Jorge Enrique Robledo
Manizales, 29 de diciembre de 2005.
Como el café es algo demasiado importante para dejarlo en manos de la alta burocracia cafetera y el gobierno, insistamos en el tema. Por fin salió Gabriel Silva, Gerente de la Federación de Cafeteros, a explicar con alguna amplitud el por qué de las importaciones, las cuales son bastante mayores de lo conocido, pues en 2005 llegarán a 900 mil sacos, si también se cuentan 500 mil que entran de contrabando (La Patria, Dic.29.05).
Lo malo de la explicación de Don Gabriel es que deja muchísimo que desear, pues reduce el problema a un solo aspecto cuando afirma que “el pecado no es que se importe el grano, sino que se atente y se engañe al país”, refiriéndose a que los tostadores están vendiendo en el mercado interno, y como colombianos, cafés ecuatorianos, peruanos y vietnamitas. Y sobre el fraude, además, Silva calla algo que no puede seguir silenciando sin comprometerse en materia grave: en el senado mostré una carta de Jan Bestebreurtje, hombre de la Federación de Cafeteros en Europa, en la que este, Roberto Vélez y otros altos directivos de la Federación aparecen conspirando, a favor de Colcafé, Lukafé y Aguila, para engañar a los consumidores, metiéndoles como nacional café extranjero. ¿Por qué no habla de esto? ¿Y por qué no sanciona a los implicados?
Con todo y lo detestable que es el fraude a los consumidores, este no es el peor aspecto de las importaciones, según afirma la alta burocracia cafetera para evadir la responsabilidad que le corresponde en el caso. Pues importar café sin trampa también mostraría el rotundo fracaso de una política que hizo que los caficultores colombianos no sean capaces de producir el grano que pueden vender en el exterior y en el país. ¿Cuántos ingresos de menos reciben por no producir el café que se importa? ¿Y cuántos empleos se pierden? Porque lo que debe hacerse no es escoger entre exportar o vender en el mercado interno, como dice Don Gabriel, sino exportar y, además, vender en el mercado interno, que fue lo que se hizo por más de un siglo.
Enfrentar el problema que reflejan las enormes importaciones de café exige reconocerlas como indeseables y relacionarlas con una producción insuficiente, así como lograr el serio respaldo del gobierno para cualquier solución que se defina y analizar sin dogmatismos la posibilidad de sembrar en el país café destinado a producir granos de calidades inferiores. ¡Y cómo es de discutible la afirmación de que en Colombia no pueden sembrarse cafés robustas porque se daña la imagen del grano nacional en el exterior! ¿Será que las trasnacionales ignoran que aquí circulan casi un millón de sacos de café extranjero de pésima calidad y que una parte de este podría exportarse, fraudulentamente, como colombiano?
Es probable que Don Gabriel y su gente no le hubieran puesto la debida atención a la crisis cafetera por estar dedicados a lo que puede ser un gran negocio, pero del cual excluyeron, con todo cuidado, a los productores del grano. El negocio es de enormes alcances porque se trata de explotar las marcas Juan Valdez y Café de Colombia en miles y miles de puntos de venta en todo el mundo. Tan bueno pinta que pusieron en su junta directiva a José Roberto Arango, exasesor del Presidente Uribe Vélez, y acaban de colocarlo bajo la jefatura de Ricardo Obregón, ex presidente de Bavaria-SabMiller. Y que el propósito fue sacar a los caficultores de la parte principal de este negocio se demuestra porque no se montó como una propiedad del Fondo Nacional del Café, que es el dueño de las marcas y estas son la clave de toda la operación, sino que se lo entregaron a Procafecol, una sociedad anónima que se enriquecerá actuando como simple intermediaria de las marcas y que está destinada a ser controlada por unos cuantos inversionistas nacionales y extranjeros.
Ni siquiera si las marcas se registran a nombre del Fondo del Café y se dice cuánto valen, cosas que la Federación se ha negado a hacer y sobre lo que Silva no dijo ni pío en sus últimas declaraciones, este negocio debe seguir como está. Los cafeteros tienen el derecho a usufructuar el ciento por ciento del rendimiento de unas marcas que les pertenecen y que han valorizado con su plata, y la alta burocracia cafetera debe trabajar para ellos y no para un puñado de inversionistas desconocidos. Que Procafecol pase a las manos del Fondo del Café debe ser la exigencia de los caficultores de toda Colombia.