Prólogo
Una experiencia de izquierda para la Colombia de hoy
Jorge Enrique Robledo
Bogotá, 11 de febrero de 2008.
Tuve el gusto de conocer a Jaime Piedrahita Cardona en la campaña que preparó las elecciones de 1978, cuando siendo senador fue candidato a la Presidencia de la República por el Frente por la Unidad del Pueblo (FUP), convergencia de izquierda de la que hicieron parte, entre otros, el sector de la Anapo que él y José Jaramillo Giraldo dirigían, el Movimiento Amplio Colombiano (MAC), el Movimiento Independiente Liberal de Consuelo de Montejo y el MOIR, donde yo militaba desde 1971. Desde el principio quedó claro entre los moiristas que en esa alianza nos habíamos encontrado con dos dirigentes políticos de calidades especiales, con quienes seguramente lograríamos coincidencias que irían más allá de los comicios. Y así fue. Con José Jaramillo Giraldo, demócrata y tribuno excepcional, desarrollamos una cálida amistad hasta al final de sus días, al igual que con Solita, su queridísima esposa. A Jaime Piedrahita nos siguen uniendo una amistad entrañable y grandes coincidencias sobre los asuntos fundamentales de la vida del país, lo que no es sorprendente si pensamos en la gran estima que tuvo por él Francisco Mosquera, el inolvidable fundador del MOIR, quien siempre lo valoró como uno de los más valiosos dirigentes políticos colombianos, dadas sus virtudes personales, su indeclinable posición en defensa de los desposeídos y el valor con el que luchaba, y lucha, por la soberanía nacional y una democracia auténtica en Colombia.
El libro que el lector tiene en sus manos es sobre la vida de Jaime Piedrahita Cardona, pero es más una historia de Colombia vista a través de los ojos de un demócrata que con agudeza insiste en advertir que las transformaciones del país no han llegado donde el progreso nacional lo requiere, tal y como lo refleja el nombre de la obra: “Colombia: una revolución siempre aplazada”. Por sus páginas pasan la gesta comunera, la Independencia del yugo español, Gaitán, el fraude contra la Anapo, las violencias que azotan el país, el neoliberalismo y el Polo Democrático Alternativo, entre otros hechos de importancia. Y los sucesos se suceden contados con un agradable estilo y por quien entendió bien el país en el que le tocó luchar, pues participó con relevancia en la liza política colombiana por muchos años y mantiene su interés por los asuntos nacionales, a los que estudia y analiza con rigor intelectual. Quien lea esta obra ganará en comprensión sobre lo que es una visión democrática de la vida nacional.
El caso de Jaime Piedrahita Cardona, miembro de una familia acomodada de Medellín y amigo de juventud del pintor Fernando Botero y de Carlos Jiménez Gómez, representa un buen ejemplo de quien pugna por poner sus aspiraciones políticas al servicio de la gente y no la gente al servicio de sus aspiraciones, actitud a la que se aferra y que constituye la primera virtud que debe tener un político que aspire a llevar una vida respetable. Porque si bien pudo actuar con facilidad dentro del establecimiento, prefirió buscar la razón en los desiertos de la oposición, el único sitio donde puede residir la verdad, o al menos partes importantes de ella, en un país gobernado desde hace décadas por los sectores más retardatarios de la sociedad colombiana.
Y en la medida en que la lucha le hizo más precisas y profundas sus verdades –porque solo en la práctica puede avanzarse en el conocimiento de la verdad–, el valor que lo acompañó desde siempre –esa otra virtud indispensable de la que hablaba Francisco Mosquera– le permitió a Jaime Piedrahita asumir con toda firmeza las realidades con las que se encontraba, las cuales en Colombia, inevitablemente, llevan a plantearse con todo rigor el problema de la soberanía nacional, cada vez más perdida frente a las determinaciones de la Casa Blanca.
El momento es propicio para hacer unos breves comentarios sobre la crisis nacional y sus causas, y las ideas principales que no puede ceder la izquierda si no quiere caer en la traición, en medio del ventarrón reaccionario que pasa por el mundo y por Colombia y en cuyas redes pueden caer quienes no se aferren a sus principios. Como bien lo señala Jaime Piedrahita, el neoliberalismo ha fracasado en la teoría y en la práctica para resolver los acuciantes problemas económicos, políticos y sociales del país y del mundo, y eso concediéndole que ese era su propósito, que no lo era, porque de lo que se trata es de un modelo de pillaje de estirpe colonialista al que adornan con retórica hueca. A la vista están las cifras de las bárbaras carencias de la humanidad, y eso que la economía disfruta de un período excepcionalmente bueno. ¿A qué nivel llegará el sufrimiento de los pobres y los paupérrimos si la economía de Estados Unidos termina por hundirse, y con ella la del mundo y la de Colombia? Además, y como también lo plantea el autor del libro, bajo el azote de la dominación del imperialismo norteamericano no podrá resolverse ninguno de los problemas nacionales. Si en algo tampoco puede caerse en nombre de la izquierda es en ofrecerle al pueblo el serio mejoramiento o la solución de sus problemas, pero abstenerse de atacar sus orígenes, y ellos están, como nadie informado puede negarlo, en las imposiciones de Washington, las cuales aplica la minoría que controla a Colombia porque ella no solo no padece, sino que gana, por intermediar esa dominación en contra del interés nacional.
Piedrahita también acierta en señalar como equivocada la lucha armada como instrumento de la acción política en Colombia, pero la gracia es que eso lo planteó en unos días en que dentro de la izquierda era muy fuerte la idea contraria, hasta el punto que se nos negaba ese carácter a quienes solo actuábamos dentro de los estrictos parámetros de la resistencia civil. Sin duda que las posiciones de Jaime también han contribuido a que hoy prevalezca la idea en la izquierda de que sus fuerzas no podrán vencer si por acción o por omisión se auspicia la lucha armada y cualquier acto terrorista.
En la vida de Jaime Piedrahita Cardona se expresan las dos ideas que según Carlos Gaviria deben marcarle el rumbo a la gran unidad nacional que se necesita para avanzar en el propósito del Polo de conducir a Colombia hacia la solución de sus problemas: “Sin sectarismos y sin ambigüedades”, es decir, espíritu democrático para relacionarse dentro y fuera de la organización y máxima amplitud en el proceso unitario, pero meridiana claridad en que la convergencia tiene como norte transformar profundamente a Colombia, alejándola del orden inicuo al que está sometida. El Frente por la Unidad del Pueblo que Piedrahita abanderó es, entonces, por su propuesta unitaria y su defensa de la soberanía y la democracia auténtica, parte de la tradición que la izquierda colombiana no podrá abandonar sin desnaturalizarse.