Jorge Enrique Robledo Castillo
Contra la corriente
Manizales, diciembre 17 de 1994.
Doce meses después de que los sucesos de Chiapas le recordaran al mundo las profundas desigualdades sociales del llamado “milagro” económico mejicano, también quedó claro que el fenómeno, cuando mucho, nunca pasó de ser el modesto truco de un prestidigitador aficionado, al cual le ocultaron las inconsistencias de sus actuaciones tras el dogma aperturista impuesto en América por su vecino del Norte. En unas cuantas horas la realidad sentó su veredicto sobre la viabilidad del modelo y dejó en ridículo a quienes le juraron a sus países que la felicidad consistía en parecerse a México. (!)
En la medida en que los especuladores comprendieron que la situación económica mejicana era insostenible, sacaron sus capitales del país con el mismo entusiasmo con el que los introdujeron, causando daños de proporciones similares al entrar y al salir. Por la estampida de los capitales especulativos, entre febrero pasado y el 20 de diciembre, las reservas de México en dólares disminuyeron de 29.149 millones de dólares a solo 6.150. La devaluación del peso en cerca de un 40 por ciento en cosa de días confirmó la tesis de que nada -y menos las inversiones especulativas foráneas- puede sustituir a la producción industrial y agropecuaria nacional cuando se trata de asegurar el futuro. Al devaluar se respondió al problema de que ese país estuviera importando 20 mil millones de dólares más al año que lo que exportaba, y que ese déficit de su balanza comercial amenazara con llegar a 30 mil millones en 1995. Cuánto significado adquiere una de las afirmaciones de Clinton en la Cumbre de Miami: “en el primer año que ha estado en vigor el Tratado de Libre Comercio ha resultado un brillante e inconfundible éxito, creando casi cien mil empleos en Estados Unidos”.
Y la intensificación del martirologio de los mexicanos apenas empieza. Sobre el fracasado “Pacto Social” generado por la crisis de la deuda de 1982, el presidente Zedillo definió otro del mismo tenor: más apertura comercial y financiera, alzas salariales por debajo de una inflación disparada, mayor desempleo, privatización de lo poco que no se ha vendido y comido, crecimiento del Producto Interno minúsculo o negativo y aumento del papel del capital extranjero en el sector bancario, al cual se le ha permitido elevar las tasas de interés sin limitaciones, a pesar de que la cartera vencida llegaba antes de la crisis a nueve mil millones de dólares y que se esperan incrementos de esta del ciento por ciento. Ese es el precio que cobra por sus medidas de “salvamento” Estados Unidos, quien salió a respaldar a sus inversionistas emproblemados mediante la oferta al gobierno mexicano de garantías financieras por 40 mil millones de dólares, los cuales terminarían sumándose a los cien mil millones de deuda externa que ya tiene contraidos. De acuerdo con Robert Dubin, Secretario del Tesoro norteamericano, dicha operación “se hace con el solo y exclusivo propósito de proteger los intereses de Estados Unidos”. En la lógica de socializar las pérdidas y privatizar las ganancias, ser el pueblo mexicano quien deber cancelar los réditos de los inversionistas foráneos, tanto en los tiempos “buenos” como en los malos.
Que, como ya hizo Hommes, los neoliberales no le saquen el cuerpo al debate sobre las causas de la nueva catástrofe mexicana. Que los que suplican para que los acepten en el TLC tomen atenta nota de cuánto vale ingresar a un club que por definición tiene vencedores y vencidos. Y que el gobierno de Samper no permita que parte de esta crisis termine siendo pagada por la industria y el agro colombianos, a través de mecanismos aperturistas como el Grupo de los Tres.