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POR QUÉ TANTO DEBATE CONTRA EL LIBRE COMERCIO

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Palabras en el acto de presentación del libro La verdadera hecatombe. El debate sobre el TLC continúa.

Biblioteca Luis Ángel Arango, Bogotá, 12 de junio de 2009.

 

Jorge Enrique Robledo

 

Querida Doctora Helena Villamizar

Apreciado Doctor Eduardo Sarmiento Palacio.

Constituye para mí un honor que académicos de sus quilates y de su valor civil, porque para ser intelectual de valía se requiere valor, hayan presentado este libro en esta noche.

 

Mis agradecimientos por sus mensajes Héctor Mondragón y a Carlos Gaviria, a quien espero que en el Polo lo elijamos como nuestro candidato presidencial.

A Ediciones Aurora por la publicación del texto.

A Carmen, Natalia y Julián, por su paciencia y respaldo.

Amigos y amigas:

Mis agradecimientos por su grata compañía en esta noche

 

 

Hay quienes de buena fe se preguntan: ¿por qué insisten tanto en el debate contra los Tratados de “libre comercio” que el gobierno del presidente Álvaro Uribe se empeña en aprobar con Estados Unidos, Canadá y la Unión Europea?

 

La primera razón es porque el “libre comercio” o la globalización o el neoliberalismo o la apertura y la privatización, expresiones que quieren decir lo mismo, afecta todas, absolutamente todas, las relaciones entre los países y la totalidad de la economía de cada país, al igual que cada uno de los aspectos, sin excepción alguna, de las relaciones sociales y de la vida de cada persona. Nada ni nadie, entonces, puede escaparse del “libre comercio”. Porque dicha política se diseñó para modelar, directa o indirectamente, la industria, el agro, los servicios, el sector financiero, el comercio, el transporte, el empleo, los salarios, los impuestos, la salud, la educación, el medio ambiente, los derechos laborales, las expresiones culturales, etcétera, etcétera, etcétera.

 

El nivel de detalle de hasta dónde afecta y afectará toda la vida del país el “libre comercio” lo muestra que el Tratado con Estados Unidos tenga 23 capítulos y 1.300 páginas y que, una vez entre en vigencia, nada ni nadie podrá contradecirlo en ninguno de sus incontables artículos, condicionando leyes, ordenanzas, acuerdos, decretos y resoluciones. Y dado que es un acuerdo internacional, adquiere una especie de rango superior, equiparable al de la Constitución en cuanto a que no puede contradecirse, con una diferencia: que el nivel de detalle de lo acordado reduce a poco o a nada las interpretaciones que sí tienen las pocas normas que en la Carta Máxima condicionan la economía del país.

 

Los tratados de “libre comercio” se pactan para que operen a perpetuidad, luego afectarán a los colombianos de hoy y a las generaciones venideras. Modificarle un solo artículo a su texto, además, exigirá el beneplácito de Estados Unidos; y denunciarlo, es decir, dejarlo sin vigencia, puede ser una decisión unilateral de Colombia, pero es obvio que Estados Unidos pondrá todo su poder para asegurarse que ello no suceda.

 

Entonces, la indiferencia o el desdén con que algunos se refieren al tema, sin importar en qué punto del espectro político se hallen, solo puede explicarse porque sufren por una gran desinformación y no conocen los alcances de estos tratados o porque conociéndolos, por alguna conveniencia, con calculada astucia los presentan como asuntos a los que no vale la pena referirse, para de esta manera evadir el debate de fondo sobre un asunto en el que saben no tienen la razón.

 

Si en un análisis honrado nadie puede negar los descomunales alcances del “libre comercio”, sea que se esté a favor o en contra de esta política, más importancia debemos concederle quienes estamos a favor de que Colombia supere el atraso económico y la pobreza, y deje de ahogarse en un capitalismo que opera con el 60% de la población en la pobreza, mientas que el estadounidense, europeo y japonés, con todo y sus muchas desigualdades sociales, funciona con el 10% de los habitantes en esa condición.

 

Porque la teoría y la práctica de las últimas décadas permiten demostrar que un país como Colombia no podrá resolver sus problemas, ni económicos ni sociales ni políticos, si se apega a las concepciones del “libre comercio”, de la misma manera que tampoco podrá resolverlos en ninguna otra nación, como bien lo muestra la grave crisis económica que sacude al mundo.

 

Estos tratados son desarrollos de las normas de la Organización Mundial del Comercio (OMC) definidas en 1994, y estas son la expresión de hasta dónde llegaron las imposiciones de Estados Unidos y de las otras potencias sobre cómo tienen que relacionarse todos los países de la tierra, en concordancia con las conveniencias de las trasnacionales de todos los sectores económicos.

