Jorge Enrique Robledo
Bogotá, 13 de enero de 2006.
En Colombia, donde nunca ha existido un verdadero proyecto de desarrollo de la producción y el trabajo nacionales, realidad que se ha empeorado a raíz de la apertura impuesta desde 1990, es imperativo emprender un proyecto de unidad nacional en torno a un conjunto de propósitos de largo plazo que, al menos, tenga como base las siguientes concepciones económicas:
Reconocer que Colombia, por la extensión y condiciones de su territorio y el número y calidades de sus habitantes, debería pertenecer a los países que mayores aportes le han hecho a la evolución material y cultural del mundo. Aceptar, entonces, que avergüenzan un producto per cápita quince veces menor al de las naciones de mayor éxito y una pobreza que las quintuplica porcentualmente. Y compartir que su política económica y social debe ser una que apunte a sacarla de sus carencias, y no la mediocre y mezquina de hoy, que no tiene como objetivo superar el atraso y la pobreza, pues a sus auspiciadores les parece gran cosa lograr que las condiciones de vida de las gentes no se degeneren hasta extremos insoportables, no vaya a ser que estas entren en rebeldía.
Hacer de Colombia la patria amable para sus nacionales también exige entender que no puede aceptarse como legítima cualquier práctica que dé ganancias. El robo y el secuestro, para poner unos ejemplos extremos, se prohíben porque le hacen año a la sociedad, así sus perpetradores se enriquezcan. Lo mismo puede decirse del contrabando, el narcotráfico y la usura. ¿Qué decir, entonces, de quienes defienden el TLC con un simple “es que yo gano”? ¿Y los demás colombianos, la casi totalidad, que no sólo no ganará sino que perderá? ¿Y cómo hace parte esa posición de un proyecto de unidad y progreso nacional? La famosa frase de Fabio Echeverri Correa, que hoy repite complacida la jefatura uribista, de que “la economía va bien pero el país va mal”, es la expresión burlona de quienes lograron separar su suerte personal de la suerte de la nación y los tiene sin cuidado lo que les pase a los demás.
Sacar al país de su crisis también exige mantener sus vínculos con el mundo, como es obvio, pero no con cualquier tipo de relación sino con la que le sirva al proyecto de progreso material y cultural y de independencia política de la nación colombiana. ¿O hicieron mal quienes en el siglo XIX entregaron sus vidas en la conquista de la soberanía y el derecho de autodeterminación nacional, para poder establecer relaciones internacionales diferentes a las del colonialismo? De dichas conquistas debe concluirse el rechazo a la globalización neoliberal, porque esta responde, de manera excluyente, a los intereses de los monopolistas de Estados Unidos y de las otras potencias.
La superación de los problemas de Colombia igualmente pasa por valorar el mercado interno como el principal objetivo de las ventas de su producción industrial y agropecuaria, producción que debe protegerse sin vacilaciones. El llamado desarrollo por exportaciones, fuera de mentiroso porque no ha ocurrido en ningún país, rompe cualquier identidad de intereses entre el capital y el trabajo de la nación, pues lo que les interesa a los empresarios exportadores es tener mano de obra barata aquí y buena capacidad de compra en el exterior.
El auténtico progreso de Colombia también exige convertir la industrialización en un objetivo fundamental, pues solo así pueden las naciones darle fundamento a su progreso y bienestar. Este pensamiento incluye el repudio a la propuesta neoliberal de especializar al país en las maquilas de baja tecnología que requieren las trasnacionales y en la exportación de materias primas agrícolas y mineras.
El proyecto de progreso de la nación colombiana, para que pueda serlo, tiene que responder con especial celo a los intereses y derechos democráticos de los trabajadores de todos los tipos, al igual que asegurarles a ellos y a sus familias el acceso a salud y educación de alta calidad. Y debe repudiar de plano, sin atenuantes ni esguinces, la práctica neoliberal de empobrecer, empobrecer y empobrecer, persiguiéndoles a los asalariados cada centavo de sus ingresos porque los plutócratas, y en especial los extranjeros, lo desean para ellos.