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NO HAY POR QUIEN VOTAR

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Jorge Enrique Robledo

Bogotá, 12 de junio de 2010.

Es probable que una pitonisa, de esas que “leen” el futuro en la ceniza del cigarrillo o en los naipes, hubiera acertado más sobre los resultados de las elecciones del 30 de mayo que las firmas encuestadoras. Y no tiene antecedentes en Colombia que se presentaran dichas encuestas como verdades reveladas, manipulación que le hizo daño al Polo Democrático Alternativo, partido que hace cuatro años, con Carlos Gaviria, obtuvo 2.6 millones de votos, la segunda votación del país, cifra porcentualmente mayor que la obtenida por Antanas Mockus y que nunca se dijo que era un “gran fenómeno” nacional. Jolgorio debió haber en la Casa de Nariño cuando las encuestas establecieron que no habría candidato del Polo  el 20 de junio.

El segundo hecho a resaltar es el número de sufragios por Juan Manuel Santos, votación que en una proporción enorme se explica por el carácter sistemático que este gobierno le ha dado a la manipulación política y por su descomunal aparato de coacción clientelista, instrumentos cuyo uso encabezó el presidente Uribe, y que también jugaron un papel clave en el bochornoso espectáculo del transfuguismo de los barones liberales y conservadores que migraron para donde Santos antes de la primera vuelta, traicionando sus compromisos con Rafael Pardo y Noemí Sanín.

La campaña de Gustavo Petro tuvo que enfrentar la coacción clientelista y una larga y cínica campaña de calumnias e infamias, arremetida de propaganda negra de la que también se apersonó el jefe del Estado y que contó con una verdadera “empresa criminal” dentro del DAS (acusa la Fiscalía), encargada de promover la división del Polo y mentir, presentando a sus dirigentes como corruptos y partidarios de la lucha armada. En estas circunstancias, los 1.3xx millones de votos obtenidos por Gustavo Petro y Clara López constituyen un resultado satisfactorio, que mantienen al Polo como una opción real de poder en Colombia, porque además se ganaron con propuestas diferentes a las neoliberales de los restantes aspirantes y con el decisivo respaldo de un partido que supo unirse y respaldar a su candidato.

La decisión unánime del Comité Ejecutivo Nacional del Polo de llamar a no votar por ninguno de los dos candidatos el 20 de junio es fácil de entender. Primero, porque el nombre de Santos ni siquiera se consideró, dada su indudable naturaleza de continuista de las políticas de Álvaro Uribe. Y segundo, porque Antanas Mockus rechazó un acuerdo formal con el Polo en torno a cinco puntos programáticos, entre los que se incluían considerar la salud y la educación como derechos humanos fundamentales y una política exterior determinada por la soberanía económica, militar y política. Por si quedaran dudas sobre el verdadero pensamiento de Mockus, este, como Santos, se reunió con el presidente Uribe para asegurarle que en su gobierno le cuidaría los “huevitos” de sus tres políticas fundamentales, las mismas que tanto daño le hacen al país y que los polistas y otros sectores hemos enfrentado con tantas razones.

El colmo habría sido que el Polo, el más digno entre los grandes partidos de la historia del país, hubiera aceptado renunciar a cada una de sus convicciones para respaldar a Antanas Mockus y, como si fuera poco, hacerlo mediante una adhesión, sometiéndose a actuar de manera similar al PIN con Juan Manuel Santos. Los hechos, con justicia considerados por los que han tenido el valor de arrepentirse, confirmaron la razón de quienes preferimos padecer las críticas a no tener la entereza de advertir desde el principio que las invocaciones de un candidato a la honradez no constituían razones suficientes para respaldarlo.

Todo indica que no cesará la horrible noche de los pasados ocho años y que, incluso, se empeorará. Porque la idea de Santos consiste en imponer, mediante la conocida táctica uribista de combinar la zanahoria clientelista y el garrote autoritario, una especie de Frente Nacional empeorado por medio siglo de políticas retardatarias, cinismos y corruptelas. Que sin el menor escrúpulo intentará imponer como pensamiento único el neoliberalismo y el libre comercio, a la par con lo falsamente democrático, lo muestra la escogencia de su vicepresidente, puesto allí para erosionar mediante canonjías la resistencia del sindicalismo, del Polo y de los demás sectores que encabezaron la oposición a Álvaro Uribe.

Pero todo podrá suceder en Colombia menos que termine la resistencia civil en pos de la soberanía y la auténtica democracia.