 

De ahí que sea apropiado llamar a los TLC acuerdos OMC-plus, pues con ellos Estados Unidos, la Unión Europea y Japón le imponen a cada país, mediante acuerdos leoninos bilaterales, lo que no lograron en el marco multilateral de la Organización Mundial del Comercio.

 

Es falso que Colombia haya negociado un TLC con Estados Unidos. Para probarlo, basta con saber que el de Perú y Estados Unidos es idéntico al suscrito con Colombia y que estos son fundamentalmente iguales a los firmados por la Casa Blanca con Chile, Centro América y México y que, en el corto y el mediano plazo, quedarán calcados los unos de los otros, una vez pase el período de transición donde aparecen ligeras diferencias que se limitan al plazo en el que se eliminarán los aranceles.

 

El sistema de la supuesta negociación es el siguiente: las trasnacionales estadounidenses de todos los tipos definen cuáles son sus intereses y conveniencias y se los comunican al gobierno norteamericano, el cual los traduce en un tratado que les impone igual a todos los gobiernos que se someten a sus exigencias. Esos contratos, porque los tratados son contratos, nos recuerdan los documentos pro forma en los que lo único que cambia es el nombre de quien los suscribe. Así, una vez ponen México, otra, Chile y una más Colombia, pero el texto es el mismo y en él se define de antemano quién hará de jinete y quién de mula en esa alianza.

 

A lo que nos oponemos, entonces, y que esto quede claro, no es a que el país tenga intercambios económicos con Estados Unidos y el mundo. Lo que repudiamos es esta forma específica de relacionarnos, la cual quieren presentar como la única posible.

 

Cada vez más analistas coinciden en que la globalización neoliberal, el llamado “libre comercio”, es un plan para llevar el poder de las trasnacionales a cada rincón de la tierra y para que desde todos los países, con sus economías tomadas por completo por estas, dichas trasnacionales intercambien entre ellas bienes, servicios y capitales, intercambios que implican endurecer las relaciones de sojuzgamiento sobre los países aparentemente soberanos que giran en las órbitas de los imperios, hasta el punto de que se generaliza la idea de que son auténticos procesos de recolonización imperialista, procesos cuyo significado se entiende mejor si se recuerda el colonialismo con el que la Corona Española esquilmó a América.

 

Entonces, no es posible concebir una política más retardataria y agresiva en contra de países como Colombia que esta, pues además de que nos impone funcionar en beneficio de una descomunal concentración de la riqueza en manos de los monopolistas extranjeros y de sus socios y empleados criollos y en detrimento de una nación cada vez más empobrecida, nos azota con algo que si se quiere es peor: nos arrebata la capacidad, la potencialidad, de crear riqueza, de agregarle valor a la materias primas nacionales e importadas, de forma que podamos construir un poderoso aparato productivo que sea capaz de darle sustento a un vigoroso mercado interno y a mejores condiciones de vida y de trabajo para los colombianos. Es este brutal anquilosamiento de nuestro aparato productivo el que se expresa en las altas cifras de desempleo y en las mayores de informalidad y subempleo que imperan desde 1990 fecha en la que el “libre comercio” empezó a imponerse en el país.

 

Mientras en Colombia prevalezcan las concepciones del “libre comercio”, políticas que le imponen a la nación los organismos internacionales de crédito, los cuales, a su vez, reciben las orientaciones de la Casa Blanca y esta del gran capital trasnacional estadounidense, ninguna carencia de la sociedad podrá resolverse.

 

Entonces, aunque es verdad que el debate sobre el “libre comercio” seguramente constituye la mayor discusión económica de la historia de Colombia, si se piensa en sus implicaciones cualquier espacio que le hayamos dedicado y le dediquemos resulta escaso. Y estoy seguro que las discusiones se mantendrán en el tiempo, y cada vez con mayores razones, porque cada vez más colombianos comprenderán que el neoliberalismo y el progreso del país son por completo incompatibles y que el cabal ejercicio de la soberanía nacional es la primera condición para construir una Colombia que no nos avergüence en el concierto de las naciones.

 

Amigos y amigas:

 

El progreso de Colombia y el bienestar de su pueblo nos obligan a los demócratas a confrontar las ideas económicas, sociales y políticas dominantes, porque su fracaso resulta irrefutable. Persistamos en nuestras razones, que nuestras explicaciones y la propia experiencia terminarán por enseñarles a las mayorías nacionales dónde se encuentra la razón, quiénes son sus amigos y quienes son los adversarios que hay que derrotar y qué hay que hacer para que unas políticas de auténtico desarrollo se conviertan en políticas de gobierno y se empiece a sacar al país de la oscura noche en la que lo han sumergido quienes no se preocupan por la dolorosa suerte de millones de sus compatriotas.

 

Unámonos en un solo haz de voluntades, desde los colombianos más pobres hasta los empresarios más exitosos que tienen atada su suerte personal a la de la nación, y salvemos a nuestra querida Colombia.

 

Muchas gracias.