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Pedir y producir, o viceversa

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Tomado de Portafolio, mayo 20 de 2021.
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En la práctica, Colombia se ha acostumbrado desde la posguerra y la primera Misión del Banco Mundial a que políticas económicas como el crecimiento sean asunto de tecnócratas. Sus recetas le aprovecharon al país hasta 1990. Los índices de acrecentamiento de la riqueza colectiva y del bienestar fueron notables. El más conocido de ellos, el ingreso per cápita, aumentó en cifras cercanas al 5% anual en promedio, sin contracciones.

Ahora bien, hacia 1988-90 la profesión económica comenzó a constatar que el modelo estaba perdiendo eficacia. Los tecnócratas aconsejaron variar el rumbo. Una parte del diagnóstico fue el atribuir lo menguado de las exportaciones al proteccionismo secular.

Así se abrieron, por ejemplo, las importaciones de insumos agrícolas, con buenos resultados para el agro. Se percibía que los oligopolios locales y la insuficiencia de competencia externa distorsionaban el mercado. No les faltaba del todo razón.

Por ese entonces, se instaló con fuerza la refinación de una doctrina. Teóricos de Chicago habían perfeccionado algún tiempo atrás el concepto de liberación de la economía para que, en un ambiente de competencia, el mercado determinara precios y, por los tanto, asignación de recursos, con mínima interferencia del Estado. La tesis era muy atractiva porque muchísimos estaban hastiados con que burócratas incompetentes o venales asignaran recursos. El ideario, que se expandió por el mundo de la mano de los países ricos que serían los más beneficiados por el libre comercio, se denominó Concierto de Washington.

En la práctica, las recomendaciones del Club de Chicago han dado lugar en el país a una especialización mineroenergética, como la de la mustia España de don Sancho Jimeno, el héroe de Cartagena en 1697. Esa especialidad fue la consecuencia de ventajas comparativas, es cierto, pero, al no matizarla, resultó perjudicial para el florecer de actividades industriales mas acordes con necesidades sociales como el empleo. Y el desempleo estructural condujo a la informalidad, que alimenta la protesta social y es una lacra para Colombia.

Un corolario de la no armonización del modelo económico vigente con las urgencias sociales han sido los Tratados de Libre Comercio: un vendaval teorizante al que no se le han medido honestamente los perjuicios durante su vigencia. Se insiste tercamente, sin substancia, que los desbalances se corregirán en el futuro. Dudoso. A la vista de sus resultados, si se quiere crecer con empleo, la corrección del modelo debe comenzar por ellos.

RODOLFO SEGOVIA
Exministro – Historiador
rsegovia@sillar.com.co