuarias diciendo que “desde el punto de vista del abastecimiento del país él no lo observa como algo negativo”; y en esa misma entrevista este funcionario, que se supone debe defender al agro nacional, le puso la lápida al campo cuando textualmente agregó: “el país no tiene que producir todo lo que necesita, sino que los colombianos deben tener acceso a productos más baratos y competitivos”.

 

Si la política agraria consiste en conseguir comida más barata, sin importar donde se produzca, poco quedará en el país pues no somos “competitivos” en nada. En unos casos, porque literalmente nos aplastan los 370 mil millones de dólares en subsidios directos al agro de los países desarrollados, más los indirectos que también abaratan sus productos agrícolas: ochenta mil millones de dólares en energía eléctrica, entre cien y doscientos mil millones en transporte y el 50 por ciento en el costo del agua (revista Foro Arrocero Latinoamericano, mayo de 2001); y en otros, nos barren niveles de vida tan miserables como los vietnamitas, los tailandeses o los ecuatorianos.

 

Todo lo que sobrevive en el agro nacional aún está protegido. Entre paréntesis, los aranceles que pagan las importaciones de algunos productos, los cuales dan una idea de las diferencias entre los costos internos de producción y los precios internacionales: maíz amarillo (49 por ciento), arroz (72 por ciento), frijol soya (40 por ciento), sorgo (49 por ciento), azúcar (46 por ciento) y trozos de pollo (102 por ciento). Además, si no estamos inundados de leche es porque hay cuotas que lo impiden.