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PESIMISMO Y OPTIMISMO

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Jorge Enrique Robledo Castillo

Manizales, 11 de abril de 2002.

Son tantas las calamidades que han caído sobre todas las regiones de Colombia, que ya se ha vuelto común preguntarse acerca de cuál será el futuro de todas ellas y, en este caso, del llamado Eje Cafetero, nombre que no se sabe a ciencia cierta si engloba solo el área inmediata a Manizales, Pereira y Armenia o, como prefiero, al conjunto de los tres departamentos. Pero con independencia de cómo se defina la región, es obvio que su cercanía y pasado común deben propiciar esfuerzos por desarrollar y encontrar objetivos comunes, propósito que para cumplirse en serio exige empezar por reconocer los problemas por los que pasa la zona, precisando, además, sus causas.

 

Seguramente, la primera causa de la incertidumbre es la enorme crisis del café, negocio que por más de un siglo sirvió de pilar, así fuera con limitaciones, del desarrollo regional. Pero también contribuyen los problemas del resto del agro, al igual que la pérdida de muchas de las pocas industrias que había en la región, todo lo cual repercute negativamente sobre el resto de las actividades económicas. Y va más de una década en que poco o nada nuevo de importancia se ha creado en la economía regional, si se exceptúan algunos desarrollos empresariales producto de las subvenciones originadas en la tragedia de El Ruiz. Bien mal le ha ido al Eje Cafetero con la implantación en Colombia y el mundo de la globalización neoliberal, aun cuando quede el consuelo –de tontos– de que el desastre ha sido la norma, tanto en lo que respecta al aparato productivo como a la situación de sus gentes.

 

Sería fácil, y sacaría aplausos, llenar las próximas líneas haciendo retórica con lugares comunes como que “con la integración saldremos adelante”, “la Autopista del Café pondrá nuestros productos en el mundo”, “ya casi está el túnel de la Línea”, “al agregarle valor a la cosecha cafetera superaremos la crisis”, “lo que falta es la ciudad región”, “en los espárragos está el futuro”, “esperen el Eje del Conocimiento”, “en el turismo reside el porvenir”, “sólo nos falta mejorar la autoestima”, “a punta de amor saldremos adelante”, es decir, meter el cuento de que la región podrá convertirse, como dijo alguno, “en un oasis de prosperidad en medio del desierto de la economía nacional”.

 

Pero la verdad verdadera es que el Antiguo Caldas –el nombre que mejor engloba la región y cuyo uso espero ya no genere excomuniones– no podrá salir adelante, como tampoco ninguna zona del país, si Colombia sigue hundiéndose. Quiérase o no, la suerte de cada parte de la nación está indisolublemente atada a la suerte del todo, y nada determina más en las regiones que las decisiones que se toman en Bogotá o, más precisamente, en Washington. Salvo hechos excepcionales, mientras rijan el llamado “mercado libre” cafetero y las concepciones neoliberales del minhacienda de turno, el café no podrá volver a ser lo que fue. Y en la Organización Mundial del Comercio sentenciaron al país a ver desaparecer una porción inmensa del resto del agro, así como una mayor de su industria, aún cuando este último hecho haya sido cuidadosamente silenciado por quienes tienen como primera responsabilidad denunciarlo. Con el Alca, además, no quedará títere con cabeza, porque los flujos comerciales que crecerán no serán los de aquí para allá sino los de allá para acá. ¿Alguien se imagina a la producción nacional inundando a Estados Unidos, una vez queden los aranceles del continente en cero por ciento? ¿O siquiera a Brasil? ¿En este Nuevo Orden, podrán aspirar los colombianos a ser algo más que pobres maquiladores de las transnacionales? Si en algún garlito no puede seguir cayéndose es en el de quienes respaldan las políticas que desbaratan el país, y sus regiones, en tanto en éstas hacen demagogia ofreciendo ríos de leche y miel.

 

Es obvio que cada proyecto de progreso que pueda realizarse en la región debe respaldarse. Pero el principal esfuerzo conjunto que debemos hacer caldenses, quindianos y risaraldenses tiene que ver con cambiarle la orientación a la economía nacional, pues si ese cambio se logra se modificarán favorablemente las condiciones en las que se desenvuelve la economía regional, con lo que todas las capacidades de las gentes de la zona podrán aplicarse productivamente.

 

Por último, y no obstante las inmensas dificultades presentes y las que se vislumbran en el futuro próximo, soy optimista sobre el porvenir de la región, unido al de Colombia, porque tenemos gentes tan buenas como las mejores del mundo, capaces de remover todos los obstáculos que les han atravesado en el camino de su progreso.