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Palabras del senador Robledo en la presentación del libro de José Fernando Ocampo “La Educación, de la Colonia al Siglo XX”

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Presentación del libro de José Fernando Ocampo

La Educación, de la Colonia al Siglo XX

Feria del Libro, Bogotá, 24 de abril de 2016

Por: Jorge Enrique Robledo

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El libro que tengo el honor de presentar del profesor José Fernando Ocampo –profesor, sí, a mucho honor, aun a riesgo de ser abducido por la alta burocracia santista–, tiene una primera gracia nada fácil de alcanzar: lleva a leerlo de una sola sentada, de un tirón, como se dice, porque se trata de una historia apasionante y bien contada, como solo puede hacerlo quien conoce el tema a profundidad, lo ha explicado incontables veces y se esfuerza por hacerlo comprensible –sin que por ello pierda rigor y profundidad–, pues lo escribió para fortalecer la lucha por la transformación democrática del país.

Quien lea este libro se encontrará con la historia de La Educación en Colombia, de la Colonia al Siglo XX, y, al mismo tiempo, con la historia económica, social y política de Colombia. Las dos juntas, como deben ser las historias de los sectores, que no pueden comprenderse sin entender el todo del que hacen parte, y más si se trata de la educación de un país, del sistema principal mediante el cual los pueblos logran el insustituible objetivo de transmitir y crear conocimientos, siempre y cuando se lo ganen con la lucha, porque hasta en estos asuntos, como en todos, se enfrentan las concepciones democráticas con las reaccionarias, que se atraviesan como mulas en el camino del progreso.

Esta historia se remonta al curioso esfuerzo de Francisco Antonio Moreno y Escandón en el siglo XVIII, alto funcionario de la Corona española en la Nueva Granada, que inspirado por lo que ocurría en Europa planteó reformas que modificaran el espantoso oscurantismo educativo que en esos días lastraba toda forma de progreso. Y se refiere también al gran papel del Sabio Mutis y de su Expedición Botánica, quien, por la vía de aumentar el conocimiento ciudadano sobre las ciencias naturales –de la enseñanza de las matemáticas, la botánica y la física, por ejemplo–, jugó un papel clave en la formación política –política, repito– de muchos de los jóvenes que dirigieron la revolución de Independencia de España.

Explica también el texto las coincidencias entre Bolívar y Santander sobre la importancia que le concedieron a la educación en la construcción del nuevo país, al igual que sus diferencias de criterios –acerca de si apelar a los métodos científicos o a la escolástica– como bases de las políticas educativas. Y se detiene en las enconadas controversias del siglo XIX–con guerras incluidas por su causa– entre los dos partidos políticos de entonces sobre cómo debía ser la educación, confrontaciones que concluyeron con el triunfo de Núñez y de Caro, que impusieron una política educativa calculada para estancar por varias décadas, como en efecto ocurrió, educativa, económica y socialmente a Colombia.

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Al adentrarse en el siglo XX, el libro señala los notables avances de la educación en contra del gran atraso que le habían impuesto, pero también explica como estos fueron, al mismo tiempo, estimulados y lastrados por la toma de Colombia por los Estados Unidos, que los impulsó porque sus intereses le exigían modernizar en algo al país, pero no hasta el punto de desatarle por completo toda su potencialidad de desarrollo, no fuera que se escapara de su órbita. Ay de aquel, decía Francisco Mosquera, que crea que lo salvará el mismo que le tiende la emboscada.

Además de explicar el carácter retardatario de las políticas educativas de las agencias internacionales de crédito posteriores a la II Guerra Mundial, contra las que nos levantamos los estudiantes en 1971, José Fernando Ocampo trata las luchas del magisterio colombiano dirigido por Fecode que conquistaron el Estatuto Docente y la Ley General de Educación, dos triunfos de gran importancia en el esfuerzo por dotar al país de un sistema educativo que cimiente el verdadero progreso del país, victorias en las que él, como dirigente sindical, hizo aportes determinantes.

Expresan mucha ignorancia o muchos prejuicios quienes no reconocen que el magisterio colombiano, además de luchar, y con toda justicia y derecho, por mejorar sus condiciones de vida y de trabajo, también ha batallado sin cesar por una educación universal, es decir para todos, pública y gratuita, para que pueda ser universal, y de alto nivel científico y pedagógico, la consigna más avanzada, en Colombia y en cualquier país, para orientar el desarrollo del conocimiento a su máxima expresión.

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Concluye esta obra, que todo interesado en la educación debe leer, con certeros comentarios sobre las políticas educativas neoliberales a partir de 1990, cuya naturaleza particularmente retardataria explica como parte del proceso de recolonización imperialista que impone al libre comercio, en su estrategia de mantener al país en el atraso productivo y científico y tecnológico.

Sobre este último aspecto es digno de resaltar el rechazo del Colegio Nacional de Academias –Cuerpos Consultivos del Gobierno Nacional–, al proyecto de Documento Conpes sobre Ciencia, Tecnología e Innovación que promueve Juan Manuel Santos, al que valora tan mal que considera que hay que cambiarlo por uno nuevo, porque no tiene arreglo, entre otras razones porque “el documento parece hecho para cumplir con los requisitos de la OCDE y no para construir una verdadera política de desarrollo científico y tecnológico de largo plazo para el país”. Al paso que vamos, la OCDE le va hacer más daño a Colombia que el Banco Mundial y el FMI sumados.

Gracias, José Fernando, por persistir en el esfuerzo de toda su vida, por seguir dándoles a los jóvenes y a los colombianos ejemplo de coherencia, de lo que es valorar de verdad el estudio, el conocimiento, para poder comprender la sociedad y transformarla. Gracias, además, por su actitud ejemplar de descender de las cómodas torres de cristal de la academia –como también lo hizo Carlos Gaviria–, para jugársela en los con frecuencia procelosos caminos de la actividad política y gremial, que es donde al final se define la suerte de los pueblos y de si estos pueden o no transmitir y crear los conocimientos de alto nivel suficientes, sin los cuales no es posible escapar de la trampa del atraso, el desempleo y la pobreza.

Muchas gracias.

Bogotá, 24 de Abril de 2016.