Jorge Enrique Robledo, Bogotá, 24 de julio de 2008.
No fue por un capricho que Álvaro Uribe le dedicó su discurso del 20 de julio a la situación económica. Esta es la principal preocupación de los cacaos y los cacaítos, los dirigentes gremiales y los principales analistas, sean académicos o tecnócratas neoliberales, y de quienes tomamos la política en serio, estemos del lado de la oposición o del gobierno. ¿Por qué este inusitado consenso? Porque todos vemos que están en rojo la casi totalidad de las luces del tablero que indica cómo va la economía.
Sigue la revaluación destruyendo el aparato productivo, el agro no levanta la cabeza y caen la producción industrial, las ventas del comercio y el consumo de energía eléctrica, suben la inflación y la tasa de interés, disminuyen las utilidades de las empresas y crece la cartera morosa en los bancos. Colombia sufre por el peor desempleo del continente y este tiende a aumentar a la par con la pobreza y la miseria, en tanto que se consolida la tendencia deficitaria de la balanza de la cuenta corriente, indicador especialmente alarmante porque demuestra que el país no logra generar los dólares que requieren las importaciones y la deuda externa propias del modelo neoliberal. Peor, bien difícil; pero también estamos cerca de coincidir en que las cosas se deteriorarán aún más, incluso hasta recordarnos el fatídico 1999.
¿Cómo explicarse que la economía vaya tan mal, y en el semestre en que el gobierno ha proclamado sus mayores victorias militares? ¿Sería que, se preguntarán los más inocentes, el presidente Uribe empezó el desmonte de la seguridad democrática, olvidando que de ella provenía el crecimiento económico? ¿Se trata de una pesadilla? El asunto es más simple: los hechos, la práctica, la vida social, ratifican que el alza de la economía de los años anteriores no tuvo como causa fundamental, determinante, las medidas del gobierno y la seguridad democrática, como dijo el uribismo, sino otras razones, entre ellas un auge económico mundial que puso a crecer a todos los países, sin excepción, a tasas especialmente altas para sus historiales.
Y las cosas en Colombia deberán agravarse por dos razones principales. La primera, porque desde hace meses empezó una gravísima crisis en Estados Unidos, la misma que ya golpeó con fuerza a Europa y Japón y empieza a sentirse duro en el resto del mundo, hasta tal punto que se anuncia que será larga y profunda. Un par de datos sobre su impacto: tres millones de familias norteamericanas perderán sus viviendas entre 2007 y 2008 y si el sistema financiero estadounidense no ha colapsado, ha sido sólo por las descomunales operaciones de rescate pagadas con la plata de los contribuyentes.
La segunda razón tiene que ver con las malas políticas internas que causan los problemas que ya se padecen, más los tercos anuncios de Uribe en el sentido de que no las modificará. No obstante haberse demostrado su fracaso para enfrentar la situación, este insiste en resumir su panacea en una frase: “Confianza inversionista, confianza inversionista, confianza inversionista”, la cual significa mantener las gabelas extremas para las trasnacionales, el desdén para el empresariado no monopolista y el mayor desempleo y pobreza para el pueblo. Lo que viene también confirmará que la plutocracia significa que en los tiempos buenos ganan muy pocos y en los malos perdemos todos los demás.
La ocasión es propicia para comentar otro hecho cuidadosamente ocultado por el aparato de propaganda de la Casa de Nariño. De acuerdo con un estudio del Centro de Estrategia y Competitividad (CEC) de la Universidad de los Andes, a partir de cifras del Global Competitive Index del Foro Económico Mundial de Davos sobre la percepción de los grandes inversionistas del mundo, “en el costo empresarial derivado del terrorismo, en 2007 Colombia se ubicó en el puesto 129 entre 131 países, una pérdida de seis puestos frente al 2006; en los costos derivados del crimen y la violencia el retroceso fue de 11 puestos (quedó de 112); en el crimen organizado la caída fue de 15 puestos (llegó al 126)” (Cambio, Jun.20.08).
¿Cómo explicar que los mismos magnates que por doquier hacen tanto uribismo en público, en privado opinen así sobre los resultados de la política que supuestamente los atrae al país? ¿Por qué aumentan sus inversiones en Colombia? Porque, como también lo dice el CEC, en sus costos incluyen los gastos en seguridad y a toda la inversión le sacan tasas de ganancias superlativas, por las exageradas gabelas que les concede el gobierno y que, decimos otros, están en la base del atraso y la pobreza nacional.