Jorge Enrique Robledo
Bogotá, 25 de agosto de 2005.
En una decisión que espero mis pacientes y amables lectores sabrán excusarme, esta vez –luego de escribir esta columna desde 1989, y hasta hace tres años cada semana– resolví llenar la pantalla en blanco, esa que a veces intimida tanto, con el siguiente potpurrí al espero no le falte interés, pues tiene como ventaja que permite abordar varios temas al mismo tiempo.
La noticia de que Carlos Slim, el propietario de Teléfonos Mexicanos (Telmex), se va a quedar con Telecom me hizo acordar de algo que escribí sobre esa empresa en mi libro www.neoliberalismo.com.co (p.222), de donde tomo lo siguiente: Eduardo Sarmiento Palacio (Alternativas al modelo neoliberal, p. 144) contó que en 1990 la privatización se hizo por 6.200 millones de dólares y que, año y medio después, la telefónica valía en bolsa 30 mil millones de dólares. Y según Bussines Week (Summa, junio de 1992, p. 10), en el primer año como compañía privada Telmex produjo 2.300 millones de dólares sobre ingresos de 5.400 millones de dólares, lo que llevó a un asesor estadounidense de la compañía a afirmar: “Dios no concibe ganancias como estas”.
Con cada día que pasa se confirma que, en el mejor de los casos, el Presidente Uribe Vélez firmará el TLC a cambio de que Estados Unidos le mantenga lo que se tiene en el APTDEA, más algo así como una insignificancia por ciento. Y cualquiera puede demostrar que con lo que genera el APTDEA, que básicamente igual pero con otro nombre viene desde 1991, nunca saldrá el país de la pobreza y la miseria. Para lo que sí sirvió esa carnada, que se pagó con concesiones tan graves como el Decreto 2085 sobre genéricos, fue para crear un grupito de interesados en mantener a todas costa y como gran cosa el ATPDEA, aun cuando sean enormes los daños que haga el TLC, pues, al fin y al cabo, este se clava es en la garganta de otros.
Hace un par de años, el ministro Jorge Humberto Botero se dio aires en el senado diciendo que “una de las diferencias del TLC con la apertura de los años noventa es que este será sin revaluación”. Para empeorarle las cosas, Javier Fernández Riva puso en duda que –con un peso revaluado, que golpea la producción nacional porque facilita las importaciones y dificulta las exportaciones– las ventas al exterior puedan estar creciendo al 35 por ciento, según dice la estadística oficial. Y cuestionó las cifras de la peor manera, porque demostró que la “hazaña exportadora” no pasa de ser, por lo menos en proporciones considerables, una vulgar manipulación de lavadores de dinero, los mismos que también están actuando para subvalorar lo importado, que está creciendo a la muy alta taza del 30 por ciento.
La refinería de Cartagena, aunque da utilidades, es obsoleta y debe modernizarse, lo que la convertiría en un excelente negocio. Y Ecopetrol tiene con qué hacer la inversión porque tiene en bancos en el exterior, al ridículo dos por ciento anual, más de mil millones de dólares. Pero ya el ministro de Minas anunció que esa plata se mantendrá en Londres y Nueva Cork y que el negocio se hará con inversionistas extranjeros, con lo que, además, se viola la palabra presidencial y el compromiso del presidente de Ecopetrol con la USO de que no se privatizarían las instalaciones de Cartagena.
En los mismos días en que el ministro de Agricultura decidió eliminarle el precio de sustentación a la leche, a pesar de que cualquiera sabe que eso pone a los lecheros en condiciones de indefensión frente a los compradores, el Presidente decidió ponerle un precio mínimo de compra a la coca. Y no fue un chiste.
Hubo un suceso que por razones obvias poco o nada se comentó en el país. Hace unos días, se eligió alcalde en Manizales. Y cada encuesta, incluso la de la semana anterior a las votaciones, dio como ganador, por un margen mayor al 30 por ciento, a uno de los candidatos. Pero a la hora de contar los votos, ¡oh sorpresa!, el que según los encuestadores debía barrer, apenas ganó por 300 votos. Que la preocupación que desde ese día acompaña a los uribistas manizaleños se extienda por todo el país.
Vale la pena ver “La Caída”, la excelente película que muestra los últimos días de Adolfo Hitler. Y vale la pena verla porque, entre otras cosas, muestra cómo el lumpen organizado en una banda de manipuladores –los nazis– pudo llevar al fanatismo a casi toda la nación alemana, una de las más cultas de Europa en ese momento.