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PARAPOLITICA, TLC Y CARIMAGUA

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Jorge Enrique Robledo

Bogotá, 4 de abril de 2008.

En la Convención de la AFL-CIO, Barack Obama ratificó su oposición a un TLC con el gobierno de colombiano, porque “la violencia contra los sindicatos en Colombia ridiculizaría las mismas protecciones laborales que hemos insistido se incluyan en ese tipo de acuerdos”, análisis que también vinculó con la parapolítica. Y eso que no debe de saber que la ley que tramita el uribismo sobre derechos laborales guarda un solo propósito: engañar, aquí y allá, con unas garantías a los asalariados que realmente no otorga. En los mismos términos se ha pronunciado Hillary Clinton, la otra precandidata del Partido Demócrata a la Presidencia. Y Nancy Pelossi, ante la amenaza de George Bush de tramitar a la brava el Tratado en la Cámara de Representantes que ella preside, le advirtió: “No lo aconsejo”. Habrá que ver si los republicanos insistirán en arrodillar a los demócratas o se tragarán la candela, cuando el debate al respecto, en plena campaña electoral y en un país en grave crisis por el “libre comercio”, se centra en que hay medio centenar de congresistas uribistas, entre los elegidos en 2006, acusados de paramilitarismo.

 

Por su parte Álvaro Uribe, que frente a Ecuador solo obtuvo en América el respaldo de un gobierno, el mismo que invadió a Irak, salió a calificar como “un atropello al país” la posición de Obama, con lo que actúa desesperado porque puede quedarse sin amigos hasta en la Casa Blanca y repite el manido truco de que él y los particulares intereses que representa “son Colombia”. Su insistencia en defender como bueno el TLC no puede ser más contraria a la realidad, según lo ilustra el fracaso agrario de su gobierno.

 

Por quinto año consecutivo, el sector agropecuario creció bastante menos que el promedio nacional: 2.58 contra 7.52 por ciento en 2007, y eso que la cotización internacional del café ha sido del doble de la que regía al inicio del uribiato, precio que no ha sido capaz de evitar que los cafeteros estén que no aguantan más, por causa de la revaluación y del precio de los fertilizantes. En 1989, con el valor de una carga de café se compraban 1.250 kilos de abonos, hoy apenas se pagan 300 kilos. También ilustra la pésima política agraria –la del “libre comercio”, que se agravará con el TLC– que las importaciones de productos agrícolas aumentaron en más dos millones toneladas entre 2003 y 2007, incluidos incrementos de compras de carnes y leche. ¿Cuánta pobreza, cuánta hambre hay en el campo detrás de unas importaciones que pasaron de 5.9 a 8.1 millones de toneladas de alimentos?

 

Además, en ridículo quedaron quienes justificaron el TLC con el cuento de que el bajo precio de los alimentos importados justificaba la pobreza y la ruina que estos les provocan a millones de campesinos, jornaleros y empresarios. Porque los precios de la comida se dispararon hasta acabar con el pan de doscientos pesos y empujar a la quiebra a miles de pequeños panaderos. ¿Cuánta más hambre hay, en el campo y las ciudades, tras unas importaciones de todo tipo de bienes agrarios que aumentaron su precio en el alto porcentaje del 30 por ciento el año pasado? En estos días también se confirmó que constituye un engaño la insinuación oficial de que los agrocombustibles colombianos se exportarán con el TLC, porque sus propios productores explicaron que no son competitivos en el exterior y que el negocio fracasa si el gobierno no les mantiene cautivo el mercado interno y subsidios que ya llegan a 220 millones de dólares al año.

 

A la pésima gestión del ministro Andrés Felipe Arias, la misma que intenta ocultar poniéndose una camiseta que no es la propia de su cartera, hay que agregarle su derrota en el Caso Carimagua. Y digo derrota porque tuvo que revocar la licitación con la que intentó entregarle 17 mil hectáreas a un magnate con ingresos por negocios agrarios por 50 mil millones de pesos en los últimos siete años, para regresar al proyecto de asentar en ellas a campesinos desplazados. Lo que resulta casi increíble es que en el mismo momento en que tuvo que anunciar que reculaba, asustado porque cada vez más lo calificaban de Robin Hood pero al revés y porque podía terminar tras las rejas por las acusaciones de la Procuraduría, en vez de pedir perdón volvió a agredir a la senadora Cecilia López, a quien intenta acallar con patanerías.

 

En otro país el minagricultura ya habría tenido que renunciar, por el simple hecho de que o tiene la razón en su decisión de recular en Carimagua o la tenía cuando defendió ese negociado. Pero lo que sí no es posible es que la tenga en las dos situaciones. Salvo que les dé por alegar, cosa que no sería sorprendente en estos tiempos, que el acierto, la verdad, le es consubstancial a cuanto haga o diga.